Gobiernos impúdicos
Consorcios ladrones
Carlos Fernández-Vega / México SA
La policía vigila a manifestantes del movimiento indignados que protestan frente a la catedral de San Pablo, en Londres. A lo largo de Europa se han multiplicado demostraciones inspiradas en el movimiente Ocupa Wall Street, que expresan la frustración social ante la profunda desigualdad económicaFoto Ap
T
oma fuerza y forma el movimiento de los indignados: trasciende fronteras, se globaliza, y va contra la codicia de bancos y corporaciones empresariales que impúdicamente saquean países y sociedades. Desde Sidney, Australia, hasta Oakland, California, una ola de protestas cubrió ayer el mundo, siguiendo a lo largo del día la iniciativa de los indignados de Madrid y el movimiento estadunidense Ocupa Wall Street, reseña La Jornada. Habitantes de 951 ciudades –incluida la de México– en 82 países hacen suyo el reclamo, se suman al reclamo y se manifiestan contra el hambre y la falta de bienestar, contra el sistema financiero y las ignominiosas fortunas, contra los causantes de la crisis y el consabido cobro de factura a la tradicional carne de cañón del gran capital. Es el comienzo del siglo XXI, corean entusiasmados.
Pero en todo esto, aparentemente, un grupo de culpables pretende pasar a un muy lejano segundo término, por lo que es fundamental subrayar que los voraces cuan obscenos bancos y corporativos no hubieran llegado adonde están, ni sus alforjas estarían rebosantes mientras la gente muere de hambre, sin la decidida participación de los gobiernos y su total sumisión a los intereses del gran capital a la hora de entregarle totalmente sus respectivos países y sociedades. Nadie se mantiene impune sin el consentimiento del poder político, y éste a lo largo y ancho de planeta no sólo ha garantizado impunidad y atraco, sino que los ha fomentado y en no pocas ocasiones legalizado. Son los bancos, los corporativos y sus dueños, sí, pero de la mano de mandatarios, congresistas y demás fauna de la clase política en cada una de esas naciones, así como en los organismos multilaterales.
También la ciudadanía tiene responsabilidad en esta lúgubre historia: pasiva, desmovilizada, contribuyó a que esos impúdicos bancos, corporativos y gobiernos avanzaran y arrasaran. Creyó en el canto de las sirenas neoliberales de que, por decreto, el mercado todo lo corrige, todo lo equilibra, todo lo distribuye. Nada más falso, pues en los hechos el círculo de privilegiados se estrechó aún más, mientras el de la miseria y la inequidad se abrió descomunal y permanentemente. Pero 30 años atrás esa ciudadanía dio por buena la promesa de la tenebrosa dupla Reagan-Thatcher, suscrita y aplaudida por su séquito de gobiernos y organismos gerenciales, de que el nuevo modelo económico brindaría paz, bienestar, modernidad y sobre todo equidad a todos los seres humanos. En realidad fue el pretexto para dar inicio al mayor saqueo de que se tenga memoria, en el entendido de que antes se saqueaban países, regiones o continentes, y ahora saquean a la humanidad toda. Pero la ciudadanía olvidó que así como la avaricia y el saqueo constituyen el ADN del gran capital, la mentira y la complicidad son el ADN de los políticos.
Muchas han sido las crisis registradas en esos 30 años de modernidad, con espeluznantes costos sociales, pero la que comenzó en 2008 y aún nos acompaña, ha sido la primera realmente global. A unos más, a otros menos, pero ha pegado en todos los países, y los gobiernos han procedido de la misma manera en todas: con promesas y sin dar golpe, pues lejos de corregirla han fortalecido la causa del estallido; lejos de contener la voracidad de bancos y corporativos, en su calidad de cómplices les han dado mayor margen de saqueo y mayor poder a los barones, si ello es posible a estas alturas; lejos de proteger el interés nacional y el bienestar social de sus respectivos países, los han destrozado y le han pasado la factura a los ciudadanos, siempre en busca de la solución. ¿Hasta dónde? Dependerá de esa ciudadanía, ahora sí, por lo visto, realmente indignada y con muchas ganas de frenar el saqueo y participar en la toma de decisiones. Eso sí, se requiere algo más que música, bailes, pancartas y cánticos para lograr el cambio real y evitar que la masa pague las crisis financieras.
