Jorge Fernández Menéndez
Para Valeria, que tiene doble celebración
Hace meses dijimos que el PRI y particularmente el equipo de Enrique Peña Nieto se podrían terminar metiendo en problemas por la estrategia de inmovilismo que habían adoptado. A pesar de la ventaja en las encuestas (en realidad pensando conservarla), ese equipo decidió desde hace meses jugar a la defensiva: no alterar para nada el estado de las cosas, no avanzar en la agenda legislativa, tratar de que todo transcurriera de aquí al primero de julio próximo sin movimientos. Dijimos entonces que era un error y lo que ha sucedido en las últimas semanas lo reafirma. Peña Nieto sigue estando muy arriba en las encuestas. No moverse, no mostrar qué se quiere construir, cuáles son sus propuestas, no impulsar sus temas en la agenda legislativa, es un error: por supuesto que ni ése ni ningún candidato con posibilidades va a develar todas sus cartas con tanta anticipación, sobre todo cuando aún no se abre siquiera la campaña formal, pero lo que se debería disipar, en el caso del PRI, es el fantasma (real o no, porque todos sabemos que los fantasmas no existen, pero de que los hay, los hay) de un regreso al pasado, visualizado como una forma de gobernar monolítica y autoritaria.
Sinceramente estoy convencido de que, independientemente de quién termine siendo el nuevo inquilino de Los Pinos en diciembre del 2012, no es posible regresar a ese tipo de gobierno: ni la sociedad ni el andamiaje legal lo permiten. Pero en la política, como en la economía, las percepciones son las que muchas veces determinan la realidad. Todavía no puedo entender por qué en el equipo de Peña Nieto se siguen negando a avanzar en la reforma política que se aprobó por unanimidad en el Senado; por qué se sigue insistiendo en imponer una cláusula de gobernabilidad que no tiene posibilidades de salir adelante en el Congreso o por qué se mantienen congeladas reformas imprescindibles en temas de seguridad.
La reforma política aprobada en el Senado no resuelve la necesaria reconstrucción del andamiaje institucional que requiere el país, sin embargo, avanza y mucho en el sentido correcto. Pero fue detenida en la Cámara de Diputados (controlada por los seguidores del ex gobernador), primero para que esas reformas no se pudieran aplicar para la próxima elección presidencial, o sea que, aunque se apruebe la iniciativa, completa o no, éstas sólo estarán vigentes a partir de 2015 (¿quién puede tener alguna urgencia si todo en el terreno político está funcionando de maravilla?); segundo, para frenar la reelección de legisladores y presidentes municipales, sin poder dar argumento sólido alguno que sustente esa negativa: los malpensados creen que la única razón es que se desea tener una mesa limpia para, en 2012, volver a distribuir las cartas y comenzar entonces un nuevo juego con naipes también nuevos (o viejos pero propios). Y no sé si esa es la intención pero, según muchos otros, no se quiso sacar en tiempo y forma la reforma política para no darle crédito a Manlio Fabio Beltrones, el único que aparece como opositor a Peña Nieto en el priismo.
Esas negativas fortalecen la idea de que no se abrirán espacios ni siquiera para los que deberían ser aliados naturales. Y ello daña la percepción sobre Peña Nieto y particularmente sobre algunos de los miembros de su equipo, a los que se ve más papistas que el Papa.
El tema de la cláusula de gobernabilidad es paradigmático respecto a estas percepciones. Nadie puede negar que el sistema político requiere mayores instrumentos para hacerlo más operativo. La cláusula de gobernabilidad, mediante la cual a quien tuviera un mínimo de 42% de los votos se le adjudicaban diputados en forma automática hasta que tuviera mayoría propia en San Lázaro, funcionó en algún momento, pero fue rápidamente desechada porque no satisface ni la relación político partidaria actual ni tampoco las expectativas de la gente. Intentar imponer la cláusula de gobernabilidad sí es un verdadero regreso al pasado.
La propuesta de gobierno de coalición es mucho más sensata y cuenta con el aval de legisladores de todos los partidos: es un mecanismo que permitiría mayores márgenes de gobernabilidad (en realidad la garantizaría sobre bases reales y no artificiales como la cláusula) porque permite ampliar la base de sustentación de un gobierno.
Decía el matemático Henri Poincaré, hace ya un siglo, que la ciencia son hechos y, de la misma manera que las casas están construidas de piedras, la ciencia está construida de hechos. Pero, agregaba, “un montón de piedras no es una casa y una colección de hechos no es necesariamente ciencia”. Estamos juntando piedras, en forma de reformas o decisiones aisladas, pero están muy lejos de construir la casa de un nuevo andamiaje institucional.
