El IFE contra la democracia

Antonio Navalón

La única manera de solucionar un problema es aceptar que se tiene. México, en su camino hacia la democracia ha cometido errores fundamentales. Sin duda, uno ha sido seguir anclado durante 10 años en una palabra que por sí misma lleva a la confusión y al error histórico: transición.

La palabra transición hace referencia a pasar de un sitio a otro. Por ello, entre el día 2 de julio del año 2000, cuando el pueblo votó por Vicente Fox y el 1 de diciembre, día en que tomó el poder –con independencia del posterior catastrófico resultado– culminó una transición que había iniciado Jesús Reyes Heroles en 1977.

A partir de entonces, sólo nos podemos llevar a la boca la creación IFE como el máximo éxito de aquella transición. Por primera vez fue posible tener control sobre nuestro voto y evitar que nos robaran abiertamente nuestra voluntad. Muchos mexicanos pensamos que el IFE sería una institución confiable.

Nuestros descendientes recordarán que hubo un momento estelar en la historia del país que es exactamente lo que yo denomino como la República Woldenberg. El recuerdo de ese Consejo del IFE presidido por Woldenberg es como el bondadoso fantasma Gasparín, que sirvió para revelar sobre los miedos eternos los mejores aspectos de nosotros mismos.

De hecho, toda una generación de políticos, escritores y periodistas ha pasado por las aguas del IFE y en el servicio a la democracia mexicana tuvieron su mejor momento.

Ahora el IFE no solamente es un organismo peligroso sino que, además de estar incompleto y ser la máxima representación del fracaso del diálogo político entre los partidos políticos, es una institución excesivamente cara e inservible.

Me explico: el IFE –sobre todo después de la reforma frustrada tras el colapso institucional del año 2006– ha producido una burocracia que solamente es comparable con la pérdida de identidad, de estabilidad y de respeto que se genera en la vida nacional.

Su presupuesto para el año 2012 –por 16 mil millones de pesos– es directamente proporcional al nivel de la problemática que padece. Sin ir más lejos , el día 19 de noviembre los partidos políticos tendrán que inscribir y decidir con quién se quieren aliar.

Este es sólo un ejemplo más de la ineficiencia política del IFE, como lo es también el fracaso de intentar controlar las campañas sucias o que hubiera más equidad y mejor comportamiento en la policía política.

El IFE no solamente es caro, no solamente ha perdido todo el caudal político acumulado –en parte por la gran prueba de fuego de 2006 y el porcentaje que permitió a Calderón ser presidente– sino que además nos aboca a la elección del próximo año sin una referencia, sin nadie en quién creer y con todos los problemas organizativos que se desprenden de una estructura que no sirve a la pureza democrática, sino a los códigos que él mismo establece para el triunfo de los burócratas.

No tener el valor de planteárselo, discutirlo y tratar de ganarlo delante del único órgano que queda capaz de restituir el equilibrio entre el reglamento, los burócratas y el sentido político, significa jugar a una ruleta rusa en la que si por lo que fuere la mañana siguiente del día de la elección presidencial nos encontráramos en una reedición de lo que nos pasó en 2006, los primeros que saldrían corriendo del país en función del desastre institucional serían los consejeros de este IFE devaluado, torturado, inflado y, sobre todo, cada día más desacreditado.

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