Carlos Ramírez / Indicador Político
A pesar de los autoelogios que sonaron a vituperios, de amenazas de muerte entre ellos, de acusaciones mutuas de borrachos y sobre todo de un negativo rendimiento legislativo, diputados de la actual legislatura hicieron un denodado esfuerzo por aprobar la reelección legislativa consecutiva.
Los promotores de la iniciativa sólo mostraron que no tienen llenadero. De hecho, la reelección legislativa ya existe y en nada los legisladores han recibido en las urnas el castigo-premio del electorado. Hay legisladores que toda su vida política ha estado marcada por el modelo chapulín: Saltar de una legislatura a otra; son diputados, luego se van de senadores, regresan de diputados, pasan por la asamblea legislativa estatal y así circulan durante decenios sin que los votos a su favor estén determinados por la calificación del electorado.
El problema de la reelección legislativa estuvo en las argumentaciones. El diputado panista Javier Corral Jurado fue el más vehemente en desarrollar el discurso de las bondades de la reelección: Experiencia, calificación del electorado y otros argumentos similares. Lo malo del asunto es que ninguno de esos criterios ha sido usado para calificar a los legisladores por la sencilla razón de que sus partidos controlan el voto y muchos de ellos han hecho carrera en la vertiente de los legisladores plurinominales.
Este argumento fue el que faltó en el debate del miércoles: El 40% de los diputados y el 50% de senadores van por primera minoría o representación proporcional. Por tanto, no necesitan de la calificación del electorado porque los eligen en bola. Para una reelección se necesitaría la desaparición de los diputados plurinominales y así obligar a los legisladores a pasar por el tamiz de las elecciones distritales. De todos modos, la carrera legislativa registra un buen porcentaje de políticos que viven en cualquiera de las cámaras --federal o locales-- sin tener que pasar por el examen de elecciones en las urnas.
El inconveniente de los legisladores no radica en lo que pudiera ser si en la actualidad los beneficios de la reelección deberían operar en su relación con sus electores… y esa relación es inexistente. Hay diputados que ganan un distrito, no regresan a rendir cuentas, se van a otra cámara por el mismo distrito, tampoco regresan a su comunidad política… y así se la pasan toda su vida política.
Hay casos peores. En la época de la presidencia de Zedillo, el líder de los diputados priístas Arturo Núñez Jiménez necesitó el voto en bloque de toda la bancada para proteger al Fobaproa. El diputado priísta Oscar González condicionó su voto al mandato de sus electores, fue a su comunidad política y pidió que sus electores le dieran el sentido del voto; los electores dijeron que votara por el no. El diputado González obedeció a sus electores pero fue castigado por su jefe de bancada quitándole comisiones. Hoy Núñez, por cierto, es flamante legislador del PRD.
La estructura de poder en las cámaras nunca ha obedecido al mandato de los electores porque los electores solamente ratifican la decisión de las oligarquías que dirigen los partidos. Los legisladores obedecen a los intereses de su partido, a la persona o grupo que lo designó como legislador, al jefe de la bancada que reparte a capricho las comisiones, a los sectores que financian sus campañas --el partido, el gobierno o algún poder fáctico--, a las alianzas de grupos dentro de las cámaras, a los grupos de poder que se apuntan para posiciones superiores --gabinete, presidencia, gobiernos estatales, alcaldías-- y a sus intereses con otros poderes de decisión. El reclutamiento de las élites no pasa por la sociedad sino por los grupos de interés.
Por tanto, los legisladores mexicanos nunca han dependido de su calidad profesional para ser electos y sus elecciones las ganan, en su abrumadora mayoría, por los recursos y el apoyo de estructuras de gobierno; así, sus votaciones en el congreso están determinadas por la disciplina de partido, de grupo o de poder y no por el mandato de los electores. Existe también una falsa percepción de que en el sistema político priísta vigente los electores exigen lealtad a sus legisladores; en el debate del federalismo de la Constitución de 1824, Servando Teresa de Mier afirmó que los diputados eran los “representantes de la nación” y no sin ironía le dijo a los electores: “No somos sus mandaderos”. El día en que los legisladores voten por el mandato de sus electores se terminaría con el federalismo.
Al final, los legisladores debieran revisar a Vilfredo Pareto y a Gaetano Mosca, los padres de la teoría del elitismo político. El primero estableció la ley de la circulación de las élites y el segundo definió el bloque de poder conocido como clase política. Los dos analizaron cómo se conforman las oligarquías políticas. Al final, los electores son sólo votos para llevar a políticos a las curules, en tanto que los intereses reales de los legisladores están en otro lado y son los que aseguran una carrera política.
Más que la reelección de legisladores, la solución estaría en nuevas reglas de funcionamiento del Congreso que rompieran el modelo de bancadas partidistas, formas más democráticas de asignación de comisiones y una observación ciudadana sobre cada uno de los votos de los legisladores, además de ciudadanos sin partido con dos terceras partes de los plurinominales. La única forma de romper con el control oligárquico en la designación de candidaturas sería a través de elecciones primarias controladas por la autoridades electorales; ahí sí el elector sería el responsable de la designación de candidatos. Si no, la cultura del dedazo terminará con cualquier posibilidad democratizadora.
El problema, por tanto, no se localiza en la reelección de legisladores sino en la designación de candidatos y en los controles camarales.
