Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
El análisis político a futuro no es sino una aproximación, un escenario de lo posible pero, por el momento, difícilmente probable. Para comprender lo que se le viene a la sociedad como desenlace de la sucesión presidencial, es necesario dejar sentada la hipótesis sobre la cual elaboraré la reflexión durante la semana.
En todo modelo político sustentado en el sufragio, la lucha por el poder no se resuelve a través del voto, sino en otros ámbitos donde se determina al candidato ganador. Las urnas no hacen sino legitimar una elección decidida de antemano. Existen grietas por las cuales se hace presente la voluntad popular, como ocurrió en 1988, cuando el ganador debió legitimarse de otra manera. En 2006 no fue suficiente con la legitimación de las urnas ni con la del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Felipe Calderón debió recurrir a una política pública que únicamente profundizó la división y el encono entre mexicanos. Su elección es legal y constitucional, pero no legítima, como acertadamente la definió Andrés Manuel López Obrador.
Aceptado lo anterior, en los próximos días habremos de incursionar en las posibilidades que tienen de legitimarse los dos candidatos que cuentan, cuyo principal escollo son ellos mismos y la poca credibilidad que tienen los partidos que los abanderan, sobre todo entre ese segmento de la sociedad que en 2006 estuvo a 0.56 por ciento de modificar el rostro político de México.
El otro riesgo está en la importancia que los medios tendrán en la legitimación que el candidato ganador obtenga a través del sufragio. Para ello es necesario aceptar que fue una política de información equivocada la que definió, en Michoacán, la derrota y falta de legitimad, por segunda vez, de Felipe Calderón Hinojosa. Quisieron usar el asesinato de Ricardo Guzmán Romero para fomentar una mezcla de miedo y lástima que legitimara la decisión de imponer a Luisa María Calderón, pero la sociedad no compró tamaña impostura.
Es importante destacar que por sobre los medios electrónicos e impresos influirán las redes sociales, por ser más veloces que la toma de decisiones, por no obedecer a una política editorial ni depender de la disciplina partidaria, pero sobre todo porque libera a buena parte de la sociedad de la imposibilidad de manifestar su opinión. Hoy todo teléfono con capacidad de fotografiar y video grabar, así como toda Blackberry, convierten a los usuarios en informadores y editorialistas. Es allí donde los candidatos deberán mostrar su capacidad de convicción, su habilidad para seducir a quienes los deben legitimar, porque hay millones de esos aparatos en uso constante.
La tercera piedra en el camino indica que nunca como hoy el presidente constitucional y legitimado pudiera ser minoritario, porque lo que fue un incipiente ensayo del voto en blanco en 2006, ahora puede convertirse en una manifestación de rechazo al modelo de al menos 40 por ciento del electorado, dicen los expertos, y el 60 por ciento restante habrán de arrebatárselo las tres fuerzas políticas que, de antemano, saben que los poderes fácticos tomaron una decisión.
El análisis político a futuro no es sino una aproximación, un escenario de lo posible pero, por el momento, difícilmente probable. Para comprender lo que se le viene a la sociedad como desenlace de la sucesión presidencial, es necesario dejar sentada la hipótesis sobre la cual elaboraré la reflexión durante la semana.
En todo modelo político sustentado en el sufragio, la lucha por el poder no se resuelve a través del voto, sino en otros ámbitos donde se determina al candidato ganador. Las urnas no hacen sino legitimar una elección decidida de antemano. Existen grietas por las cuales se hace presente la voluntad popular, como ocurrió en 1988, cuando el ganador debió legitimarse de otra manera. En 2006 no fue suficiente con la legitimación de las urnas ni con la del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Felipe Calderón debió recurrir a una política pública que únicamente profundizó la división y el encono entre mexicanos. Su elección es legal y constitucional, pero no legítima, como acertadamente la definió Andrés Manuel López Obrador.
Aceptado lo anterior, en los próximos días habremos de incursionar en las posibilidades que tienen de legitimarse los dos candidatos que cuentan, cuyo principal escollo son ellos mismos y la poca credibilidad que tienen los partidos que los abanderan, sobre todo entre ese segmento de la sociedad que en 2006 estuvo a 0.56 por ciento de modificar el rostro político de México.
El otro riesgo está en la importancia que los medios tendrán en la legitimación que el candidato ganador obtenga a través del sufragio. Para ello es necesario aceptar que fue una política de información equivocada la que definió, en Michoacán, la derrota y falta de legitimad, por segunda vez, de Felipe Calderón Hinojosa. Quisieron usar el asesinato de Ricardo Guzmán Romero para fomentar una mezcla de miedo y lástima que legitimara la decisión de imponer a Luisa María Calderón, pero la sociedad no compró tamaña impostura.
Es importante destacar que por sobre los medios electrónicos e impresos influirán las redes sociales, por ser más veloces que la toma de decisiones, por no obedecer a una política editorial ni depender de la disciplina partidaria, pero sobre todo porque libera a buena parte de la sociedad de la imposibilidad de manifestar su opinión. Hoy todo teléfono con capacidad de fotografiar y video grabar, así como toda Blackberry, convierten a los usuarios en informadores y editorialistas. Es allí donde los candidatos deberán mostrar su capacidad de convicción, su habilidad para seducir a quienes los deben legitimar, porque hay millones de esos aparatos en uso constante.
La tercera piedra en el camino indica que nunca como hoy el presidente constitucional y legitimado pudiera ser minoritario, porque lo que fue un incipiente ensayo del voto en blanco en 2006, ahora puede convertirse en una manifestación de rechazo al modelo de al menos 40 por ciento del electorado, dicen los expertos, y el 60 por ciento restante habrán de arrebatárselo las tres fuerzas políticas que, de antemano, saben que los poderes fácticos tomaron una decisión.
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