Lamentablemente, la ciudadanía transita de desilusión en desilusión, porque hasta ahora no hay poder público que meta en orden al poder privado, porque el primero está al servicio del segundo. Y en este contexto, Barack Obama prometió frenar el saqueo de los banqueros y evitar la voracidad del mercado, porque “esta vez tiene que ser diferente… porque una nación no puede ser próspera cuando sólo favorece a los más ricos… porque han acabado los tiempos de la protección de intereses mezquinos”. En realidad fue al revés: han sido los banqueros y los grandes corporativos quienes pusieron en orden, el suyo, a Obama, impidieron cualquier tipo de regulación, confirmaron su estatus de únicos favorecidos y su mezquindad alcanza grado superlativo.
¿Qué fue de aquel Barack Obama que anunciaba que “el cambio ha llegado a América”? El mismo que en su toma de posesión aseguró que “hoy se marca un nuevo amanecer en el liderazgo de Estados Unidos… Nuestra economía está gravemente afectada, como consecuencia de la avaricia e irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo en tomar las decisiones difíciles y en preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido hogares, puestos de trabajo, varias empresas debieron cerrar. Nuestro sistema de salud es demasiado costoso y nuestras escuelas dejan de lado a muchos de nuestros niños. Estos son indicadores de la crisis, basados en datos y estadísticas. Han acabado los tiempos del inmovilismo, de la protección de intereses mezquinos. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos sometidos a prueba nos negamos a abandonar el desafío, que no nos echamos atrás ni vacilamos…”.
¿Dónde quedó Obama? Del mismo lado que los otros gobiernos, congresos, partidos políticos y demás mezquinos que han llevado al planeta a la modernidad (léase neofeudalismo). Lo engulló el sistema que prometió combatir. Por eso, ¡que vivan los indignados!, porque como bien subrayan Noam Chomsky, Eduardo Galeano, Naomi Klein y demás intelectuales que suscribieron un manifiesto a favor de los indignados, los ciudadanos del mundo debemos recuperar el control sobre las decisiones que nos afectan a todos los niveles, de global a local. Esto es democracia global. Esto es lo que hoy exigimos.
Las rebanadas del pastel
Mientras el Banco de México apesta el discurso calderonista sobre la solidez económica del país (el crecimiento se deteriora, advierte el organismo), va un fuerte abrazo, junto con mi agradecimiento por su cálida recepción, para todos los compas de la CND-Morena Ajusco Medio.
Consorcios ladrones
Carlos Fernández-Vega / México SA
La policía vigila a manifestantes del movimiento indignados que protestan frente a la catedral de San Pablo, en Londres. A lo largo de Europa se han multiplicado demostraciones inspiradas en el movimiente Ocupa Wall Street, que expresan la frustración social ante la profunda desigualdad económicaFoto Ap
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oma fuerza y forma el movimiento de los indignados: trasciende fronteras, se globaliza, y va contra la codicia de bancos y corporaciones empresariales que impúdicamente saquean países y sociedades. Desde Sidney, Australia, hasta Oakland, California, una ola de protestas cubrió ayer el mundo, siguiendo a lo largo del día la iniciativa de los indignados de Madrid y el movimiento estadunidense Ocupa Wall Street, reseña La Jornada. Habitantes de 951 ciudades –incluida la de México– en 82 países hacen suyo el reclamo, se suman al reclamo y se manifiestan contra el hambre y la falta de bienestar, contra el sistema financiero y las ignominiosas fortunas, contra los causantes de la crisis y el consabido cobro de factura a la tradicional carne de cañón del gran capital. Es el comienzo del siglo XXI, corean entusiasmados.
Pero en todo esto, aparentemente, un grupo de culpables pretende pasar a un muy lejano segundo término, por lo que es fundamental subrayar que los voraces cuan obscenos bancos y corporativos no hubieran llegado adonde están, ni sus alforjas estarían rebosantes mientras la gente muere de hambre, sin la decidida participación de los gobiernos y su total sumisión a los intereses del gran capital a la hora de entregarle totalmente sus respectivos países y sociedades. Nadie se mantiene impune sin el consentimiento del poder político, y éste a lo largo y ancho de planeta no sólo ha garantizado impunidad y atraco, sino que los ha fomentado y en no pocas ocasiones legalizado. Son los bancos, los corporativos y sus dueños, sí, pero de la mano de mandatarios, congresistas y demás fauna de la clase política en cada una de esas naciones, así como en los organismos multilaterales.
