Antonio Navalón
Vivimos la era de la indignación. Cuando empezó el siglo 21, todos pensamos que sería el del conocimiento, sin embargo, se ha convertido en el de la violencia y, poco a poco, en el de la indignación. Por eso, que a nadie le extrañe que ahora los patos le tiren a las escopetas o que las carretas vayan delante de los caballos.
A fin de cuenta las encuestas y la televisión son para los candidatos presidenciables lo que las medidas y el rostro para las miss Universo: la tarjeta de presentación. Lo que importa es lo que viene después.
Del panorama mexicano casi todo está dicho: tenemos el perfil, el pelo, las gafas, el bigote, ya sabemos quiénes son los ilustres contendientes a sentarse en la silla del águila. No obstante, en el país en el que vivimos una imagen vale más que mil palabras y ahora agregamos que una posibilidad de ser quien llegue a mandar vale más que mil principios. Por lo tanto, a nadie le importa saber para qué quiere colocarse la banda presidencial.
Ha sido muy interesante el ejercicio de la Fundación Colosio: se ha demostrado la capacidad de hacer unos debates en los que —con independencia de lo que se diga— lo más importante es observar y analizar cómo se ha dicho.
Ya veremos durante cuánto tiempo más, porque nos vamos acercando al momento final, los candidatos siguen corriendo parejos en un ejercicio sin precedentes de generosidad. Aunque pareciera increíble, a aquel que iba alto, muy alto, no le importó ponerse a correr en igualdad de condiciones con el que iba más bajo.
Me pregunto qué pasará una vez terminado este concurso de belleza. ¿Para qué quieren el poder? ¿Qué van a hacer con la seguridad? Aparte del miedo que como sociedad tenemos de que vayan a hablar con los malos —suponiendo que no estén ya hablando todos los días—, ¿qué quieren hacer con nosotros? ¿A dónde nos quieren llevar?
Esta semana inició con la presentación de los libros de dos candidatos: el de la única candidata por el momento —Josefina Vázquez Mota— y el del senador Manlio Fabio Beltrones.
Entonces, tenemos el problema de que en la medida en la cual dependemos tanto de cómo se despedaza el gigante del norte, si a ellos les sucede cualquier cosa a nosotros nos cruje. Eso se debe a que desde la época de Miguel de la Madrid el mercado interno parece casi un sacrilegio y, sin embargo, en el mundo moderno sólo existe hoy para salir adelante una posibilidad para seguir aguantando: dinamizar todo lo que nos sea posible el mercado interno.
Por todo lo dicho, yo quiero saber, por el medio que prefieran —aunque sólo sea en la televisión por cable, ni siquiera en la abierta—, qué me están proponiendo los aspirantes a la presidencia, a dónde me quieren llevar.
¿Por qué digo esto? Porque una vez terminado esta especie de concurso de belleza —esta feria de las vanidades— en lo que se ha convertido la selección de los presidenciables, me encantaría saber si además tienen algo en la cabeza, algún plan o proyecto que me pueda beneficiar a mí y a la gente.
Vivimos la era de la indignación. Cuando empezó el siglo 21, todos pensamos que sería el del conocimiento, sin embargo, se ha convertido en el de la violencia y, poco a poco, en el de la indignación. Por eso, que a nadie le extrañe que ahora los patos le tiren a las escopetas o que las carretas vayan delante de los caballos.
A fin de cuenta las encuestas y la televisión son para los candidatos presidenciables lo que las medidas y el rostro para las miss Universo: la tarjeta de presentación. Lo que importa es lo que viene después.
Del panorama mexicano casi todo está dicho: tenemos el perfil, el pelo, las gafas, el bigote, ya sabemos quiénes son los ilustres contendientes a sentarse en la silla del águila. No obstante, en el país en el que vivimos una imagen vale más que mil palabras y ahora agregamos que una posibilidad de ser quien llegue a mandar vale más que mil principios. Por lo tanto, a nadie le importa saber para qué quiere colocarse la banda presidencial.
Ha sido muy interesante el ejercicio de la Fundación Colosio: se ha demostrado la capacidad de hacer unos debates en los que —con independencia de lo que se diga— lo más importante es observar y analizar cómo se ha dicho.
Ya veremos durante cuánto tiempo más, porque nos vamos acercando al momento final, los candidatos siguen corriendo parejos en un ejercicio sin precedentes de generosidad. Aunque pareciera increíble, a aquel que iba alto, muy alto, no le importó ponerse a correr en igualdad de condiciones con el que iba más bajo.
Me pregunto qué pasará una vez terminado este concurso de belleza. ¿Para qué quieren el poder? ¿Qué van a hacer con la seguridad? Aparte del miedo que como sociedad tenemos de que vayan a hablar con los malos —suponiendo que no estén ya hablando todos los días—, ¿qué quieren hacer con nosotros? ¿A dónde nos quieren llevar?
Esta semana inició con la presentación de los libros de dos candidatos: el de la única candidata por el momento —Josefina Vázquez Mota— y el del senador Manlio Fabio Beltrones.
Entonces, tenemos el problema de que en la medida en la cual dependemos tanto de cómo se despedaza el gigante del norte, si a ellos les sucede cualquier cosa a nosotros nos cruje. Eso se debe a que desde la época de Miguel de la Madrid el mercado interno parece casi un sacrilegio y, sin embargo, en el mundo moderno sólo existe hoy para salir adelante una posibilidad para seguir aguantando: dinamizar todo lo que nos sea posible el mercado interno.
Por todo lo dicho, yo quiero saber, por el medio que prefieran —aunque sólo sea en la televisión por cable, ni siquiera en la abierta—, qué me están proponiendo los aspirantes a la presidencia, a dónde me quieren llevar.
¿Por qué digo esto? Porque una vez terminado esta especie de concurso de belleza —esta feria de las vanidades— en lo que se ha convertido la selección de los presidenciables, me encantaría saber si además tienen algo en la cabeza, algún plan o proyecto que me pueda beneficiar a mí y a la gente.
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