Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
El problema toral de México desde 1847 no ha sido abordado por ninguno de los precandidatos, ya no digamos por ninguno de los ocupantes de la silla del águila, que lo eludieron con cierta elegancia o como Dios les dio a entender, o lo abordaron conforme se fueron presentando las presiones del Departamento de Estado, de la Casa Blanca y del Consejo Nacional de Seguridad. Siempre han sido reactivos, con la excepción de la Doctrina Estrada, el derecho de asilo y una que otra inteligente y necesaria negativa a las pretensiones estadounidenses.
La apertura comercial, el TLC y la aceptación muda de la globalización fueron una necesidad, de ninguna manera se correspondieron al ingenio creativo de nuestros gobernantes para abrir espacios a la nación, negociar en beneficio de los mexicanos dos hechos irrevocables: es México el patio trasero del Imperio, pero también parte vital de su seguridad nacional y del diseño geopolítico y económico de su preeminencia en el mundo. ¿Qué se ha obtenido, o qué se puede lograr a cambio, por ayudarlos?
Pequeños gestos de independencia, como la no alineación al embargo a Cuba, visten mucho y nada logran para facilitar el disminuir la brecha en las asimetrías y obtener una equilibrada correspondencia en materia económica, comercial y migratoria, al papel desempeñado por México en beneficio de la hegemonía continental y económica de Estados Unidos.
Como se estila en esa nación y en los niveles del mundo diplomático: is pay time. En su relación con los estadounidenses los políticos mexicanos se han cansado de sembrar, pero a la luz de los hechos, de la realidad, todos, sin excepción, han sido malos para cosechar, como no sea para su beneficio muy personal, como sucede con Ernesto Zedillo y Vicente Fox, y muy probablemente ocurrirá con Felipe Calderón, pues únicamente podrá tener seguridad allá, en el país al que con tanto sacrificio sirvió.
Olvídense de la guerra a la delincuencia organizada, de las reformas estructurales, de la transición, de la desincorporación de Pemex, de la nueva refinería, del empleo, de la política migratoria, de la educación, todo lo que se proponga en los rubros anteriores y otros que pude haber omitido, de nada servirá si no se replantean las relaciones bilaterales con Estados Unidos, porque o logra el nuevo presidente de México que se reconozca, valore y retribuya el valor estratégico que para ellos tienen y han tenido los mexicanos y su territorio, o más pronto de lo que se cree esta nación sustituirá al papel que desempeñaba Cuba antes de la revolución castrista, pues un patio trasero puede convertirse en burdel, en fuente de mano de obra barata, en casa de juego, en lo que ellos tengan pensado hacer con esta gran nación, si antes un presidente digno no les pone un hasta aquí.
El problema toral de México desde 1847 no ha sido abordado por ninguno de los precandidatos, ya no digamos por ninguno de los ocupantes de la silla del águila, que lo eludieron con cierta elegancia o como Dios les dio a entender, o lo abordaron conforme se fueron presentando las presiones del Departamento de Estado, de la Casa Blanca y del Consejo Nacional de Seguridad. Siempre han sido reactivos, con la excepción de la Doctrina Estrada, el derecho de asilo y una que otra inteligente y necesaria negativa a las pretensiones estadounidenses.
La apertura comercial, el TLC y la aceptación muda de la globalización fueron una necesidad, de ninguna manera se correspondieron al ingenio creativo de nuestros gobernantes para abrir espacios a la nación, negociar en beneficio de los mexicanos dos hechos irrevocables: es México el patio trasero del Imperio, pero también parte vital de su seguridad nacional y del diseño geopolítico y económico de su preeminencia en el mundo. ¿Qué se ha obtenido, o qué se puede lograr a cambio, por ayudarlos?
Pequeños gestos de independencia, como la no alineación al embargo a Cuba, visten mucho y nada logran para facilitar el disminuir la brecha en las asimetrías y obtener una equilibrada correspondencia en materia económica, comercial y migratoria, al papel desempeñado por México en beneficio de la hegemonía continental y económica de Estados Unidos.
Como se estila en esa nación y en los niveles del mundo diplomático: is pay time. En su relación con los estadounidenses los políticos mexicanos se han cansado de sembrar, pero a la luz de los hechos, de la realidad, todos, sin excepción, han sido malos para cosechar, como no sea para su beneficio muy personal, como sucede con Ernesto Zedillo y Vicente Fox, y muy probablemente ocurrirá con Felipe Calderón, pues únicamente podrá tener seguridad allá, en el país al que con tanto sacrificio sirvió.
Olvídense de la guerra a la delincuencia organizada, de las reformas estructurales, de la transición, de la desincorporación de Pemex, de la nueva refinería, del empleo, de la política migratoria, de la educación, todo lo que se proponga en los rubros anteriores y otros que pude haber omitido, de nada servirá si no se replantean las relaciones bilaterales con Estados Unidos, porque o logra el nuevo presidente de México que se reconozca, valore y retribuya el valor estratégico que para ellos tienen y han tenido los mexicanos y su territorio, o más pronto de lo que se cree esta nación sustituirá al papel que desempeñaba Cuba antes de la revolución castrista, pues un patio trasero puede convertirse en burdel, en fuente de mano de obra barata, en casa de juego, en lo que ellos tengan pensado hacer con esta gran nación, si antes un presidente digno no les pone un hasta aquí.
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