Carlos Ramírez / Indicador Político
Cuando el Partido Socialista Obrero Español ganó las elecciones generales de 1982, un alto dirigente de esa formación partidista le comentó al Rey Juan Carlos I que con ese paso había concluido la transición democrática. El monarca, más sereno, le respondió:
--No, la izquierda debe llegar, estar y salir y no dejar atrás praderas quemadas.
En medio de su peor crisis económica, con un desgaste sin precedente de la izquierda en el gobierno y con muchas praderas incendiadas, el PSOE confirmaría en las elecciones del domingo el tsunami político de gobiernos europeos por efecto de la crisis económica. Al final, lo de menos es el signo: Ni izquierda ni derecha supieron entender, administrar y presentar salidas a la crisis financiera que comenzó en los Estados Unidos en el 2008.
Pero en España se juega no sólo una alternancia del centro-izquierda al centro-derecha, sino que se sobretensó el pacto político de la transición democrática: El PSOE está violando acuerdos de estabilidad política democrática para no perder las elecciones, cuando todas las encuestas señalan su derrota aplastante; más aún, el PSOE ya se dividió entre Zapatero y Felipe González y la derrota será más profunda por la disputa por el control del partido.
El presidente socialista saliente Zapatero ha hecho gala en estos meses del apelativo que le endilgó el periodista José García Abad: El Maquiavelo de León, ciudad ésta donde nació Zapatero. Más que aplicar un programa de izquierda o de operar a favor del PSOE, Zapatero quiso convertirse en un Príncipe maquiavélico para conservar y agrandar el poder; sin embargo, la crisis lo atropelló severamente y lo exhibió como un político maniobrero. Zapatero aplicó el populismo de la izquierda, pero cuando llegó la crisis, entonces introdujo la doctrina neoliberal de la derecha; el resultado fue previsible: Endeudamiento fuera de control, déficit presupuestal explosivo, medidas de ajuste de típico corte neoliberal y cinco millones de desempleados (22%); es decir, el colapso.
A pesar de la tendencia de las encuestas que le dan al PP de Mariano Rajoy una ventaja de 15-19 puntos porcentuales y la mayoría absoluta en el parlamento, Zapatero se negó a adelantar elecciones, impuso por dedazo estilo priísta a Alberto Pérez Rubalcaba como candidato presidencial, convocó a elecciones el 20 de noviembre para asustar con el petate del muerto de Franco que falleció esa fecha y aprobó una estrategia del voto del miedo para parar el tsunami de Rajoy.
El mensaje que ha quedado aquí es que el PSOE no sabe jugar las reglas democráticas: En 1982 promovió una moción de censura para derrocar al arquitecto de la transición Adolfo Suárez, en 1996 agitó el miedo conservador para no entregarle el poder al PP de José María Aznar, en el 2004 se benefició del atentado árabe en la estación del Metro de Atocha y ahora en el 2011 alza la voz para evitar la alternancia democrática.
Lo grave de todo es que el electorado ya quiere echar a Zapatero del poder y el maquiavelismo de Zapatero hundió al PSOE en el desprestigio. El fracaso de Zapatero y del PSOE en casi ocho años de gobierno ha sido tan grande que el Partido Popular y su líder se han concretado a ver pasivamente el hundimiento del Titanic del PSOE. Por eso es que la campaña del miedo del socialista Rubalcaba se ha centrado no en lo que podría hacer el PSOE y que no hizo con Zapatero cuando fue vicepresidente del gobierno, sino lo que podría hacer el PP. Una campaña electoral asume la condición de patética cuando el partido en el poder basa su discurso en lo que supuestamente haría la oposición.
