Carlos Ramírez / Indicador Político
MADRID, España.- El movimiento de protesta callejera en la madrileña Puerta del Sol ha querido ser asumida como el kilómetro cero de la nueva democracia. Sólo que como en todo movimiento sin liderazgo, los objetivos suelen desviarse.
Los plantonistas de la Puerta del Sol comenzaron como movimiento 15-M y terminaron como protesta de los Indignados. El primero fue una movilización espontánea de españoles jóvenes, universitarios y desempleados descontentos con la democracia que carecería de política de desarrollo. La segunda quedó en una protesta anticapitalista, anti sistema y anarquista rayando en la provocación de la represión.
El 15-M irrumpió el 15 de mayo, justo en la víspera de las elecciones municipales y autonómicas cuyo resultado aplastó al PSOE. El 15-M no buscó apoyar a nadie sino que se concretó a señalar que la organización del sistema político español actual se agota en el funcionamiento de las instituciones y no en su legitimación ante la sociedad. El 15-M pedía una nueva forma de organización democrática que sacara la política de las complicidades de los partidos. Esta protesta puso el dedo en la llaga: la crisis del modelo de representación política.
Su valor consistió en señalar problemas políticos en su relación con la sociedad y en una fase de crisis social por crisis económica. Paradójicamente, el 15-M nació después de que aquí comenzaran las preguntas de que por qué no se daba en Europa una ola de protestas como las de la Primavera Árabe. Pero ya enfilados hacia las elecciones generales de noviembre, el movimiento del 15-M fue ocupado por los Indignados antisistémicos, anticapitalistas, anarquistas y --como les llaman en España-- perros-flautas o hippies. Las agendas del 15-M y de los Indignados difirieron en cuanto a objetivos: el primero quería reformas al sistema, los segundos buscaban la destrucción del sistema.
El sistema político español basó su concepción democrática en el acceso al poder político y de gobierno. El PSOE creó un espacio inexpugnable de poder a través de grupos sometidos a las dos figuras dominantes: Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero; el PP se concretó a amarrar liderazgos jóvenes y abrir espacio a las mujeres pero muy pronto se cerró a la circulación de las élites; e Izquierda Unida se dedicó sólo a captar a los grupos sindicalistas desencantados del PSOE pero sin atender a las nuevas generaciones.
Los jóvenes españoles se sintieron satisfechos con los años de estabilidad económica del PP de José María Aznar y por ello optaron por el socialismo de Zapatero en el 2004, aunque con el bienestar asegurado con el salto cualitativo de España en el desarrollo. Por eso Zapatero pudo encontrar una base social para su estrategia de extensión de derechos a las minorías sexuales. Sin embargo, la crisis económica y el desempleo golpeó con dureza a los jóvenes y a los viejos y el consenso socialista se derrumbó.
La protesta del 15-M recordó a los españoles que el sistema político funcionaba como garantía democrática con la alternancia partidista entre una izquierda y una derecha asentadas en un centro político común; por eso aquí se refieren al centro-izquierda y al centro-derecha; sin embargo, ese sistema político se agotaba en las reglas procedimentales pero no en la consecución de objetivos sociales o de bienestar.
Los españoles se acostumbraron a las otras características del bipartidismo local: el centro-derecha del PP estaba orientado a fortalecer la economía y el desarrollo productivo, en tanto que el centro-izquierda del PSOE se dedicaba al Estado de bienestar para la sociedad en cuatro pilares: Ayudas a minorías, educación, salud y prestaciones sociales. La crisis del modelo estalló cuando el PSOE despilfarró la fortaleza económica que dejó el PP en 2004 y de paso también dilapidó el bienestar con desequilibrios presupuestales.
El temor de los españoles es que el PP en el gobierno regrese a reconstruir la fortaleza de desarrollo y de la economía pero a costa de mayor sacrificio social. Sin embargo, los estrategas del Partido Popular saben que la salida de la crisis debe encontrarse sin sacrificar más el bienestar que ya destruyó el PSOE durante la gestión de Zapatero.
El Movimiento del 15-M se movió en esos parámetros, pero la movilización de los Indignados les quitó las iniciativas. Las agendas de la modernización del sistema político del 15-M fueron aplastadas por las exigencias de fin del capitalismo y de la reactivación de la anarquía. Por eso no hay que confundir el 15-M con los Indignados, aunque a veces se difuminen los límites en algunas manifestaciones callejeras.
El sistema político español ya dio de sí y necesita abrirse a nuevas formas de expresión social. La crisis económica logró aglutinar una protesta que exigía no sólo soluciones económicas sino espacios de representatividad política. Por eso el saldo de las elecciones del pasado 20 de noviembre dejó un dato revelador: El bipartidismo PSOE-PP pasó de tener el 92% de las bancadas al 84.5%, con la existencia ahora de siete bancadas parlamentarias. Ahora falta que los jóvenes de todos los grupos movilizados tengan espacios en los partidos políticos.
Hasta ahora, los grandes partidos ignoraron directamente al 15-M y a los Indignados; pero, por los resultados electorales, el Partido Popular tendrá que encontrar formas de canalización de la protesta, sobre todo las motivaciones económicas, salariales y de desempleo que empujaron a los jóvenes a las diferentes formas de protesta. Ya no se trata solamente de evitar más daños al Estado de bienestar sino de abrir espacios para la participación política de los jóvenes.
La disputa derivada de- 15-M y de los Indignados será entre la democracia y el capitalismo.
