Jorge Zepeda Patterson
La mano que mece el escándalo
Debe ser ínfima la posibilidad estadística de que se repita la muerte de la misma posición del gabinete (secretario de Gobernación) por la misma causa (tragedia aérea), en el mismo sexenio. La primera puede ser accidente, la segunda lo menos que genera es suspicacia, particularmente tratándose del responsable de la política y la seguridad nacional.
Y sin embargo, las primeras indagatorias sobre el deceso de Francisco Blake Mora sugieren una vez más que el desplome de su helicóptero pudo deberse a un error humano. Por lo menos ese parece ser el consenso entre los medios de comunicación y analistas.
Hace seis años murió Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad Pública del gobierno de Fox, al estrellarse su helicóptero en un paraje montañoso del Estado de México. En aquella ocasión no fue difícil que la opinión pública aceptara la versión oficial del accidente, porque en efecto la nave volaba bajo terribles condiciones atmosféricas. El piloto intentó salir de un banco de nubes y terminó impactándose contra la pared de un cerro.
Más difícil fue aceptar la idea de que Camilo Mouriño y Santiago Vasconcelos, el verdadero exzar contra las drogas, murieron porque el Learjet 45 en el que viajaban sólo mantuvo 4.5 kilómetros de distancia del avión que le precedía y no los seis reglamentarios. Le tomó a Luis Téllez muchos gráficos sobre estelas de turbulencias y dictámenes de expertos para convencer a los mexicanos de que la tragedia área no había sido un operativo del crimen organizado. Algunos sectores de la sociedad mantuvieron su escepticismo, pero en general habría que admitir que Téllez cumplió su tarea. Y dicho sea de paso, el agradecimiento de Calderón fue clave para que el exsecretario de la SCT llegase a la presidencia de la Bolsa Mexicana, a pesar de los escándalos con los que terminó su gestión en el gabinete.
Hoy Dionisio Pérez-Jácome, actual secretario de Comunicaciones y Transportes, tendrá que estar a la altura del mejor Téllez, pues enfrentará a una opinión pública mucho más escéptica. El hecho de que estas aeronaves, Superpuma, no posean caja negra o que el piloto no haya transmitido avisos de alarma, no facilitarán su labor. Toda la evidencia tendrá que estar soportada por reportes técnicos y por la habilidad del equipo de comunicación de la SCT para hacerlos didácticos y verosímiles a ojos de la opinión pública.
Pero incluso, si las tres tragedias han sido meros accidentes ocasionados por errores de los pilotos a cargo, la pregunta sigue siendo pertinente. ¿Por qué sólo les sucede a los responsables de la política y la seguridad pública? Desde luego no son los funcionarios con mayor número de horas de vuelo, como para que la estadística se tenga que cebar en ellos. Hay otros secretarios de Estado vinculados al medio ambiente, a la agricultura, al agua, al sector externo, entre otros, que superan en frecuencia los desplazamientos de los titulares de la Segob o la Seguridad Pública. Hay gobernadores que por la dispersión de las ciudades en su entidad, Sonora o Guanajuato, por ejemplo, están obligados a volar varios días de la semana regularmente.
Las suspicacias no son gratuitas. Y si en verdad las causas de estas tres tragedias obedecen a errores humanos y no a atentados, tendríamos que encontrar alguna lógica que evite refugiarnos en un fatalismo de probabilidad estadística casi inverosímil. Lo único que se me ocurre es que estos funcionarios exigieron a sus pilotos volar en trayectorias de alto riesgo. Quizá sus agendas apretadas y la importancia que atribuyen a su propio cargo, les haya hecho incurrir en riesgos que otros secretarios no están dispuestos a correr. Ramón Martín Huerta desoyó consejos de cancelar o postergar el vuelo. Camilo Mouriño, se afirma, pidió regresar a la ciudad de México en tiempo récord. Blake Mora partió ligeramente demorado (8:45 am) para la ceremonia que debería inaugurar en Cuernavaca (9:00 am).
O quizá todo sea producto del infortunio que no respeta estadísticas ni se ciñe a la razón. Dicen que portero sin suerte no es portero. Probablemente tendríamos que decir lo mismo de la Presidencia. A Calderón le tocó la influenza, la crisis económica del 2009, la recesión posterior de Estados Unidos, el fin de la prosperidad de Pemex y los accidentes aéreos.
Ha sido tan mala su suerte, que achacarle al infortunio la muerte de sus secretarios es el mejor de los escenarios. La verdadera desgracia es que no haya sido una cuestión de suerte sino de operativos intencionados. Pero es tal el abismo que abre esa posibilidad que al régimen sólo le queda abrazarse a la maldición de su mala suerte.
