Gabinete de coalición
Dedazo en el DF
Inclusión envenenada
Julio Hernández López / Astillero
El ganador es Marcelo Ebrard. Al ceder la candidatura presidencial a Andrés Manuel López Obrador se consolida como la principal figura en la línea de sucesión de la izquierda mexicana, se asigna por contraste las virtudes cuya carencia más se achaca al tabasqueño (el respeto a los resultados adversos, la vocación negociadora y unitaria, el tono moderno y civilizado), se queda tentativamente como franquiciatario del Distrito Federal (tendrá derecho preferente para imponer candidaturas, sobre todo la principal, la que se refiere a la jefatura de gobierno), y descafeína y condiciona la operación política venidera de AMLO, al demandar que haya un taimado proyecto incluyente (es decir, que dé espacio y ganancia a sus aliados principales, Los Chuchos, y a Manuel Camacho, el estratega que ayer se paseaba por los micrófonos mediáticos como orgulloso papá de la nueva criatura).
Pero, sobre todo, Ebrard mete a inversión a mediano plazo las ganancias obtenidas en el episodio de ayer al no entrar abiertamente a la competencia desgastante del mercado de riesgos electorales del año venidero, sino dedicarse a velar los réditos de su capital principal, la ciudad de México, sin aceptar candidatura alguna a puesto de representación popular pero, y he ahí la clave del asunto, quedando en plena disposición para participar a partir de diciembre de 2012, apenas dejando el gobierno capitalino, en el proyecto que realmente le interesa y al que considera realmente viable: un gobierno de coalición en el que, gane quien gane, ME sea necesariamente considerado en función de que se ha investido de un auténtico Demócrata de Izquierda que debe ser incluido en cualquier combinación con pretensiones de pluralismo.
Ebrard se plantea no hacer campaña en favor de AMLO porque seguirá en el gobierno capitalino hasta el último día de su mandato (aunque sí pudo hacer campaña para sí mismo hasta ahora), no aceptará ninguna candidatura (se hablaba mucho de que sería aspirante a senador y que coordinaría la bancada perredista de izquierda) y se dedicará a velar su feudo presuntamente recién concesionado, que es la capital del país (ya se verán las reacciones del bejaranismo), con la vista puesta en el primero de diciembre de 2012, es decir, en el destino de los gobiernos de coalición que impulsa junto a Manlio Fabio Beltrones. Su objetivo no es julio del año entrante, sino el gabinete presidencial de diciembre. No le ve futuro a la candidatura presidencial de las izquierdas, pero sí a las coaliciones posteriores al momento electoral (por eso prefiere ceder el paso: no es que haya aceptado una derrota en sí; solamente reconoció que viendo los resultados de cierta manera se podría entender que la intención del voto favorecía a AMLO, pero que no pretendía pelear por interpretaciones o porcentajes aunque pudiera hacerlo). Es posible que para su proyecto personal el mejor camino para llegar a 2018 como candidato presidencial sea la derrota en 2012 del persistente López Obrador, del que se está deslindando con artes de judo, y su colocación de él, de Ebrard, como alto funcionario federal en un diseño pluripartidista que entre turbulencias busque dar gobernabilidad al partido triunfador, sea éste el que fuera. Marcelo pretende convertirse en el Juan Ramón de la Fuente para diciembre de 2012 pero con eficacia en términos de reinserción política inmediata.
AMLO se queda al fin con la segunda candidatura presidencial por la que ha trabajado desde 2006. A pesar de la gran crisis a la que condujo Calderón al país, no es a las alforjas del pejismo a las que han ido a caer las esperanzas de cambio, sino a las del PRI, que con Enrique Peña Nieto se cree encaminado inevitablemente de regreso a Los Pinos. Una implacable campaña de difamación, desprestigio y exclusión contra AMLO penetró y se asentó en amplias capas sociales y el propio discurso repetitivo del tabasqueño ayudó a la polarización. Sin embargo, es el único líder social importante de este país, con convocatoria personal más allá de los partidos, y su propuesta reformista de gobierno constituye hoy la única posibilidad de cambio aceptable, aun en términos de supervivencia del propio sistema político actual.
