EPN, ¿reconciliará al país?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

El que la sociedad tenga definidas preferencias electorales no le impide conocer de la realidad, analizar los escenarios futuros a partir del hecho de que Enrique Peña Nieto formalizó su aspiración a la candidatura presidencial del PRI con su viaje a Estados Unidos; allá intentó iniciar su deslinde tanto de Humberto Moreira como de la política pública contra el crimen organizado.

Está bien, pero su presencia en el Woodrow Wilson y su acercamiento a los centros de poder estadounidense, nada nos dicen de cómo intentará resolver el verdadero desafío que enfrentará como presidente de México, si a la silla del águila le permiten sentarse, aunque por el momento nada parece impedirlo. Me refiero a la reconciliación nacional, a la renovación de la esperanza, porque tomará el poder para guiar a una nación profundamente dividida, más allá de lo que estuvo como resultado de las ejecuciones de Huitzilac y Topilejo, del destierro de Plutarco Elías Calles, de las cuestionadas elecciones de 1929, 1940, 1952 y 1988, porque la de 2006 establece, definitivamente, un antes y un después como consecuencia de la resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y del comportamiento de los panistas, interesados en favorecer la desunión.

Dos frases, una actitud, una política pública mal conceptuada y desarrollada y el impasse de la transición, enconaron a los mexicanos entre ellos como nunca antes, lo que hará muy difícil la viabilidad de cualquier propuesta de gobierno sin un proyecto de reconciliación nacional.

Evoquemos: sostener que Andrés Manuel López Obrador “es un peligro para México”, decirle a Fox “ya cállate chachalaca”, ensancharon la natural confrontación electoral y lo convirtieron en rencor social; después, la actitud intransigente del candidato perdedor, pues dividir al Distrito Federal en dos equivalió a hacerlo con el país, lo que facilitó que la sociedad se polarizara por la guerra de Calderón contra la delincuencia organizada y su discurso dedicado a fomentar la división.

Buena parte de la sociedad está enardecida porque en esa estúpida política de convertir a las víctimas en falsos positivos, propicia que los mexicanos tomen distancia de las fuerzas armadas, de todas las policías, de los partidos, de las iglesias, pero sobre todo del Poder Ejecutivo, ya no digamos del Legislativo y el Judicial. La mayoría de los mexicanos no cree ni en su sombra y cultiva, en silencio, un profundo resentimiento contra su gobierno, lo que facilita la desunión.

Si Enrique Peña Nieto carece de un proyecto de reconciliación nacional nada podrá hacer para que la sociedad renueve el contrato social, la confianza en la institución presidencial que, hasta hoy, él está llamado a encabezar. Lo que los mexicanos necesitan va más allá de las reformas y la transición, está en la urgencia de recuperar la credibilidad en ellos mismos, en reconstruir los valores que el PAN y la globalización quieren en el cesto de la basura. Hay que regresar a las elementales formas de respeto, y todo cambiará.

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