Jorge Fernández Menéndez
¿Por qué es tan importante tener absoluta claridad sobre lo ocurrido en la muerte de Francisco Blake Mora? Primero y principal porque es una responsabilidad del Estado preservar la seguridad de los funcionarios de alto nivel y, debido a ello, cuando, por la razón que sea, esa seguridad falla, se haya tratado de un error humano o no lo que ocasionó el accidente, debe haber un estricto deslinde de responsabilidad y un relato pormenorizado de cómo sucedieron los hechos. Y segundo porque, aunque todo parece indicar que se trató de un accidente ocasionado por las condiciones meteorológicas y probablemente a causa de una desorientación del piloto (en circunstancias muy similares hubo un accidente en Oaxaca en 1992 en el que fallecieron varios integrantes del Estado Mayor Presidencial y funcionarios militares o, hace seis años, Ramón Martín Huerta y buena parte de los mandos de la Secretaría de Seguridad Pública), lo cierto es que, en muchos ámbitos, la especulación sobre un atentado perpetrado con lanzamisiles se ha instalado.
El hecho es que las coincidencias suelen ser difíciles de asumir hasta para el presidente Calderón y su equipo y mucho más para la ciudadanía. Hace pocos días se generó todo un debate, un poco soterrado, respecto a si se habían encontrado cohetes tierra aire en un hotel de la Ciudad de México y si existía la posibilidad de que se utilizaran en un atentado. Paradójicamente, siempre se asoció ese hecho a la muerte de Juan Camilo Mouriño. Pero también se generaron versiones nunca del todo desmentidas en el mismo sentido en días pasados cuando se develó la trama del complot Irán-Zetas. Y esa posibilidad ha estado siempre latente entre los escenarios que maneja la seguridad nacional.
No percibo en la muerte de Blake Mora, incluso en forma mucho más clara que en la de Mouriño, que estemos hablando de un atentado, porque además sería difícil especular con él por algunas razones objetivas muy concretas. El vuelo no partió a la hora que estaba estipulada, debido a la niebla existente. Precisamente por ella no siguió el recorrido que debería haber adoptado desde la Ciudad de México para ir a Morelos. Se desvió tanto de esa ruta que incluso pasaron casi dos horas desde cuando se perdió contacto hasta que fue localizado por otras aeronaves del Estado Mayor presidencial. Si el helicóptero hubiera sido atacado por algún tipo de misil tendría que haber sido a poco de despegar o, de otra forma, los atacantes literalmente tendrían que haber adivinado el recorrido que seguiría. Y la existencia del banco de niebla en el lugar donde ocurrió el accidente dificultaría ese ataque. Los testigos, los escasos pobladores del cerro donde se desplomó el TPH 06, aseguran que escucharon sólo el impacto del aparato al chocar. En términos estrictos, si observamos cómo quedaron los restos, no podemos decir que el helicóptero cayó y mucho menos que se desintegró en el aire: por la razón que sea, muy probablemente porque la niebla lo envolvió, el piloto se tuvo que desviar y con ello perdió la orientación, volaba en línea recta y se topó, literalmente, contra la ladera del cerro, eso es lo que explica que los restos se esparcieran también en esa forma.
En esta lógica, suponer que hubo un atentado no parece congruente. Pero tampoco se trata de suponer o de creer: el peritaje oficial debe ser rápido y explícito porque, si no, los grupos criminales ampliarán las especulaciones haciendo creer que cometieron un crimen que operativamente no parecen capaces de hacer. Pero, más allá de eso, siempre hemos dicho que no existen los fantasmas pero, de que los hay, los hay.
La enfermedad de Alonso
Si la muerte de Blake Mora ha sido un duro golpe para la administración de Felipe Calderón, la enfermedad que aqueja a Alonso Lujambio puede dejarlo sin uno de los mejores y más destacados funcionarios.
Alonso, al que sólo cabe desearle la más pronta y mejor recuperación, no sólo es un hombre talentoso y eficiente, sino también uno de los mejores y más confiables operadores que tiene el Presidente en su gabinete.
Lamentablemente, su enfermedad se da en un momento en el que el presidente Calderón necesita todas sus fichas y el destino le ha arrebatado varias de las más importantes. Si el tratamiento de Alonso lo obliga a dejar su responsabilidad en la SEP, su reemplazo no será sencillo, más aún cuando el presidente Calderón ahora, cuando no puede contar plenamente con él, lo necesitaría más que nunca.
Me han preguntado quién podría ir a la Secretaría de Gobernación. No lo sé, pero si de imaginar nombres y perfiles se trata, dentro del círculo cercano al presidente Calderón sólo me imagino a Roberto Gil, su secretario particular, quien ya realiza varias tareas similares; a Javier Lozano por su experiencia, y a Alejandra Sota debido a la cercanía y su involucramiento en tareas de seguridad, aunque ella es su principal operadora en Los Pinos (y un cuarto nombre que no habría en absoluto que descartar y que quizás sea el más probable, por formación y experiencia: Alejandro Poiré).