La definición de la candidatura de AMLO inyecta naturales ánimos positivos al segmento duro que le ha acompañado en este largo trayecto y a izquierdistas en general y ciudadanos sin partido que temían rupturas y escándalo que sin lugar a dudas reducirían hasta su extinción las posibilidades de competir seriamente por la Presidencia de la República. Lo visto ayer es lo mejor que podía sucederle a esa izquierda electoral y, aun cuando enfrente tiene el litigio por los tiempos oficiales correspondientes a precampañas internas (que es de suponerse ya no habría), la figura de AMLO es la primera en aparecer con carácter firme en el escenario de la competencia electoral pues, aun cuando Peña Nieto es considerado como un casi seguro candidato del PRI, no cuenta aún con el asentimiento de su adversario interno, Manlio Fabio Beltrones, y en el PAN no hay claridad respecto de quién podría abanderarlo para 2012.
El desenlace incruento del proceso interno del PRD alienta esperanzas de crecimiento de la opción izquierdista y coloca de manera firme a AMLO en la carrera presidencial, pero sería ingenuo creer que la escenografía de ayer desaparece mágicamente los múltiples ingredientes de distorsión, oportunismo y traición que forman parte del recetario tradicional de esa izquierda electoral. La candidatura de AMLO, habrá que tenerlo presente, proviene de un pacto con un conglomerado de intereses que ya en 2006 estuvo bajo sostenidas acusaciones de trabajar desde dentro con intenciones distintas a las del triunfo del tabasqueño y que han desarrollado diversas formas de colaboración con el calderonismo, al que han acabado reconociendo y con el que han hecho afinados planes de trabajo político, como las alianzas PRD-PAN en varias elecciones estatales.
Y, mientras Cocoa sigue en el berrinche porque ella y su hermano recibieron una sopa de su propio chocolate, ¡hasta mañana!
Dedazo en el DF
Inclusión envenenada
Julio Hernández López / Astillero
El ganador es Marcelo Ebrard. Al ceder la candidatura presidencial a Andrés Manuel López Obrador se consolida como la principal figura en la línea de sucesión de la izquierda mexicana, se asigna por contraste las virtudes cuya carencia más se achaca al tabasqueño (el respeto a los resultados adversos, la vocación negociadora y unitaria, el tono moderno y civilizado), se queda tentativamente como franquiciatario del Distrito Federal (tendrá derecho preferente para imponer candidaturas, sobre todo la principal, la que se refiere a la jefatura de gobierno), y descafeína y condiciona la operación política venidera de AMLO, al demandar que haya un taimado proyecto incluyente (es decir, que dé espacio y ganancia a sus aliados principales, Los Chuchos, y a Manuel Camacho, el estratega que ayer se paseaba por los micrófonos mediáticos como orgulloso papá de la nueva criatura).
Pero, sobre todo, Ebrard mete a inversión a mediano plazo las ganancias obtenidas en el episodio de ayer al no entrar abiertamente a la competencia desgastante del mercado de riesgos electorales del año venidero, sino dedicarse a velar los réditos de su capital principal, la ciudad de México, sin aceptar candidatura alguna a puesto de representación popular pero, y he ahí la clave del asunto, quedando en plena disposición para participar a partir de diciembre de 2012, apenas dejando el gobierno capitalino, en el proyecto que realmente le interesa y al que considera realmente viable: un gobierno de coalición en el que, gane quien gane, ME sea necesariamente considerado en función de que se ha investido de un auténtico Demócrata de Izquierda que debe ser incluido en cualquier combinación con pretensiones de pluralismo.
