Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
“Es necesario aprender a decir que no a los gringos”. Muy pequeño, acompañando a mi padre, escuché esta frase a don Manuel Tello. Después, ya adolescente, se la oí a Antonio Carrillo Flores. Es posible que desde que Santiago Roel ocupó el cargo de Canciller, esa necesidad ineludible en la relación bilateral con Estados Unidos se haya olvidado.
Hoy, todo parece ser anuencia y humillación. Poco importa la realidad, a nadie alienta la historia patria, el mito, la leyenda, la vida de los seres humanos que forjaron esta nación, la dotaron de identidad y territorio. En la globalización, ¿a quién interesa? ¿Quién se acuerda del saldo de la invasión de 1847, del intento del Imperio, con Maximiliano a la cabeza, de la ocupación del puerto de Veracruz, de los infamantes acuerdos de Bucareli, sin olvidar la intervención estadounidense en el golpe de Estado de Victoriano Huerta?
¿Habrá quien pueda explicarnos las razones y consecuencias de la decisión del gobierno de Estados Unidos, de entregar armas a los cárteles mexicanos, al menos dos veces entre 2006 y 2010? ¿Sólo fue en dos ocasiones? Lo que ocurre en el Imperio después de la promulgación del Acta Patriótica, lo que hicieron para llenar sus cárceles clandestinas y/o las que mantienen al margen de la ley, como sucede en Guantánamo, debiera alertarnos sobre los intereses ocultos detrás de la decisión de dotar de armas a los delincuentes mexicanos, detrás de la declaración de Rick Perry, interesado en convertirse en presidente de esa nación.
Nunca como hoy cae como anillo al dedo la definición que de México da Herman Melville en Moby Dick. Para ese escritor, esta nación es una ballena franca, un animal al que todo cazador, todo aspirante a capitán Ahab, puede arponear, atacar, perseguir, humillar, vaciar de sus entrañas, despellejar, despojar de todo aquello que pueda comercializarse y enriquecer al predador.
Las diversas leyes anti inmigrantes promovidas en distintos estados de la Unión, el endurecimiento en la frontera, el perverso tráfico de armas para empoderar militarmente a la delincuencia organizada mexicana, el acoso verbal para modificar las leyes y permitir que se lleven lo mejor de México, el trato humillante en las fronteras, todo parece diseñado para una invasión más completa y peor y perversa que la ocurrida en 1847, que es la colonización cultural, el despojar de identidad a los mexicanos, el cerrar las asimetrías a costa de la economía mexicana, con la idea de convertir a este país en clon, más allá de un Puerto Rico.
A lo peor es lo que el presidente de México cree que se necesita, con la idea de poner orden.
“Es necesario aprender a decir que no a los gringos”. Muy pequeño, acompañando a mi padre, escuché esta frase a don Manuel Tello. Después, ya adolescente, se la oí a Antonio Carrillo Flores. Es posible que desde que Santiago Roel ocupó el cargo de Canciller, esa necesidad ineludible en la relación bilateral con Estados Unidos se haya olvidado.
Hoy, todo parece ser anuencia y humillación. Poco importa la realidad, a nadie alienta la historia patria, el mito, la leyenda, la vida de los seres humanos que forjaron esta nación, la dotaron de identidad y territorio. En la globalización, ¿a quién interesa? ¿Quién se acuerda del saldo de la invasión de 1847, del intento del Imperio, con Maximiliano a la cabeza, de la ocupación del puerto de Veracruz, de los infamantes acuerdos de Bucareli, sin olvidar la intervención estadounidense en el golpe de Estado de Victoriano Huerta?
¿Habrá quien pueda explicarnos las razones y consecuencias de la decisión del gobierno de Estados Unidos, de entregar armas a los cárteles mexicanos, al menos dos veces entre 2006 y 2010? ¿Sólo fue en dos ocasiones? Lo que ocurre en el Imperio después de la promulgación del Acta Patriótica, lo que hicieron para llenar sus cárceles clandestinas y/o las que mantienen al margen de la ley, como sucede en Guantánamo, debiera alertarnos sobre los intereses ocultos detrás de la decisión de dotar de armas a los delincuentes mexicanos, detrás de la declaración de Rick Perry, interesado en convertirse en presidente de esa nación.
Nunca como hoy cae como anillo al dedo la definición que de México da Herman Melville en Moby Dick. Para ese escritor, esta nación es una ballena franca, un animal al que todo cazador, todo aspirante a capitán Ahab, puede arponear, atacar, perseguir, humillar, vaciar de sus entrañas, despellejar, despojar de todo aquello que pueda comercializarse y enriquecer al predador.
Las diversas leyes anti inmigrantes promovidas en distintos estados de la Unión, el endurecimiento en la frontera, el perverso tráfico de armas para empoderar militarmente a la delincuencia organizada mexicana, el acoso verbal para modificar las leyes y permitir que se lleven lo mejor de México, el trato humillante en las fronteras, todo parece diseñado para una invasión más completa y peor y perversa que la ocurrida en 1847, que es la colonización cultural, el despojar de identidad a los mexicanos, el cerrar las asimetrías a costa de la economía mexicana, con la idea de convertir a este país en clon, más allá de un Puerto Rico.
A lo peor es lo que el presidente de México cree que se necesita, con la idea de poner orden.
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