La mano que mece el escándalo
Debe ser ínfima la posibilidad estadística de que se repita la muerte de la misma posición del gabinete (secretario de Gobernación) por la misma causa (tragedia aérea), en el mismo sexenio. La primera puede ser accidente, la segunda lo menos que genera es suspicacia, particularmente tratándose del responsable de la política y la seguridad nacional.
Y sin embargo, las primeras indagatorias sobre el deceso de Francisco Blake Mora sugieren una vez más que el desplome de su helicóptero pudo deberse a un error humano. Por lo menos ese parece ser el consenso entre los medios de comunicación y analistas.
Hace seis años murió Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad Pública del gobierno de Fox, al estrellarse su helicóptero en un paraje montañoso del Estado de México. En aquella ocasión no fue difícil que la opinión pública aceptara la versión oficial del accidente, porque en efecto la nave volaba bajo terribles condiciones atmosféricas. El piloto intentó salir de un banco de nubes y terminó impactándose contra la pared de un cerro.
Más difícil fue aceptar la idea de que Camilo Mouriño y Santiago Vasconcelos, el verdadero exzar contra las drogas, murieron porque el Learjet 45 en el que viajaban sólo mantuvo 4.5 kilómetros de distancia del avión que le precedía y no los seis reglamentarios. Le tomó a Luis Téllez muchos gráficos sobre estelas de turbulencias y dictámenes de expertos para convencer a los mexicanos de que la tragedia área no había sido un operativo del crimen organizado. Algunos sectores de la sociedad mantuvieron su escepticismo, pero en general habría que admitir que Téllez cumplió su tarea. Y dicho sea de paso, el agradecimiento de Calderón fue clave para que el exsecretario de la SCT llegase a la presidencia de la Bolsa Mexicana, a pesar de los escándalos con los que terminó su gestión en el gabinete.
Hoy Dionisio Pérez-Jácome, actual secretario de Comunicaciones y Transportes, tendrá que estar a la altura del mejor Téllez, pues enfrentará a una opinión pública mucho más escéptica. El hecho de que estas aeronaves, Superpuma, no posean caja negra o que el piloto no haya transmitido avisos de alarma, no facilitarán su labor. Toda la evidencia tendrá que estar soportada por reportes técnicos y por la habilidad del equipo de comunicación de la SCT para hacerlos didácticos y verosímiles a ojos de la opinión pública.
Pero incluso, si las tres tragedias han sido meros accidentes ocasionados por errores de los pilotos a cargo, la pregunta sigue siendo pertinente. ¿Por qué sólo les sucede a los responsables de la política y la seguridad pública? Desde luego no son los funcionarios con mayor número de horas de vuelo, como para que la estadística se tenga que cebar en ellos. Hay otros secretarios de Estado vinculados al medio ambiente, a la agricultura, al agua, al sector externo, entre otros, que superan en frecuencia los desplazamientos de los titulares de la Segob o la Seguridad Pública. Hay gobernadores que por la dispersión de las ciudades en su entidad, Sonora o Guanajuato, por ejemplo, están obligados a volar varios días de la semana regularmente.
Las suspicacias no son gratuitas. Y si en verdad las causas de estas tres tragedias obedecen a errores humanos y no a atentados, tendríamos que encontrar alguna lógica que evite refugiarnos en un fatalismo de probabilidad estadística casi inverosímil. Lo único que se me ocurre es que estos funcionarios exigieron a sus pilotos volar en trayectorias de alto riesgo. Quizá sus agendas apretadas y la importancia que atribuyen a su propio cargo, les haya hecho incurrir en riesgos que otros secretarios no están dispuestos a correr. Ramón Martín Huerta desoyó consejos de cancelar o postergar el vuelo. Camilo Mouriño, se afirma, pidió regresar a la ciudad de México en tiempo récord. Blake Mora partió ligeramente demorado (8:45 am) para la ceremonia que debería inaugurar en Cuernavaca (9:00 am).
O quizá todo sea producto del infortunio que no respeta estadísticas ni se ciñe a la razón. Dicen que portero sin suerte no es portero. Probablemente tendríamos que decir lo mismo de la Presidencia. A Calderón le tocó la influenza, la crisis económica del 2009, la recesión posterior de Estados Unidos, el fin de la prosperidad de Pemex y los accidentes aéreos.
Ha sido tan mala su suerte, que achacarle al infortunio la muerte de sus secretarios es el mejor de los escenarios. La verdadera desgracia es que no haya sido una cuestión de suerte sino de operativos intencionados. Pero es tal el abismo que abre esa posibilidad que al régimen sólo le queda abrazarse a la maldición de su mala suerte.
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