MADRID, España.- El movimiento de protesta callejera en la madrileña Puerta del Sol ha querido ser asumida como el kilómetro cero de la nueva democracia. Sólo que como en todo movimiento sin liderazgo, los objetivos suelen desviarse.
Los plantonistas de la Puerta del Sol comenzaron como movimiento 15-M y terminaron como protesta de los Indignados. El primero fue una movilización espontánea de españoles jóvenes, universitarios y desempleados descontentos con la democracia que carecería de política de desarrollo. La segunda quedó en una protesta anticapitalista, anti sistema y anarquista rayando en la provocación de la represión.
El 15-M irrumpió el 15 de mayo, justo en la víspera de las elecciones municipales y autonómicas cuyo resultado aplastó al PSOE. El 15-M no buscó apoyar a nadie sino que se concretó a señalar que la organización del sistema político español actual se agota en el funcionamiento de las instituciones y no en su legitimación ante la sociedad. El 15-M pedía una nueva forma de organización democrática que sacara la política de las complicidades de los partidos. Esta protesta puso el dedo en la llaga: la crisis del modelo de representación política.
Su valor consistió en señalar problemas políticos en su relación con la sociedad y en una fase de crisis social por crisis económica. Paradójicamente, el 15-M nació después de que aquí comenzaran las preguntas de que por qué no se daba en Europa una ola de protestas como las de la Primavera Árabe. Pero ya enfilados hacia las elecciones generales de noviembre, el movimiento del 15-M fue ocupado por los Indignados antisistémicos, anticapitalistas, anarquistas y --como les llaman en España-- perros-flautas o hippies. Las agendas del 15-M y de los Indignados difirieron en cuanto a objetivos: el primero quería reformas al sistema, los segundos buscaban la destrucción del sistema.
El sistema político español basó su concepción democrática en el acceso al poder político y de gobierno. El PSOE creó un espacio inexpugnable de poder a través de grupos sometidos a las dos figuras dominantes: Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero; el PP se concretó a amarrar liderazgos jóvenes y abrir espacio a las mujeres pero muy pronto se cerró a la circulación de las élites; e Izquierda Unida se dedicó sólo a captar a los grupos sindicalistas desencantados del PSOE pero sin atender a las nuevas generaciones.
Los jóvenes españoles se sintieron satisfechos con los años de estabilidad económica del PP de José María Aznar y por ello optaron por el socialismo de Zapatero en el 2004, aunque con el bienestar asegurado con el salto cualitativo de España en el desarrollo. Por eso Zapatero pudo encontrar una base social para su estrategia de extensión de derechos a las minorías sexuales. Sin embargo, la crisis económica y el desempleo golpeó con dureza a los jóvenes y a los viejos y el consenso socialista se derrumbó.
La protesta del 15-M recordó a los españoles que el sistema político funcionaba como garantía democrática con la alternancia partidista entre una izquierda y una derecha asentadas en un centro político común; por eso aquí se refieren al centro-izquierda y al centro-derecha; sin embargo, ese sistema político se agotaba en las reglas procedimentales pero no en la consecución de objetivos sociales o de bienestar.
Los españoles se acostumbraron a las otras características del bipartidismo local: el centro-derecha del PP estaba orientado a fortalecer la economía y el desarrollo productivo, en tanto que el centro-izquierda del PSOE se dedicaba al Estado de bienestar para la sociedad en cuatro pilares: Ayudas a minorías, educación, salud y prestaciones sociales. La crisis del modelo estalló cuando el PSOE despilfarró la fortaleza económica que dejó el PP en 2004 y de paso también dilapidó el bienestar con desequilibrios presupuestales.
El temor de los españoles es que el PP en el gobierno regrese a reconstruir la fortaleza de desarrollo y de la economía pero a costa de mayor sacrificio social. Sin embargo, los estrategas del Partido Popular saben que la salida de la crisis debe encontrarse sin sacrificar más el bienestar que ya destruyó el PSOE durante la gestión de Zapatero.
El Movimiento del 15-M se movió en esos parámetros, pero la movilización de los Indignados les quitó las iniciativas. Las agendas de la modernización del sistema político del 15-M fueron aplastadas por las exigencias de fin del capitalismo y de la reactivación de la anarquía. Por eso no hay que confundir el 15-M con los Indignados, aunque a veces se difuminen los límites en algunas manifestaciones callejeras.
El sistema político español ya dio de sí y necesita abrirse a nuevas formas de expresión social. La crisis económica logró aglutinar una protesta que exigía no sólo soluciones económicas sino espacios de representatividad política. Por eso el saldo de las elecciones del pasado 20 de noviembre dejó un dato revelador: El bipartidismo PSOE-PP pasó de tener el 92% de las bancadas al 84.5%, con la existencia ahora de siete bancadas parlamentarias. Ahora falta que los jóvenes de todos los grupos movilizados tengan espacios en los partidos políticos.
Hasta ahora, los grandes partidos ignoraron directamente al 15-M y a los Indignados; pero, por los resultados electorales, el Partido Popular tendrá que encontrar formas de canalización de la protesta, sobre todo las motivaciones económicas, salariales y de desempleo que empujaron a los jóvenes a las diferentes formas de protesta. Ya no se trata solamente de evitar más daños al Estado de bienestar sino de abrir espacios para la participación política de los jóvenes.
La disputa derivada de- 15-M y de los Indignados será entre la democracia y el capitalismo.
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