Ebrard se plantea no hacer campaña en favor de AMLO porque seguirá en el gobierno capitalino hasta el último día de su mandato (aunque sí pudo hacer campaña para sí mismo hasta ahora), no aceptará ninguna candidatura (se hablaba mucho de que sería aspirante a senador y que coordinaría la bancada perredista de izquierda) y se dedicará a velar su feudo presuntamente recién concesionado, que es la capital del país (ya se verán las reacciones del bejaranismo), con la vista puesta en el primero de diciembre de 2012, es decir, en el destino de los gobiernos de coalición que impulsa junto a Manlio Fabio Beltrones. Su objetivo no es julio del año entrante, sino el gabinete presidencial de diciembre. No le ve futuro a la candidatura presidencial de las izquierdas, pero sí a las coaliciones posteriores al momento electoral (por eso prefiere ceder el paso: no es que haya aceptado una derrota en sí; solamente reconoció que viendo los resultados de cierta manera se podría entender que la intención del voto favorecía a AMLO, pero que no pretendía pelear por interpretaciones o porcentajes aunque pudiera hacerlo). Es posible que para su proyecto personal el mejor camino para llegar a 2018 como candidato presidencial sea la derrota en 2012 del persistente López Obrador, del que se está deslindando con artes de judo, y su colocación de él, de Ebrard, como alto funcionario federal en un diseño pluripartidista que entre turbulencias busque dar gobernabilidad al partido triunfador, sea éste el que fuera. Marcelo pretende convertirse en el Juan Ramón de la Fuente para diciembre de 2012 pero con eficacia en términos de reinserción política inmediata.
AMLO se queda al fin con la segunda candidatura presidencial por la que ha trabajado desde 2006. A pesar de la gran crisis a la que condujo Calderón al país, no es a las alforjas del pejismo a las que han ido a caer las esperanzas de cambio, sino a las del PRI, que con Enrique Peña Nieto se cree encaminado inevitablemente de regreso a Los Pinos. Una implacable campaña de difamación, desprestigio y exclusión contra AMLO penetró y se asentó en amplias capas sociales y el propio discurso repetitivo del tabasqueño ayudó a la polarización. Sin embargo, es el único líder social importante de este país, con convocatoria personal más allá de los partidos, y su propuesta reformista de gobierno constituye hoy la única posibilidad de cambio aceptable, aun en términos de supervivencia del propio sistema político actual.
La definición de la candidatura de AMLO inyecta naturales ánimos positivos al segmento duro que le ha acompañado en este largo trayecto y a izquierdistas en general y ciudadanos sin partido que temían rupturas y escándalo que sin lugar a dudas reducirían hasta su extinción las posibilidades de competir seriamente por la Presidencia de la República. Lo visto ayer es lo mejor que podía sucederle a esa izquierda electoral y, aun cuando enfrente tiene el litigio por los tiempos oficiales correspondientes a precampañas internas (que es de suponerse ya no habría), la figura de AMLO es la primera en aparecer con carácter firme en el escenario de la competencia electoral pues, aun cuando Peña Nieto es considerado como un casi seguro candidato del PRI, no cuenta aún con el asentimiento de su adversario interno, Manlio Fabio Beltrones, y en el PAN no hay claridad respecto de quién podría abanderarlo para 2012.
El desenlace incruento del proceso interno del PRD alienta esperanzas de crecimiento de la opción izquierdista y coloca de manera firme a AMLO en la carrera presidencial, pero sería ingenuo creer que la escenografía de ayer desaparece mágicamente los múltiples ingredientes de distorsión, oportunismo y traición que forman parte del recetario tradicional de esa izquierda electoral. La candidatura de AMLO, habrá que tenerlo presente, proviene de un pacto con un conglomerado de intereses que ya en 2006 estuvo bajo sostenidas acusaciones de trabajar desde dentro con intenciones distintas a las del triunfo del tabasqueño y que han desarrollado diversas formas de colaboración con el calderonismo, al que han acabado reconociendo y con el que han hecho afinados planes de trabajo político, como las alianzas PRD-PAN en varias elecciones estatales.
Y, mientras Cocoa sigue en el berrinche porque ella y su hermano recibieron una sopa de su propio chocolate, ¡hasta mañana!
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