Epigmenio Ibarra
Anda eufórico Felipe Calderón Hinojosa. Vuelve incluso a vestir el disfraz de comediante. De la solemne arenga patriótica, con “vibrante” acento bélico, pasa ahora a la autocelebración triunfal de su gestión.
Todo se vuelven logros y victorias; celebración de conquistas “históricas”; rosario de cifras y datos estadísticos. Su imagen jovial, sus bromas, su sueños sobre el futuro de México, se repiten en todas los canales de tv.
Vaya, tan eufórico está que, tratando de sacar raja de la racha de triunfos en los Panamericanos, hasta ha planteado que México, este México nuestro de masacres y decapitaciones masivas, sea sede de las Olimpiadas.
No es para menos. Tiene Felipe Calderón razones de sobra para estar contento. Su guerra contra el narco le reporta, ya en la agonía de su sexenio, sus primeros dividendos.
De pronto parece haber olvidado que le toca hacer ya las maletas porque sus días, como residente en Los Pinos, están contados.
Comienza, el hombre que “haiga sido como haiga sido” se sentó en la silla, a abrigar la esperanza de no levantarse de la misma.
Sentar a su delfín en ella es la manera de no hacerlo; de garantizar su legado; de mantener su influencia; de asegurar un manto de impunidad para él y los suyos.
Lo mismo le ha sucedido siempre a quienes han vivido en Los Pinos.
Es este ultimo año; esta última Navidad en la residencia oficial es la que termina de poner en jaque la cordura, ya de por sí menguante a estas alturas del sexenio, de sus inquilinos.
Ninguno de esos que han soñado no abandonar el poder ha tenido, como Calderón, una guerra de la cual sacar provecho.
Alienta y transforma a Calderón lo que sucede en Michoacán, su tierra natal. Ese bastión histórico del perredismo que está punto de caer, si en lo que dicen las encuestas confiamos, en manos de su hermana Cocoa.
Este “triunfo anunciado”, el despliegue exitoso de su arsenal de trapacerías y recursos de la guerra sucia, puede enderezar, piensa y no sin razón, a su favor, las elecciones presidenciales de 2012.
Michoacán es, si la Cocoa triunfa, una especie de renacimiento de Calderón. Un aval para sus pretensiones de instalar en México un autoritarismo ultraconservador.
No ha tenido, por eso, ningún recato en utilizar la violencia —que su estrategia ha multiplicado— como arma electoral.
Ha politizado, también impúdicamente, la impartición de justicia. Tanto él como su hermana y su partido han manipulado y puesto a su servicio el miedo y la zozobra de los michoacanos.
Ha utilizado pues Calderón la guerra. Los 50 mil muertos, los desaparecidos, los desplazados por la violencia le han prestado un enorme servicio.
Por eso está feliz; por eso desdeña olímpicamente informes, como el de Human Rights Watch, que hacen añicos su estrategia de combate al narco.
Qué más le da que en ese informe se diga que “en vez de fortalecer la seguridad publica en México la guerra desplegada por Calderón ha exacerbado el clima de violencia, el caos y el temor”.
Qué más le dan las cifras que el informe de marras consigna y que, en cualquier democracia respetable, hubieran ocasionado la caída del gobierno en turno.
Qué más le da el incremento de 65 por ciento en la tasa de homicidios y el hecho de que 90 por ciento de los mismos quede impune.
O las evidencias que apuntan a miembros de las FA como responsables de torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales.
Lo único realmente importante, porque total “se matan entre ellos” y el Ejército y la Marina, mientras las encuestas no digan otra cosa, son, en función de su prestigio, intocables, es que Cocoa conquiste Michoacán.
La guerra sirve, aceita y a la vez hace invisible la maquinaria tradicional de manipulación de elecciones desde el poder. Poco o nada cuentan las denuncias de adversarios que son un “peligro para Michoacán”.
Poco o nada cuenta la intromisión ilegal del gobierno federal en los comicios. No hay normalidad democrática que valga en medio del caos de la guerra.
Sin control alguno el dinero fluye. No importa. Si una voz denuncia, si una voz critica al PAN o al gobierno federal por el dispendio, de inmediato desde el poder se lanza el anatema: “uno más que está con el narco”.
El michoacanazo sirvió, no a la justicia por supuesto, pero sí a los intereses facciosos de Calderón y su partido. Todos los inculpados fueron liberados; poco importa. El golpe era mediático no judicial y fue letal.
Con el asesinato del alcalde de La Piedad pasó lo mismo. Como su hermano, Cocoa, sin mediar averiguación policial alguna, lanzó una acusación. Puso a Godoy el sambenito y hoy es éste quien carga con el muerto.
Ninguna posibilidad de victoria tendrían, sin la guerra, el PAN o la hermana de Calderón. La violencia les ha servido de plataforma. Es el miedo el que mueve las manos a quienes cruzarán a su favor la boleta.
Por eso Calderón está contento, porque Michoacán es apenas el primer paso y hay mucha guerra por delante; muchos trapos sucios que mostrar; muchas acusaciones que hacer; muchas muertes que utilizar.
Ojalá los michoacanos no caigan en la trampa; no se vuelvan rehenes de esta guerra impuesta. No es el miedo, sino la libertad, lo que debe mover la mano de quien vota.