El movimiento de los indignados nació como protesta de la clase media ante la pérdida del bienestar por la estrategia económica de Zapatero y del PSOE y se convirtió en un aliado informal del PP de Rajoy. Por más esfuerzos que hizo el gobierno para absorberlos, el propio anarquismo del movimiento se convirtió en un voto de censura contra el gobierno socialista. Ahí se localizaría el punto central del movimiento de los indignados: Una protesta contra el saldo económico de un gobierno de izquierda, aunque en realidad la política económica de Zapatero fue populista --gasto mayor al ingreso y apoyo de deuda externa-- hasta reventar las finanzas públicas y luego se convirtió en neoliberal por aplicar ajustes en el gasto corriente a costa de salarios y empleos y por la disminución del PIB que llevó al desempleo de 5 millones de trabajadores.
En la crisis de España falló el PSOE, pero también falló el papel mediador del rey Juan Carlos I. Aunque se trata de una figura tradicional de una monarquía en donde “el rey reina pero no gobierna”, el monarca tenía la autoridad moral y política para apresurar a Zapatero a acuerdos de fondo contra la crisis o a insinuarle su dimisión desde mayo; en algunos sectores han comenzado a enlistar quejas contra la pasividad del rey ante la crisis. Al final, el paradójico antimonarquismo del PSOE se convirtió en un elemento adicional para la profundización del tropiezo económico.
La necedad de Zapatero de gobernar para sí mismo y no contra la crisis rompió el consenso de la transición democrática: Un acuerdo no escrito para la alternancia como ejercicio democrático del poder. Inclusive, Zapatero provocó varias veces a Rajoy, entonces líder de la oposición, a buscar una moción de censura contra el gobierno para que el PSOE quedara como víctima, pero la respuesta fue el silencio; Rajoy no entró al juego maquiavélico de Zapatero. Así, el PSOE se hundió en las encuestas por el maquiavelismo de Zapatero.
La desesperación del PSOE hizo sacar del cementerio político a Felipe González y a Alfonso Guerra, los artífices de la victoria de 1982, pero los mismos que llevaron a la debacle en 1996 por corrupción, represión y crisis económica. Ahí demostró el PSOE que oferta el pasado y no el futuro.
Hoy el PSOE se prepara a entregar el poder al PP dejando atrás muchas praderas quemadas.
Cuando el Partido Socialista Obrero Español ganó las elecciones generales de 1982, un alto dirigente de esa formación partidista le comentó al Rey Juan Carlos I que con ese paso había concluido la transición democrática. El monarca, más sereno, le respondió:
--No, la izquierda debe llegar, estar y salir y no dejar atrás praderas quemadas.
En medio de su peor crisis económica, con un desgaste sin precedente de la izquierda en el gobierno y con muchas praderas incendiadas, el PSOE confirmaría en las elecciones del domingo el tsunami político de gobiernos europeos por efecto de la crisis económica. Al final, lo de menos es el signo: Ni izquierda ni derecha supieron entender, administrar y presentar salidas a la crisis financiera que comenzó en los Estados Unidos en el 2008.
Pero en España se juega no sólo una alternancia del centro-izquierda al centro-derecha, sino que se sobretensó el pacto político de la transición democrática: El PSOE está violando acuerdos de estabilidad política democrática para no perder las elecciones, cuando todas las encuestas señalan su derrota aplastante; más aún, el PSOE ya se dividió entre Zapatero y Felipe González y la derrota será más profunda por la disputa por el control del partido.
El presidente socialista saliente Zapatero ha hecho gala en estos meses del apelativo que le endilgó el periodista José García Abad: El Maquiavelo de León, ciudad ésta donde nació Zapatero. Más que aplicar un programa de izquierda o de operar a favor del PSOE, Zapatero quiso convertirse en un Príncipe maquiavélico para conservar y agrandar el poder; sin embargo, la crisis lo atropelló severamente y lo exhibió como un político maniobrero. Zapatero aplicó el populismo de la izquierda, pero cuando llegó la crisis, entonces introdujo la doctrina neoliberal de la derecha; el resultado fue previsible: Endeudamiento fuera de control, déficit presupuestal explosivo, medidas de ajuste de típico corte neoliberal y cinco millones de desempleados (22%); es decir, el colapso.