También la ciudadanía tiene responsabilidad en esta lúgubre historia: pasiva, desmovilizada, contribuyó a que esos impúdicos bancos, corporativos y gobiernos avanzaran y arrasaran. Creyó en el canto de las sirenas neoliberales de que, por decreto, el mercado todo lo corrige, todo lo equilibra, todo lo distribuye. Nada más falso, pues en los hechos el círculo de privilegiados se estrechó aún más, mientras el de la miseria y la inequidad se abrió descomunal y permanentemente. Pero 30 años atrás esa ciudadanía dio por buena la promesa de la tenebrosa dupla Reagan-Thatcher, suscrita y aplaudida por su séquito de gobiernos y organismos gerenciales, de que el nuevo modelo económico brindaría paz, bienestar, modernidad y sobre todo equidad a todos los seres humanos. En realidad fue el pretexto para dar inicio al mayor saqueo de que se tenga memoria, en el entendido de que antes se saqueaban países, regiones o continentes, y ahora saquean a la humanidad toda. Pero la ciudadanía olvidó que así como la avaricia y el saqueo constituyen el ADN del gran capital, la mentira y la complicidad son el ADN de los políticos.
Muchas han sido las crisis registradas en esos 30 años de modernidad, con espeluznantes costos sociales, pero la que comenzó en 2008 y aún nos acompaña, ha sido la primera realmente global. A unos más, a otros menos, pero ha pegado en todos los países, y los gobiernos han procedido de la misma manera en todas: con promesas y sin dar golpe, pues lejos de corregirla han fortalecido la causa del estallido; lejos de contener la voracidad de bancos y corporativos, en su calidad de cómplices les han dado mayor margen de saqueo y mayor poder a los barones, si ello es posible a estas alturas; lejos de proteger el interés nacional y el bienestar social de sus respectivos países, los han destrozado y le han pasado la factura a los ciudadanos, siempre en busca de la solución. ¿Hasta dónde? Dependerá de esa ciudadanía, ahora sí, por lo visto, realmente indignada y con muchas ganas de frenar el saqueo y participar en la toma de decisiones. Eso sí, se requiere algo más que música, bailes, pancartas y cánticos para lograr el cambio real y evitar que la masa pague las crisis financieras.
Lamentablemente, la ciudadanía transita de desilusión en desilusión, porque hasta ahora no hay poder público que meta en orden al poder privado, porque el primero está al servicio del segundo. Y en este contexto, Barack Obama prometió frenar el saqueo de los banqueros y evitar la voracidad del mercado, porque “esta vez tiene que ser diferente… porque una nación no puede ser próspera cuando sólo favorece a los más ricos… porque han acabado los tiempos de la protección de intereses mezquinos”. En realidad fue al revés: han sido los banqueros y los grandes corporativos quienes pusieron en orden, el suyo, a Obama, impidieron cualquier tipo de regulación, confirmaron su estatus de únicos favorecidos y su mezquindad alcanza grado superlativo.
¿Qué fue de aquel Barack Obama que anunciaba que “el cambio ha llegado a América”? El mismo que en su toma de posesión aseguró que “hoy se marca un nuevo amanecer en el liderazgo de Estados Unidos… Nuestra economía está gravemente afectada, como consecuencia de la avaricia e irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo en tomar las decisiones difíciles y en preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido hogares, puestos de trabajo, varias empresas debieron cerrar. Nuestro sistema de salud es demasiado costoso y nuestras escuelas dejan de lado a muchos de nuestros niños. Estos son indicadores de la crisis, basados en datos y estadísticas. Han acabado los tiempos del inmovilismo, de la protección de intereses mezquinos. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos sometidos a prueba nos negamos a abandonar el desafío, que no nos echamos atrás ni vacilamos…”.
¿Dónde quedó Obama? Del mismo lado que los otros gobiernos, congresos, partidos políticos y demás mezquinos que han llevado al planeta a la modernidad (léase neofeudalismo). Lo engulló el sistema que prometió combatir. Por eso, ¡que vivan los indignados!, porque como bien subrayan Noam Chomsky, Eduardo Galeano, Naomi Klein y demás intelectuales que suscribieron un manifiesto a favor de los indignados, los ciudadanos del mundo debemos recuperar el control sobre las decisiones que nos afectan a todos los niveles, de global a local. Esto es democracia global. Esto es lo que hoy exigimos.
Las rebanadas del pastel
Mientras el Banco de México apesta el discurso calderonista sobre la solidez económica del país (el crecimiento se deteriora, advierte el organismo), va un fuerte abrazo, junto con mi agradecimiento por su cálida recepción, para todos los compas de la CND-Morena Ajusco Medio.
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