Anda eufórico Felipe Calderón Hinojosa. Vuelve incluso a vestir el disfraz de comediante. De la solemne arenga patriótica, con “vibrante” acento bélico, pasa ahora a la autocelebración triunfal de su gestión.
Todo se vuelven logros y victorias; celebración de conquistas “históricas”; rosario de cifras y datos estadísticos. Su imagen jovial, sus bromas, su sueños sobre el futuro de México, se repiten en todas los canales de tv.
Vaya, tan eufórico está que, tratando de sacar raja de la racha de triunfos en los Panamericanos, hasta ha planteado que México, este México nuestro de masacres y decapitaciones masivas, sea sede de las Olimpiadas.
No es para menos. Tiene Felipe Calderón razones de sobra para estar contento. Su guerra contra el narco le reporta, ya en la agonía de su sexenio, sus primeros dividendos.
De pronto parece haber olvidado que le toca hacer ya las maletas porque sus días, como residente en Los Pinos, están contados.
Comienza, el hombre que “haiga sido como haiga sido” se sentó en la silla, a abrigar la esperanza de no levantarse de la misma.
Sentar a su delfín en ella es la manera de no hacerlo; de garantizar su legado; de mantener su influencia; de asegurar un manto de impunidad para él y los suyos.
Lo mismo le ha sucedido siempre a quienes han vivido en Los Pinos.
Es este ultimo año; esta última Navidad en la residencia oficial es la que termina de poner en jaque la cordura, ya de por sí menguante a estas alturas del sexenio, de sus inquilinos.
Ninguno de esos que han soñado no abandonar el poder ha tenido, como Calderón, una guerra de la cual sacar provecho.
Alienta y transforma a Calderón lo que sucede en Michoacán, su tierra natal. Ese bastión histórico del perredismo que está punto de caer, si en lo que dicen las encuestas confiamos, en manos de su hermana Cocoa.
Este “triunfo anunciado”, el despliegue exitoso de su arsenal de trapacerías y recursos de la guerra sucia, puede enderezar, piensa y no sin razón, a su favor, las elecciones presidenciales de 2012.
Michoacán es, si la Cocoa triunfa, una especie de renacimiento de Calderón. Un aval para sus pretensiones de instalar en México un autoritarismo ultraconservador.
No ha tenido, por eso, ningún recato en utilizar la violencia —que su estrategia ha multiplicado— como arma electoral.
Ha politizado, también impúdicamente, la impartición de justicia. Tanto él como su hermana y su partido han manipulado y puesto a su servicio el miedo y la zozobra de los michoacanos.
Ha utilizado pues Calderón la guerra. Los 50 mil muertos, los desaparecidos, los desplazados por la violencia le han prestado un enorme servicio.
Por eso está feliz; por eso desdeña olímpicamente informes, como el de Human Rights Watch, que hacen añicos su estrategia de combate al narco.
Qué más le da que en ese informe se diga que “en vez de fortalecer la seguridad publica en México la guerra desplegada por Calderón ha exacerbado el clima de violencia, el caos y el temor”.
Qué más le dan las cifras que el informe de marras consigna y que, en cualquier democracia respetable, hubieran ocasionado la caída del gobierno en turno.
Qué más le da el incremento de 65 por ciento en la tasa de homicidios y el hecho de que 90 por ciento de los mismos quede impune.
O las evidencias que apuntan a miembros de las FA como responsables de torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales.
Lo único realmente importante, porque total “se matan entre ellos” y el Ejército y la Marina, mientras las encuestas no digan otra cosa, son, en función de su prestigio, intocables, es que Cocoa conquiste Michoacán.
La guerra sirve, aceita y a la vez hace invisible la maquinaria tradicional de manipulación de elecciones desde el poder. Poco o nada cuentan las denuncias de adversarios que son un “peligro para Michoacán”.
Poco o nada cuenta la intromisión ilegal del gobierno federal en los comicios. No hay normalidad democrática que valga en medio del caos de la guerra.
Sin control alguno el dinero fluye. No importa. Si una voz denuncia, si una voz critica al PAN o al gobierno federal por el dispendio, de inmediato desde el poder se lanza el anatema: “uno más que está con el narco”.
El michoacanazo sirvió, no a la justicia por supuesto, pero sí a los intereses facciosos de Calderón y su partido. Todos los inculpados fueron liberados; poco importa. El golpe era mediático no judicial y fue letal.
Con el asesinato del alcalde de La Piedad pasó lo mismo. Como su hermano, Cocoa, sin mediar averiguación policial alguna, lanzó una acusación. Puso a Godoy el sambenito y hoy es éste quien carga con el muerto.
Ninguna posibilidad de victoria tendrían, sin la guerra, el PAN o la hermana de Calderón. La violencia les ha servido de plataforma. Es el miedo el que mueve las manos a quienes cruzarán a su favor la boleta.
Por eso Calderón está contento, porque Michoacán es apenas el primer paso y hay mucha guerra por delante; muchos trapos sucios que mostrar; muchas acusaciones que hacer; muchas muertes que utilizar.
Ojalá los michoacanos no caigan en la trampa; no se vuelvan rehenes de esta guerra impuesta. No es el miedo, sino la libertad, lo que debe mover la mano de quien vota.
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