Para Valeria, que tiene doble celebración
Hace meses dijimos que el PRI y particularmente el equipo de Enrique Peña Nieto se podrían terminar metiendo en problemas por la estrategia de inmovilismo que habían adoptado. A pesar de la ventaja en las encuestas (en realidad pensando conservarla), ese equipo decidió desde hace meses jugar a la defensiva: no alterar para nada el estado de las cosas, no avanzar en la agenda legislativa, tratar de que todo transcurriera de aquí al primero de julio próximo sin movimientos. Dijimos entonces que era un error y lo que ha sucedido en las últimas semanas lo reafirma. Peña Nieto sigue estando muy arriba en las encuestas. No moverse, no mostrar qué se quiere construir, cuáles son sus propuestas, no impulsar sus temas en la agenda legislativa, es un error: por supuesto que ni ése ni ningún candidato con posibilidades va a develar todas sus cartas con tanta anticipación, sobre todo cuando aún no se abre siquiera la campaña formal, pero lo que se debería disipar, en el caso del PRI, es el fantasma (real o no, porque todos sabemos que los fantasmas no existen, pero de que los hay, los hay) de un regreso al pasado, visualizado como una forma de gobernar monolítica y autoritaria.
Sinceramente estoy convencido de que, independientemente de quién termine siendo el nuevo inquilino de Los Pinos en diciembre del 2012, no es posible regresar a ese tipo de gobierno: ni la sociedad ni el andamiaje legal lo permiten. Pero en la política, como en la economía, las percepciones son las que muchas veces determinan la realidad. Todavía no puedo entender por qué en el equipo de Peña Nieto se siguen negando a avanzar en la reforma política que se aprobó por unanimidad en el Senado; por qué se sigue insistiendo en imponer una cláusula de gobernabilidad que no tiene posibilidades de salir adelante en el Congreso o por qué se mantienen congeladas reformas imprescindibles en temas de seguridad.
La reforma política aprobada en el Senado no resuelve la necesaria reconstrucción del andamiaje institucional que requiere el país, sin embargo, avanza y mucho en el sentido correcto. Pero fue detenida en la Cámara de Diputados (controlada por los seguidores del ex gobernador), primero para que esas reformas no se pudieran aplicar para la próxima elección presidencial, o sea que, aunque se apruebe la iniciativa, completa o no, éstas sólo estarán vigentes a partir de 2015 (¿quién puede tener alguna urgencia si todo en el terreno político está funcionando de maravilla?); segundo, para frenar la reelección de legisladores y presidentes municipales, sin poder dar argumento sólido alguno que sustente esa negativa: los malpensados creen que la única razón es que se desea tener una mesa limpia para, en 2012, volver a distribuir las cartas y comenzar entonces un nuevo juego con naipes también nuevos (o viejos pero propios). Y no sé si esa es la intención pero, según muchos otros, no se quiso sacar en tiempo y forma la reforma política para no darle crédito a Manlio Fabio Beltrones, el único que aparece como opositor a Peña Nieto en el priismo.
Esas negativas fortalecen la idea de que no se abrirán espacios ni siquiera para los que deberían ser aliados naturales. Y ello daña la percepción sobre Peña Nieto y particularmente sobre algunos de los miembros de su equipo, a los que se ve más papistas que el Papa.
El tema de la cláusula de gobernabilidad es paradigmático respecto a estas percepciones. Nadie puede negar que el sistema político requiere mayores instrumentos para hacerlo más operativo. La cláusula de gobernabilidad, mediante la cual a quien tuviera un mínimo de 42% de los votos se le adjudicaban diputados en forma automática hasta que tuviera mayoría propia en San Lázaro, funcionó en algún momento, pero fue rápidamente desechada porque no satisface ni la relación político partidaria actual ni tampoco las expectativas de la gente. Intentar imponer la cláusula de gobernabilidad sí es un verdadero regreso al pasado.
La propuesta de gobierno de coalición es mucho más sensata y cuenta con el aval de legisladores de todos los partidos: es un mecanismo que permitiría mayores márgenes de gobernabilidad (en realidad la garantizaría sobre bases reales y no artificiales como la cláusula) porque permite ampliar la base de sustentación de un gobierno.
Decía el matemático Henri Poincaré, hace ya un siglo, que la ciencia son hechos y, de la misma manera que las casas están construidas de piedras, la ciencia está construida de hechos. Pero, agregaba, “un montón de piedras no es una casa y una colección de hechos no es necesariamente ciencia”. Estamos juntando piedras, en forma de reformas o decisiones aisladas, pero están muy lejos de construir la casa de un nuevo andamiaje institucional.
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