Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Sorprende la simplicidad del análisis sobre las oportunidades de Andrés Manuel López Obrador de hacerse con la silla del águila, una vez que las autoproclamadas izquierdas le dieron su bendición. Dicen, en la falta de rigor, que es la “revancha” del candidato, cuando lo que ocurre -debido a la confrontación entre mexicanos auspiciada, favorecida, cultivada por el discurso presidencial, el resultado de la guerra de Calderón y la criminalización de las víctimas al convertirlas en falsos positivos- es de una dimensión que trasciende lo previsto por los otros contendientes: es la segunda oportunidad de esa parte de la sociedad que estuvo a 0.56 por ciento de impulsar un modelo político distinto al que hoy, y desde hace una década al menos, está agotado.
Para fortuna de quienes lo mantienen satanizado, el candidato López Obrador parece estar desorbitado en sus propuestas iniciales, pero consideren, quienes así lo piensan, que para cuando sean las elecciones habrá dedicado los últimos 12 años de su vida a hacer campaña, pues en alcanzar el poder se empeñó desde el momento en que se convirtió en el tercer jefe de gobierno del Distrito Federal, y consideren también que dadas las características de su postulación, deberá suspender la precampaña y aguantarse las ganas hasta que los tiempos oficiales se lo permitan, mientras que los otros contendientes pueden alargar su presencia en los medios hasta marzo.
¿Creen que guardará silencio hasta que la ley lo autorice a promoverse? Lo dudo, porque no es un recién llegado en estas lides, hará hasta lo imposible para estar presente en el ánimo de la sociedad con propuestas inteligentes y que vayan más allá de lo que puedan ofertar quienes estén como precandidatos o que, si así lo deciden los priistas, que deban guardar silencio por apostar también a una candidatura única.
No me da la imaginación para conocer, determinar, entrever la manera en que sacará a las fuerzas armadas de las calles en seis meses, como esa locura de crear tantos millones de empleos en corto tiempo, con la idea de quitar a la delincuencia organizada su fuente de aprovisionamiento de carne de cañón, ni tampoco concibo cómo se quitará el sambenito con el cual lo etiquetó Calderón y la manera en que convocará a una República “amorosa”, lejos de la confrontación a la que está acostumbrado.
Pareciera que falta mucho tiempo, pero la realidad es que buena parte de la sociedad está agotada por la confrontación alentada desde el gobierno del cambio, por lo que se volcará sobre la propuesta que le ofrezca garantías mínimas de renovar el contrato social, pero no sobre el mismo modelo, sino sobre una oferta de transición viable y que reconcilie lo que debido al PAN parece imposible: tener otra vez esperanza.
No lo olviden los dueños del balón, hay una buena parte de la sociedad que no querrá quedarse al 0.56 por ciento de iniciar un cambio. ¿Con quién?
Sorprende la simplicidad del análisis sobre las oportunidades de Andrés Manuel López Obrador de hacerse con la silla del águila, una vez que las autoproclamadas izquierdas le dieron su bendición. Dicen, en la falta de rigor, que es la “revancha” del candidato, cuando lo que ocurre -debido a la confrontación entre mexicanos auspiciada, favorecida, cultivada por el discurso presidencial, el resultado de la guerra de Calderón y la criminalización de las víctimas al convertirlas en falsos positivos- es de una dimensión que trasciende lo previsto por los otros contendientes: es la segunda oportunidad de esa parte de la sociedad que estuvo a 0.56 por ciento de impulsar un modelo político distinto al que hoy, y desde hace una década al menos, está agotado.
Para fortuna de quienes lo mantienen satanizado, el candidato López Obrador parece estar desorbitado en sus propuestas iniciales, pero consideren, quienes así lo piensan, que para cuando sean las elecciones habrá dedicado los últimos 12 años de su vida a hacer campaña, pues en alcanzar el poder se empeñó desde el momento en que se convirtió en el tercer jefe de gobierno del Distrito Federal, y consideren también que dadas las características de su postulación, deberá suspender la precampaña y aguantarse las ganas hasta que los tiempos oficiales se lo permitan, mientras que los otros contendientes pueden alargar su presencia en los medios hasta marzo.
¿Creen que guardará silencio hasta que la ley lo autorice a promoverse? Lo dudo, porque no es un recién llegado en estas lides, hará hasta lo imposible para estar presente en el ánimo de la sociedad con propuestas inteligentes y que vayan más allá de lo que puedan ofertar quienes estén como precandidatos o que, si así lo deciden los priistas, que deban guardar silencio por apostar también a una candidatura única.
No me da la imaginación para conocer, determinar, entrever la manera en que sacará a las fuerzas armadas de las calles en seis meses, como esa locura de crear tantos millones de empleos en corto tiempo, con la idea de quitar a la delincuencia organizada su fuente de aprovisionamiento de carne de cañón, ni tampoco concibo cómo se quitará el sambenito con el cual lo etiquetó Calderón y la manera en que convocará a una República “amorosa”, lejos de la confrontación a la que está acostumbrado.
Pareciera que falta mucho tiempo, pero la realidad es que buena parte de la sociedad está agotada por la confrontación alentada desde el gobierno del cambio, por lo que se volcará sobre la propuesta que le ofrezca garantías mínimas de renovar el contrato social, pero no sobre el mismo modelo, sino sobre una oferta de transición viable y que reconcilie lo que debido al PAN parece imposible: tener otra vez esperanza.
No lo olviden los dueños del balón, hay una buena parte de la sociedad que no querrá quedarse al 0.56 por ciento de iniciar un cambio. ¿Con quién?
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