¿Por qué es tan importante tener absoluta claridad sobre lo ocurrido en la muerte de Francisco Blake Mora? Primero y principal porque es una responsabilidad del Estado preservar la seguridad de los funcionarios de alto nivel y, debido a ello, cuando, por la razón que sea, esa seguridad falla, se haya tratado de un error humano o no lo que ocasionó el accidente, debe haber un estricto deslinde de responsabilidad y un relato pormenorizado de cómo sucedieron los hechos. Y segundo porque, aunque todo parece indicar que se trató de un accidente ocasionado por las condiciones meteorológicas y probablemente a causa de una desorientación del piloto (en circunstancias muy similares hubo un accidente en Oaxaca en 1992 en el que fallecieron varios integrantes del Estado Mayor Presidencial y funcionarios militares o, hace seis años, Ramón Martín Huerta y buena parte de los mandos de la Secretaría de Seguridad Pública), lo cierto es que, en muchos ámbitos, la especulación sobre un atentado perpetrado con lanzamisiles se ha instalado.
El hecho es que las coincidencias suelen ser difíciles de asumir hasta para el presidente Calderón y su equipo y mucho más para la ciudadanía. Hace pocos días se generó todo un debate, un poco soterrado, respecto a si se habían encontrado cohetes tierra aire en un hotel de la Ciudad de México y si existía la posibilidad de que se utilizaran en un atentado. Paradójicamente, siempre se asoció ese hecho a la muerte de Juan Camilo Mouriño. Pero también se generaron versiones nunca del todo desmentidas en el mismo sentido en días pasados cuando se develó la trama del complot Irán-Zetas. Y esa posibilidad ha estado siempre latente entre los escenarios que maneja la seguridad nacional.
No percibo en la muerte de Blake Mora, incluso en forma mucho más clara que en la de Mouriño, que estemos hablando de un atentado, porque además sería difícil especular con él por algunas razones objetivas muy concretas. El vuelo no partió a la hora que estaba estipulada, debido a la niebla existente. Precisamente por ella no siguió el recorrido que debería haber adoptado desde la Ciudad de México para ir a Morelos. Se desvió tanto de esa ruta que incluso pasaron casi dos horas desde cuando se perdió contacto hasta que fue localizado por otras aeronaves del Estado Mayor presidencial. Si el helicóptero hubiera sido atacado por algún tipo de misil tendría que haber sido a poco de despegar o, de otra forma, los atacantes literalmente tendrían que haber adivinado el recorrido que seguiría. Y la existencia del banco de niebla en el lugar donde ocurrió el accidente dificultaría ese ataque. Los testigos, los escasos pobladores del cerro donde se desplomó el TPH 06, aseguran que escucharon sólo el impacto del aparato al chocar. En términos estrictos, si observamos cómo quedaron los restos, no podemos decir que el helicóptero cayó y mucho menos que se desintegró en el aire: por la razón que sea, muy probablemente porque la niebla lo envolvió, el piloto se tuvo que desviar y con ello perdió la orientación, volaba en línea recta y se topó, literalmente, contra la ladera del cerro, eso es lo que explica que los restos se esparcieran también en esa forma.
En esta lógica, suponer que hubo un atentado no parece congruente. Pero tampoco se trata de suponer o de creer: el peritaje oficial debe ser rápido y explícito porque, si no, los grupos criminales ampliarán las especulaciones haciendo creer que cometieron un crimen que operativamente no parecen capaces de hacer. Pero, más allá de eso, siempre hemos dicho que no existen los fantasmas pero, de que los hay, los hay.
La enfermedad de Alonso
Si la muerte de Blake Mora ha sido un duro golpe para la administración de Felipe Calderón, la enfermedad que aqueja a Alonso Lujambio puede dejarlo sin uno de los mejores y más destacados funcionarios.
Alonso, al que sólo cabe desearle la más pronta y mejor recuperación, no sólo es un hombre talentoso y eficiente, sino también uno de los mejores y más confiables operadores que tiene el Presidente en su gabinete.
Lamentablemente, su enfermedad se da en un momento en el que el presidente Calderón necesita todas sus fichas y el destino le ha arrebatado varias de las más importantes. Si el tratamiento de Alonso lo obliga a dejar su responsabilidad en la SEP, su reemplazo no será sencillo, más aún cuando el presidente Calderón ahora, cuando no puede contar plenamente con él, lo necesitaría más que nunca.
Me han preguntado quién podría ir a la Secretaría de Gobernación. No lo sé, pero si de imaginar nombres y perfiles se trata, dentro del círculo cercano al presidente Calderón sólo me imagino a Roberto Gil, su secretario particular, quien ya realiza varias tareas similares; a Javier Lozano por su experiencia, y a Alejandra Sota debido a la cercanía y su involucramiento en tareas de seguridad, aunque ella es su principal operadora en Los Pinos (y un cuarto nombre que no habría en absoluto que descartar y que quizás sea el más probable, por formación y experiencia: Alejandro Poiré).
Comentarios