José Carreño Figueras
En un viaje lleno de significados, Andrés Manuel López Obrador visitará Washington la próxima semana y ofrecerá al menos una charla copatrocinada por los centros de estudio y análisis Dialogo Interamericano y Centro Woodrow Wilson para la Paz.
Para algunos representa un paso importante en la evolución política de López Obrador y en alguna medida un esfuerzo por presentar una imagen mas moderna y de apertura al mundo aunque sin olvidar sus posiciones. Hace unos días indicó por ejemplo que México y Estados Unidos deberían tener una alianza para el desarrollo pero sin ángulos militares y en un marco de respeto porque ”no queremos ser colonia de ninguna nación”.
Es un viaje que debió haber hecho hace seis años, no tanto por la conversación con la intelectualidad -y a través de ella el poder- estadounidense sino porque en aquel entonces hubiera sido una forma de dirigirse a sectores de la sociedad mexicana, en especial la clase media, preocupados por su retórica y algunas de sus actitudes.
Hace cinco o seis años se le había propuesto ir a Nueva York, donde no le faltarían tribunas y menos cuando tenía la simpatía de Jim Jones, exembajador estadounidense en México durante la época de Bill Clinton y antes que eso, diputado demócrata y presidente de la Bolsa de Valores.
Aparecer ante inversionistas de Wall Street o ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York o la Sociedad de las Américas no estaba fuera del alcance, y hablar desde esa tribuna a los sectores mexicanos con miedo hubiera sido un “hit”, allá y en México
Pero no lo hizo.
Contra lo que muchos piensan, al gobierno estadounidense no tenia mayores problemas de entrada con la idea de un gobierno lopezobradorista. A los vecinos les interesa sobre todo la estabilidad y una relación clara, y los contactos con AMLO habían sido tan positivos en ese sentido, que no tenían temor a la eventual llegada de AMLO al poder. Sin mencionarlo por nombre, así lo hizo saber el entonces presidente George W. Bush, en marzo de 2006, cuando López Obrador estaba en la cúspide de las encuestas de opinión.
Y la verdad, quien sabe que hubiera pasado si AMLO hubiera viajado entonces. Tal vez, con el discurso adecuado, hubiera podido usar el púlpito neoyorquino para tranquilizar a inversionistas extranjeros y de paso a los nacionales, tanto como a las clases medias alarmadas por sus discursos y desplantes, las polémicas significadas por los calificativos de “pirrurris” y de “mesiánico”.
Es viable afirmar que la aparición de López Obrador el martes ante los grupos Diálogo Interamericano y Woodrow Wilson Center, respetados y académicamente sólidos, será el centro de una considerable curiosidad en círculos latinoamericanos o latinoamericanistas de la capital estadounidense.
Pero la verdad, es difícil pensar que tenga el mismo impacto que hubiera tenido ese viaje no hecho hace seis años. Si lo hubiera hecho, tal vez hoy expresaríamos quejas por el desempeño, no del presidente Felipe Calderón sino del presidente López Obrador.
En un viaje lleno de significados, Andrés Manuel López Obrador visitará Washington la próxima semana y ofrecerá al menos una charla copatrocinada por los centros de estudio y análisis Dialogo Interamericano y Centro Woodrow Wilson para la Paz.
Para algunos representa un paso importante en la evolución política de López Obrador y en alguna medida un esfuerzo por presentar una imagen mas moderna y de apertura al mundo aunque sin olvidar sus posiciones. Hace unos días indicó por ejemplo que México y Estados Unidos deberían tener una alianza para el desarrollo pero sin ángulos militares y en un marco de respeto porque ”no queremos ser colonia de ninguna nación”.
Es un viaje que debió haber hecho hace seis años, no tanto por la conversación con la intelectualidad -y a través de ella el poder- estadounidense sino porque en aquel entonces hubiera sido una forma de dirigirse a sectores de la sociedad mexicana, en especial la clase media, preocupados por su retórica y algunas de sus actitudes.
Hace cinco o seis años se le había propuesto ir a Nueva York, donde no le faltarían tribunas y menos cuando tenía la simpatía de Jim Jones, exembajador estadounidense en México durante la época de Bill Clinton y antes que eso, diputado demócrata y presidente de la Bolsa de Valores.
Aparecer ante inversionistas de Wall Street o ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York o la Sociedad de las Américas no estaba fuera del alcance, y hablar desde esa tribuna a los sectores mexicanos con miedo hubiera sido un “hit”, allá y en México
Pero no lo hizo.
Contra lo que muchos piensan, al gobierno estadounidense no tenia mayores problemas de entrada con la idea de un gobierno lopezobradorista. A los vecinos les interesa sobre todo la estabilidad y una relación clara, y los contactos con AMLO habían sido tan positivos en ese sentido, que no tenían temor a la eventual llegada de AMLO al poder. Sin mencionarlo por nombre, así lo hizo saber el entonces presidente George W. Bush, en marzo de 2006, cuando López Obrador estaba en la cúspide de las encuestas de opinión.
Y la verdad, quien sabe que hubiera pasado si AMLO hubiera viajado entonces. Tal vez, con el discurso adecuado, hubiera podido usar el púlpito neoyorquino para tranquilizar a inversionistas extranjeros y de paso a los nacionales, tanto como a las clases medias alarmadas por sus discursos y desplantes, las polémicas significadas por los calificativos de “pirrurris” y de “mesiánico”.
Es viable afirmar que la aparición de López Obrador el martes ante los grupos Diálogo Interamericano y Woodrow Wilson Center, respetados y académicamente sólidos, será el centro de una considerable curiosidad en círculos latinoamericanos o latinoamericanistas de la capital estadounidense.
Pero la verdad, es difícil pensar que tenga el mismo impacto que hubiera tenido ese viaje no hecho hace seis años. Si lo hubiera hecho, tal vez hoy expresaríamos quejas por el desempeño, no del presidente Felipe Calderón sino del presidente López Obrador.
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