El Buen (real) Fin

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Vaya fin de semana largo. Decenas de miles de personas en todo el país inundaron las tiendas en busca de las mejores oportunidades de compra ante un espacio de ofertas y rebajas que se inauguró en México con la participación de cientos de empresas, comercios y tiendas departamentales, las grandes cadenas de televisión que promovieron masivamente el acontecimiento socio-comercial, y el gobierno federal que anticipó parte del aguinaldo a los burócratas para que tuvieran efectivo con qué gastar.

Fue la búsqueda de un estímulo para reactivar la economía mediante el fomento al consumo, pero sobretodo, como lo aclaró la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio, que organizó el evento, para “mejorar la calidad de vida de todas las familias mexicanas”. En este juego de palabras está uno de los motores de la iniciativa. No es mentira el estímulo al consumo, pero también hay un propósito político atrás de todo.

Este objetivo, a decir de personas que participaron en el entramado del Buen Fin, pretende inyectar esperanza a la sociedad mexicana con uno de los recursos probados de detonador de ánimo, el consumo, apoyado en un distractor al entorno de sangre y muertos de la larga campaña contra las bandas de narcotraficantes. La duplicidad de metas es ambiciosa, pero se puede alegar que es un buen intento.

El consumo ciertamente no se ha podido recuperar de la crisis de 2009, la peor en el país en 15 años. En el primer trimestre de este año, segundo de la recuperación, el consumo crecía de manera más lenta que en 2010 (a 0.88%), y la expectativa del INEGI de un incremento de 4.9% en comparación con el año pasado, no parece ir por buen camino. Por ejemplo, de septiembre a octubre de este año el consumo creció 0.04%, mientras que en el mismo periodo de 2010 llegó a 7.46%.

La expansión económica no ha marchado al ritmo deseado, y la iniciativa del Buen Fin, con la cual teóricamente –como sucede con el Black Friday en Estados Unidos- arrancaría la temporada navideña, ampliando las semanas de alto consumo, ha tenido claroscuros porque las rebajas y las ofertas estuvieron muy distantes, en muchos casos, de la expectativa levantada. La otra meta, sí parece alcanzarse.

Distractores en momentos de angustia y frustración son utilizadas por los gobiernos de manera regular. En México hubo un caso paradigmático en 1995, que sirvió para aliviar anímicamente ante la debacle financiera.

En ese año, el presidente Ernesto Zedillo ordenó encuestas para medir el ánimo, y al ver los grados de depresión que había, buscaron cómo enfrentarlo. Desecharon la propuesta de spots y optaron por una nueva forma de comunicación: importaron de Puerto Rico a “El Chupacabras”.

“El Chupacabras” era algo como un animal diabólico que mataba a quien se le atravesara y se lo comía. En Los Pinos decidieron que llegara por Chiapas, y poco a poco, a base de rumor, lo hicieron viajar por el país.

En unos meses, comunidades enteras habían cambiado sus patrones de comportamiento y en algunos casos llevó a gobiernos a modificar esquemas de seguridad. Comenzaron a denunciar robos y crímenes adjudicados al él, e incluso que había embarazado a un chica.

Al empezar a convertirse en un problema social, “El Chupacabras” se fue de mojado a Estados Unidos y desapareció del imaginario mexicano. El invento no resolvió el problema financiero, pero le dio espacios al gobierno de Zedillo para ir enfrentando la crisis.

El Buen Fin apunta en la misma dirección, pero con un doble objetivo. En el largo plazo, si se consolida como un referente para la economía, se establecerá un mecanismo de rendición de cuentas para futuras políticas del gobierno. En el corto, muestra que sí hay preocupación por el ánimo de la sociedad, señal de que no hay insensibilidad por lo que sucede en las calles mexicanas, que por lo menos, es algo para reconocer.

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