Democracia, celestina del dinero

Carlos Ramírez / Indicador Político

PARÍS, Francia. Las recientes elecciones en España y los procesos institucionales para deponer a jefes de gobierno en medio de la crisis económica no tienen el propósito de consolidar a la democracia sino de usar este método político para legitimar social y legalmente los programas antisociales para salvar al capitalismo de otro de sus grandes colapsos.

Así, el mapa ideológico, político e institucional ha cambiado en los países ricos. Pero no para bien; el saldo tiene una explicación más compleja que la que quiere señalar que la democracia ha evitado el caos social y político en sistemas de gobierno sólidos: La democracia ha actuado como la alcahueta electoral del capitalismo.

En España, la democracia permitió una nueva alternancia --ahora de centro-izquierda a centro-derecha, aunque las dos grandes formaciones estacionadas en el conservadurismo del centro-- y con ello facilitó la toma de decisiones en el contexto de una severa crisis económica: El PSOE estaba prácticamente paralizado para la toma de decisiones, en tanto que la sociedad ya había comenzado a salir a las calles para protestar contra el modelo capitalista, no contra el desempleo. Ahora el Partido Popular, con una legitimidad política sin precedente, tendrá que adoptar las medidas de ajuste para estabilizar el capitalismo.

En este contexto, la política en su fase electoral ha quedado como un mecanismo al servicio del capitalismo. Por el bono electoral, el PP debiera declarar la moratoria de la deuda y renegociar con los bancos; pero no, Mariano Rajoy no fue electo para ello sino para garantizar, con el apoyo electoral de las mayorías, el pago del servicio de la deuda. Las decisiones de ajuste económico para recuperar el ahorro necesario destinado al pago de los intereses de la deuda que se le debe a los bancos internacionales --sobre todo franceses y alemanes-- ya no funcionaban con el PSOE; ahora el centro-derecha cargará con los costos de la estabilización macroeconómica con el aval electoral de las mayorías.

El sistema democrático electoral, por tanto, se ha convertido en una necesidad legitimadora para la salvación del capitalismo: Silvio Berlusconi no fue depuesto por sus escándalos sexuales sino porque las protestas comenzaban ya a enfocar al capitalismo como el centro de todos los males; en Grecia, el gobierno socialista fue echado del poder por la vía de acuerdos democráticos para instalar en el ejecutivo a un grupo de tecnócratas cuyas funciones sólo tienen que ver con programas de ajuste económico con altos costos sociales adicionales.

El relevo de gobiernos incompetentes ante la crisis se ha dado no para atender las demandas sociales sino para llevar a las decisiones a equipos de trabajo con mayor legitimidad política. Así, los procesos democráticos-electorales son entonces una parte de la maquinaria de dominación política por parte de los intereses dominantes en las redes financieras que mueven al mundo.

Ahí es donde la política y las elecciones democráticas operan como la alcahueta del capitalismo; el nuevo gobierno de España, por ejemplo, tendrá que profundizar el ajuste realizado ya por los socialistas --y darle eficacia-- para restaurar el flujo de ahorro que permita cumplir con los compromisos de la deuda. Así, la verdadera crisis económica de Europa no es de modelo productivo o de excedentes de producción, sino de la opción perversa entre atender las demandas de empleo de la sociedad o cumplir con el pago de la deuda.

Los gobiernos cometieron el error de romper con el equilibrio macroeconómico. La estabilidad se logra por dos caminos: Presupuesto manejable con déficit no mayor a 2% o aumento del gasto sin preocuparse por el ingreso. Lo paradójico de los gobiernos neopopulistas --tanto de izquierda como de derecha-- fue la atención a las demandas sociales con gasto pero sin atender el ingreso fiscal; pero el déficit presupuestal --entre 8% y 14%-- en los países de Europa ahora tendrá que cubrirse con nuevos o mayores impuestos, sólo que ahora no para programas sociales sino para evitar la emisión de circulante y con ello impedir la inflación; y como el dinero del gasto vino de préstamos bancarios, los gobiernos con déficit carecen de fondos para pagar el servicio de su deuda externa.

De ahí que la crisis económica de Europa no sea de modelo económico o social, sino de un esquema financiero basado en la deuda y en el criterio de Keynes de que una nación no puede quebrar financieramente. Pero como los programas de ajuste tipo FMI necesitan de durísimos recortes de gasto y de disminución de actividad económica que siempre produce desempleo, entonces el sistema capitalista encontró en la democracia electoral a la alcahueta que le resuelva el problema de la legitimidad política para las grandes decisiones.

Papandreu, Berlusconi, Zapatero y Sócrates cayeron del poder por no haber resuelto el problema del ajuste con costos sociales y prefirieron la alternancia. No por menos, por ejemplo, miembros de la empresa Goldman and Sachs y del Banco Central Europeo ahora toman las riendas de las decisiones políticas en Grecia, Italia, España y Portugal para aplicar el ajuste ya sin intermediarios políticos incómodos, pero previo paso de legitimación electoral, aunque no deja de ser paradójico que los dos organismos responsables de la entrega irresponsable de créditos y de auto engaños en las cifras oficiales ahora estén en las áreas de decisión ejecutiva de gobiernos.

Al final, el FMI, el Banco Central Europeo, la señora Merkel por Alemania y Sarkozy por Francia no están preocupados por el deterioro social sino por los grandes bancos internacionales en cuyos programas de deuda hubo, por cierto, corrupción, y por la viabilidad del capitalismo. Por eso se apoyan en la alcahueta de la democracia electoral para legitimar nuevos gobiernos que van a responder al sistema financiero internacional y no a los pueblos que los eligieron en las urnas.

Comentarios