A pesar de la tendencia de las encuestas que le dan al PP de Mariano Rajoy una ventaja de 15-19 puntos porcentuales y la mayoría absoluta en el parlamento, Zapatero se negó a adelantar elecciones, impuso por dedazo estilo priísta a Alberto Pérez Rubalcaba como candidato presidencial, convocó a elecciones el 20 de noviembre para asustar con el petate del muerto de Franco que falleció esa fecha y aprobó una estrategia del voto del miedo para parar el tsunami de Rajoy.
El mensaje que ha quedado aquí es que el PSOE no sabe jugar las reglas democráticas: En 1982 promovió una moción de censura para derrocar al arquitecto de la transición Adolfo Suárez, en 1996 agitó el miedo conservador para no entregarle el poder al PP de José María Aznar, en el 2004 se benefició del atentado árabe en la estación del Metro de Atocha y ahora en el 2011 alza la voz para evitar la alternancia democrática.
Lo grave de todo es que el electorado ya quiere echar a Zapatero del poder y el maquiavelismo de Zapatero hundió al PSOE en el desprestigio. El fracaso de Zapatero y del PSOE en casi ocho años de gobierno ha sido tan grande que el Partido Popular y su líder se han concretado a ver pasivamente el hundimiento del Titanic del PSOE. Por eso es que la campaña del miedo del socialista Rubalcaba se ha centrado no en lo que podría hacer el PSOE y que no hizo con Zapatero cuando fue vicepresidente del gobierno, sino lo que podría hacer el PP. Una campaña electoral asume la condición de patética cuando el partido en el poder basa su discurso en lo que supuestamente haría la oposición.
El movimiento de los indignados nació como protesta de la clase media ante la pérdida del bienestar por la estrategia económica de Zapatero y del PSOE y se convirtió en un aliado informal del PP de Rajoy. Por más esfuerzos que hizo el gobierno para absorberlos, el propio anarquismo del movimiento se convirtió en un voto de censura contra el gobierno socialista. Ahí se localizaría el punto central del movimiento de los indignados: Una protesta contra el saldo económico de un gobierno de izquierda, aunque en realidad la política económica de Zapatero fue populista --gasto mayor al ingreso y apoyo de deuda externa-- hasta reventar las finanzas públicas y luego se convirtió en neoliberal por aplicar ajustes en el gasto corriente a costa de salarios y empleos y por la disminución del PIB que llevó al desempleo de 5 millones de trabajadores.
En la crisis de España falló el PSOE, pero también falló el papel mediador del rey Juan Carlos I. Aunque se trata de una figura tradicional de una monarquía en donde “el rey reina pero no gobierna”, el monarca tenía la autoridad moral y política para apresurar a Zapatero a acuerdos de fondo contra la crisis o a insinuarle su dimisión desde mayo; en algunos sectores han comenzado a enlistar quejas contra la pasividad del rey ante la crisis. Al final, el paradójico antimonarquismo del PSOE se convirtió en un elemento adicional para la profundización del tropiezo económico.
La necedad de Zapatero de gobernar para sí mismo y no contra la crisis rompió el consenso de la transición democrática: Un acuerdo no escrito para la alternancia como ejercicio democrático del poder. Inclusive, Zapatero provocó varias veces a Rajoy, entonces líder de la oposición, a buscar una moción de censura contra el gobierno para que el PSOE quedara como víctima, pero la respuesta fue el silencio; Rajoy no entró al juego maquiavélico de Zapatero. Así, el PSOE se hundió en las encuestas por el maquiavelismo de Zapatero.
La desesperación del PSOE hizo sacar del cementerio político a Felipe González y a Alfonso Guerra, los artífices de la victoria de 1982, pero los mismos que llevaron a la debacle en 1996 por corrupción, represión y crisis económica. Ahí demostró el PSOE que oferta el pasado y no el futuro.
Hoy el PSOE se prepara a entregar el poder al PP dejando atrás muchas praderas quemadas.
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