Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Los augures de todo signo político dejaron establecido que el PRI regresa a Los Pinos; muchos priistas tiene la certeza absoluta de que el próximo presidente se llama Enrique Peña Nieto, uno y otros pueden estar equivocados. Lo que desconocen son los escollos que hacen de la restauración del presidencialismo mexicano un proyecto inviable, que va en contra de la historia, del sentido común, de la razón y del futuro.
La institución presidencial fue despojada de las atribuciones metaconstitucionales que le permitían ver de soslayo el artículo 87 constitucional. Su desmantelamiento lo inició Miguel de la Madrid Hurtado con la venta de las empresas del Estado. Luego, Carlos Salinas de Gortari vació la Secretaría de Gobernación de sus funciones de control político.
El propio Salinas destruyó varias de las correas de transmisión del oficio de gobierno al reformar el artículo 27 constitucional, pues dejó sin sentido ideológico al agrarismo mexicano, las organizaciones campesinas y, en consecuencia, el sector campesino del PRI; nulificó el contenido ideológico de las Leyes de Reforma al cambiar el 130 y, con el movimiento Solidaridad y su errática política económica de fin de sexenio, se inició el desmantelamiento del corporativismo sindical, lo que rompió otra de las correas de transmisión de poder presidencial, para favorecer un corrimiento en los estamentos sociales que fueron la fuente de legitimidad del presidente de la República en funciones; lo transfirió primero a los empresarios, que con esa fuerza legal en las manos se convierten en poderes fácticos, capaces de imponer agenda y modificar la relación entre el poder político y el origen de su legitimidad.
Dadas las características de la globalización en que México se encuentra inmerso, recuperar los valores ideológicos y políticos que permitirían la restauración del presidencialismo vigente hasta el año 2000, es prácticamente imposible: no se puede meter reversa a las reformas del 27 y el 130 ni readquirir los bienes del Estado; no se puede reconstruir el corporativismo ni al movimiento sindical inexistente, lo que convierte a la institución presidencial en un gigante con pies de barro. ¡Con enorme poder, claro!, pues todavía maneja la hacienda pública y determina quién sí y quién no puede ser legislador, funcionario público, ministro de la SCJN, todo en el ámbito federal, porque perdió su impronta en los poderes estatales.
El que concentre un enorme poder no significa que pueda gobernar, pues carece y carecerá de correas de transmisión y de activos, de allí que resulta atractiva y útil la propuesta de la coalición para ejercer el gobierno, pues lo desmantelado en las organizaciones campesinas, obreras y populares lo acapararon los partidos; en ese sentido la reforma constitucional propuesta por Manlio Fabio Beltrones es solución congruente y viable, porque el futuro es hoy.
Escuchen y reflexionen, no sea que vayan a perder, ganando.
Los augures de todo signo político dejaron establecido que el PRI regresa a Los Pinos; muchos priistas tiene la certeza absoluta de que el próximo presidente se llama Enrique Peña Nieto, uno y otros pueden estar equivocados. Lo que desconocen son los escollos que hacen de la restauración del presidencialismo mexicano un proyecto inviable, que va en contra de la historia, del sentido común, de la razón y del futuro.
La institución presidencial fue despojada de las atribuciones metaconstitucionales que le permitían ver de soslayo el artículo 87 constitucional. Su desmantelamiento lo inició Miguel de la Madrid Hurtado con la venta de las empresas del Estado. Luego, Carlos Salinas de Gortari vació la Secretaría de Gobernación de sus funciones de control político.
El propio Salinas destruyó varias de las correas de transmisión del oficio de gobierno al reformar el artículo 27 constitucional, pues dejó sin sentido ideológico al agrarismo mexicano, las organizaciones campesinas y, en consecuencia, el sector campesino del PRI; nulificó el contenido ideológico de las Leyes de Reforma al cambiar el 130 y, con el movimiento Solidaridad y su errática política económica de fin de sexenio, se inició el desmantelamiento del corporativismo sindical, lo que rompió otra de las correas de transmisión de poder presidencial, para favorecer un corrimiento en los estamentos sociales que fueron la fuente de legitimidad del presidente de la República en funciones; lo transfirió primero a los empresarios, que con esa fuerza legal en las manos se convierten en poderes fácticos, capaces de imponer agenda y modificar la relación entre el poder político y el origen de su legitimidad.
Dadas las características de la globalización en que México se encuentra inmerso, recuperar los valores ideológicos y políticos que permitirían la restauración del presidencialismo vigente hasta el año 2000, es prácticamente imposible: no se puede meter reversa a las reformas del 27 y el 130 ni readquirir los bienes del Estado; no se puede reconstruir el corporativismo ni al movimiento sindical inexistente, lo que convierte a la institución presidencial en un gigante con pies de barro. ¡Con enorme poder, claro!, pues todavía maneja la hacienda pública y determina quién sí y quién no puede ser legislador, funcionario público, ministro de la SCJN, todo en el ámbito federal, porque perdió su impronta en los poderes estatales.
El que concentre un enorme poder no significa que pueda gobernar, pues carece y carecerá de correas de transmisión y de activos, de allí que resulta atractiva y útil la propuesta de la coalición para ejercer el gobierno, pues lo desmantelado en las organizaciones campesinas, obreras y populares lo acapararon los partidos; en ese sentido la reforma constitucional propuesta por Manlio Fabio Beltrones es solución congruente y viable, porque el futuro es hoy.
Escuchen y reflexionen, no sea que vayan a perder, ganando.
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