Elecciones erradas

Fintas a tres voces
Bucareli: cuatro caídas
Especulaciones aéreas

Julio Hernández López / Astillero


No puede emerger una autoridad consolidada de un proceso tan sucio como el que se ha vivido en Michoacán. Ya podrán adjudicarse los candidatos todos los triunfos exprés que se les antoje, pero han envenenado las aguas políticas y han prostituido la vida institucional, así que sus proclamas victoriosas y el desenlace técnico al que se llegue no son más que tramos porosos en espera de soluciones políticas y sociales de fondo.

A primera hora todos se dan por ganadores. Cocoa lo hace con más enjundia, apoyada por un Gustavo Madero que demuestra pésima madera de actor a la hora de fingir alegría mayúscula por el presunto triunfo de la hermana del Primer Hermano. Fausto Vallejo le apuesta a la supuesta solidez y asegura al respetable público que él no andaría engañando con números falsos si el triunfo no estuviera asegurado. Y el rezagado Silvano Aureoles hace esfuerzos casi dolorosos por aparentar que también está convencido de que él ganó o de un virtual empate con el priísta Vallejo. Tres candidatos distintos y un solo drama michoacano verdadero.

Juegos numéricos sin sustento para ocultar el mal de fondo: las elecciones de Michoacán fueron sistemática y sustancialmente adulteradas desde el inicio, con una candidata familiar apoyada de manera abierta por la administración federal, más un aspirante priísta respaldado por la maquinaria oscura del cártel tricolor de gobernadores y ex gobernadores, y un perredista al que no impulsaron ni algunos de sus principales compañeros de partido y que hubo de cargar a cuestas con el demérito de la deplorable gubernatura de Leonel Godoy. En ese pleito de mafias, lo más natural es que la disputa de territorios y mercados vaya mucho más allá de lo que una sana competencia daría por terminado en ciertos plazos y términos. PAN y PRI parecen encaminarse a una reyerta mayor, con tramos dedicados a la letra jurídica y otros a la marrullería y el golpeteo directo.

El espectáculo electoral de Michoacán concede apenas unas horas de máxima relevancia al tema de la muerte del secretario de Gobernación y siete personas más, que a su vez desplazó del foco de atención temas como, por ejemplo, el terrible golpe asestado por Human Rights Watch al gobierno calderonista de la muerte. La sucesión implacable de temas de escándalo concede caducidad cada vez más breve a los asuntos que en otras circunstancias recibirían prolongada atención.

José Francisco Blake Mora fue colocado en un primer nivel nacional a pesar de que solamente era un mediano cuadro de la política de Baja California. De secretario de Gobierno de una entidad a secretario de Gobernación del país entero, por obra y gracia de la amistad tejida años atrás en San Lázaro con Felipe Calderón (en un lance de improvisación, por puro cuatachismo, como la realizada por el propio FC con el antecesor de Blake, en términos administrativos y aéreos, Juan Camilo Mouriño).

Cuatro secretarios de Gobernación y cuatro fracasos: a Francisco Ramírez Acuña lo destripó el propio Calderón al despojarlo de mando real para pasarlo al favorito de Los Pinos, el mencionado Mouriño. Luego, el funcionario nacido en Madrid se enredaría entre las pitas de los negocios familiares al amparo del poder y, cuando se especulaba respecto de su necesaria salida de Bucareli, tuvo el fin trágico por todos conocido. Al relevo entró Fernando Gómez Mont, que también fue destripado por Calderón al declararse ignorante de los convenios contra coaliciones PAN-PRD que con conocimiento y autorización de Felipe se habían firmado en Gobernación. Y el caso de Blake, a quien Los Pinos también metió una cuña mediante Roberto Gil, el secretario particular al que Calderón dio facultades propias de la Secretaría de Gobernación, como adelanto de las sostenidas intenciones de llevarlo a esa oficina.

La insólita segunda caída mortal de un secretario de Gobernación (casi en el tercer aniversario de la anterior, apenas una semana después) generó de inmediato suspicacia pública a la que el propio calderonismo incentivó con torpes reacciones como la de adelantar, apenas unas horas después de lo sucedido con el helicóptero en que viajaba Blake, la posibilidad de que se debiera a condiciones de nubosidad y mala visibilidad. Tan irresponsable es a estas alturas abonar a la tesis del atentado como tratar de inducir en la opinión pública una percepción temprana de supresión de esa posibilidad que es sensatamente aceptable en el abanico a investigar, en cuanto el funcionario muerto tenía un papel relevante en el contexto de la guerra contra el narcotráfico.

Blake tenía entre sus pocas credenciales para lucir en el foro nacional el presunto carácter de operador estrella de la coordinación entre fuerzas federales y estatales que en Baja California redujeron la fuerza y presencia del cártel de los Arellano Félix y llevaron a prisión a varios de sus principales líderes, uno de ellos Juan Francisco Sillas Rocha, apodado El Sillas o El Rueda, apresado por militares apenas tres días antes del accidente de Blake. Sillas era, según la información dada a conocer, la mano derecha de Fernando Sánchez Arellano, conocido como El ingeniero, actual jefe de lo que queda del antes poderoso CAF. También se adjudicaba a Blake la responsabilidad del operativo contra Jorge Hank Rhon, con quien habría buscado competir por la gubernatura de BC.

Un día antes de la caída del helicóptero referido había sido capturado Ovidio Limón, presunto operador de primera línea del cártel de Sinaloa y uno de los diez líderes mexicanos del narcotráfico más buscados por Estados Unidos. Tal hecho tiene especial relevancia si se toma en cuenta el interés electoral de Los Pinos y la Casa Blanca por fortalecerse con golpes espectaculares, como sería la aprehensión del presunto favorito de esos poderes, Joaquín Guzmán El Chapo, hasta ahora tocado apenas de manera tangencial y beneficiario inequívoco de las maniobras del poder mexicano que ahora analiza las posibilidades de romper algunas alianzas y tejer nuevas. ¡Hasta mañana!

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