A pesar de los autoelogios que sonaron a vituperios, de amenazas de muerte entre ellos, de acusaciones mutuas de borrachos y sobre todo de un negativo rendimiento legislativo, diputados de la actual legislatura hicieron un denodado esfuerzo por aprobar la reelección legislativa consecutiva.
Los promotores de la iniciativa sólo mostraron que no tienen llenadero. De hecho, la reelección legislativa ya existe y en nada los legisladores han recibido en las urnas el castigo-premio del electorado. Hay legisladores que toda su vida política ha estado marcada por el modelo chapulín: Saltar de una legislatura a otra; son diputados, luego se van de senadores, regresan de diputados, pasan por la asamblea legislativa estatal y así circulan durante decenios sin que los votos a su favor estén determinados por la calificación del electorado.
El problema de la reelección legislativa estuvo en las argumentaciones. El diputado panista Javier Corral Jurado fue el más vehemente en desarrollar el discurso de las bondades de la reelección: Experiencia, calificación del electorado y otros argumentos similares. Lo malo del asunto es que ninguno de esos criterios ha sido usado para calificar a los legisladores por la sencilla razón de que sus partidos controlan el voto y muchos de ellos han hecho carrera en la vertiente de los legisladores plurinominales.
Este argumento fue el que faltó en el debate del miércoles: El 40% de los diputados y el 50% de senadores van por primera minoría o representación proporcional. Por tanto, no necesitan de la calificación del electorado porque los eligen en bola. Para una reelección se necesitaría la desaparición de los diputados plurinominales y así obligar a los legisladores a pasar por el tamiz de las elecciones distritales. De todos modos, la carrera legislativa registra un buen porcentaje de políticos que viven en cualquiera de las cámaras --federal o locales-- sin tener que pasar por el examen de elecciones en las urnas.
El inconveniente de los legisladores no radica en lo que pudiera ser si en la actualidad los beneficios de la reelección deberían operar en su relación con sus electores… y esa relación es inexistente. Hay diputados que ganan un distrito, no regresan a rendir cuentas, se van a otra cámara por el mismo distrito, tampoco regresan a su comunidad política… y así se la pasan toda su vida política.
Hay casos peores. En la época de la presidencia de Zedillo, el líder de los diputados priístas Arturo Núñez Jiménez necesitó el voto en bloque de toda la bancada para proteger al Fobaproa. El diputado priísta Oscar González condicionó su voto al mandato de sus electores, fue a su comunidad política y pidió que sus electores le dieran el sentido del voto; los electores dijeron que votara por el no. El diputado González obedeció a sus electores pero fue castigado por su jefe de bancada quitándole comisiones. Hoy Núñez, por cierto, es flamante legislador del PRD.
La estructura de poder en las cámaras nunca ha obedecido al mandato de los electores porque los electores solamente ratifican la decisión de las oligarquías que dirigen los partidos. Los legisladores obedecen a los intereses de su partido, a la persona o grupo que lo designó como legislador, al jefe de la bancada que reparte a capricho las comisiones, a los sectores que financian sus campañas --el partido, el gobierno o algún poder fáctico--, a las alianzas de grupos dentro de las cámaras, a los grupos de poder que se apuntan para posiciones superiores --gabinete, presidencia, gobiernos estatales, alcaldías-- y a sus intereses con otros poderes de decisión. El reclutamiento de las élites no pasa por la sociedad sino por los grupos de interés.
Por tanto, los legisladores mexicanos nunca han dependido de su calidad profesional para ser electos y sus elecciones las ganan, en su abrumadora mayoría, por los recursos y el apoyo de estructuras de gobierno; así, sus votaciones en el congreso están determinadas por la disciplina de partido, de grupo o de poder y no por el mandato de los electores. Existe también una falsa percepción de que en el sistema político priísta vigente los electores exigen lealtad a sus legisladores; en el debate del federalismo de la Constitución de 1824, Servando Teresa de Mier afirmó que los diputados eran los “representantes de la nación” y no sin ironía le dijo a los electores: “No somos sus mandaderos”. El día en que los legisladores voten por el mandato de sus electores se terminaría con el federalismo.
Al final, los legisladores debieran revisar a Vilfredo Pareto y a Gaetano Mosca, los padres de la teoría del elitismo político. El primero estableció la ley de la circulación de las élites y el segundo definió el bloque de poder conocido como clase política. Los dos analizaron cómo se conforman las oligarquías políticas. Al final, los electores son sólo votos para llevar a políticos a las curules, en tanto que los intereses reales de los legisladores están en otro lado y son los que aseguran una carrera política.
Más que la reelección de legisladores, la solución estaría en nuevas reglas de funcionamiento del Congreso que rompieran el modelo de bancadas partidistas, formas más democráticas de asignación de comisiones y una observación ciudadana sobre cada uno de los votos de los legisladores, además de ciudadanos sin partido con dos terceras partes de los plurinominales. La única forma de romper con el control oligárquico en la designación de candidaturas sería a través de elecciones primarias controladas por la autoridades electorales; ahí sí el elector sería el responsable de la designación de candidatos. Si no, la cultura del dedazo terminará con cualquier posibilidad democratizadora.
El problema, por tanto, no se localiza en la reelección de legisladores sino en la designación de candidatos y en los controles camarales.
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