Suicidio panista

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Los dirigentes que han integrado el Consejo Político Nacional del PAN entre 1988 y 2011 no están contentos ni con ellos mismos, asediados como se encuentran por el mesianismo del primerísimo adepto de La Roca, por el jaloneo entre diversas facciones ideológicas, la ausencia de ética y la corrupción con la que fueron tentados desde que se inició su ascenso al poder, cuando comprendieron que podían tener a México en sus manos, sin beber del cáliz que atragantó a Cuauhtémoc Cárdenas.

Si el episodio de los casinos estallado con el incendio del Royale, la disputa con el Poder Judicial de la Federación y el encono desmedido contra el PRI nos muestran el rostro político del PAN, el lado oscuro sale a la luz con el procedimiento interno para elegir candidato y con la determinación de usar dinero negro y violencia para sus propósitos electorales, pues no aciertan a explicar dónde va a parar lo que se levanta de los permisos a los casinos, perfectamente documentado por el equipo de periodistas de Índigo.

No han podido operar con la pericia necesaria la postulación y ascenso mediático de Ernesto Cordero. Sus niveles de aceptación favorecen la insidia y los rumores, como el que advierte de una posible postulación de Francisco Barrio Terrazas, mimetizado con el matador Silverio Pérez, por aquello de que el faraón de Texcoco también fue conocido como el tormento de las mujeres, aunque el torero ni siquiera supo de la existencia del feminicidio como término jurídico-penal.

Si se estudia la propuesta ideológica y política de Manuel Gómez Morín, podrá constatarse que este neo panismo que hoy expolia a los mexicanos, da la espalda a los proyectos del padre fundador, de idéntica manera a como lo hizo el PRD antes de crearse, cuando se decidió la suerte de la elección presidencial de 1988 y se aceptó que la derecha extrema se hiciera con el poder.

Hoy, Acción Nacional como proyecto ideológico e instituto político corre al suicidio, pues su rostro es el de Jano; en el anverso está la cara y el proyecto de Felipe Calderón, con su caudal de yerros y muertes debidas a la violencia de la guerra contra el narcotráfico; en el reverso el de Cecilia Romero o el de César Nava. La personalidad de ella quedó definida por su administración del Instituto Nacional de Migración, que presidió con desdén, pero con voracidad. La de él, con la adquisición de un departamento que es incapaz de explicar.

Pero claro, para muchos mexicanos este país nace cuando el PAN llega al poder; recordar lo ocurrido antes del año 2000 es pensar en un México que no puede repetirse, aunque hoy haya muertes sin explicación, desaparecidos y menos, mucho menos opciones, en consecuencia muy poca libertad de elegir.

El futuro es previsible. Felipe Calderón y Ernesto Zedillo se estrecharán la mano cuando se crucen en los pasillos de la universidad de Yale, o se sienten en los consejos de los directorios de los grandes consorcios que les indicaron pautas para gobernar, que ellos eligieron.

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