¡Paren prensas!

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

El grito retumbaba en todos los rincones del edificio por encima del estruendo de la rotativa, del rumor metálico del linotipo y las máquinas de escribir.

Los mecánicos apretaban el botón de emergencia, el rollo de papel frenaba su velocidad hasta detenerse, los linotipistas suspendían su trabajo y los teclados de las Remington y coronas abatían su efecto de lluvia hasta que un silencio angustioso enfriaba los talleres y los ánimos. Algo fuera de lo común, extraordinario, sorprendente, insólito o traumático exigía su espacio en el periódico. Los cabeceros afilaban su ingenio y los redactores escribían la nota. Todo el mundo se asomaba a la mesa del director con curiosidad y emoción. Pasaban algunos minutos tensos mientras la maquinaria se echaba a andar de nuevo, los linotipos fundían su metal, la rotativa movía sus rollos y los voceadores salían corriendo con su extra hasta entregarla en las manos ávidas de los lectores. Una serie de movimientos casi de ballet integraban el momento culminante de un oficio incomparable.

Algo así ocurrió el martes en México. Una noticia histórica aparecería al día siguiente en todos los periódicos con los detalles y comentarios adecuados a su importancia. Y qué digo aparecería, no sólo eso, faltaba más, pues ocupó en las primeras planas el lugar que una década antes dedicaron al atentado a las torres gemelas de Nueva York. Con una sola excepción los 30 diarios de la ciudad nos informaron que dos señores habían comido juntos. Fotos de ambos permitían identificar, al fondo de sus efigies, el lugar de la reunión: la fonda más cara de la República Mexicana. El acontecimiento justificaba el despliegue.

“El priísta Manlio Fabio Beltrones y el panista Ernesto Cordero comieron ayer en un restaurante de Polanco ‘como amigos, no como candidatos’, según el senador del PRI. Cordero dijo que hablaron de futbol”, ponía, bajo la imagen, uno de los periódicos. Otro: “Hablan de futbol y anécdotas. Los aspirantes, a la candidatura presidencial del PAN, Ernesto Cordero, y PRI, Manlio Fabio Beltrones, comieron juntos en el DF”. Uno más: “Beltrones-Cordero: 2 horas de anécdotas. El senador priísta y el aspirante del PAN a la Presidencia se reunieron ayer en un restaurante del DF por dos horas; sólo platicaron anécdotas, afirmaron”. Omito comentar la ampliación del relato de este acontecimiento en páginas interiores donde el espacio es menos escaso que en las primeras. Los historiadores se encargarán de eso.

Aunque la junta merece la repercusión mediática, me atrevo a pensar que la oficina del senador Beltrones se encargó, con uniformidad propia de la burocracia, de asegurarse que el coloquio de los amigos tuviera la resonancia adecuada, habida cuenta de que el señor Cordero está sin jefe, sin chamba, sin oficina de prensa y sin presupuesto y la calidad de delfín no le permite, todavía, administrar su publicidad personal. Cortesía del senador, hoy por ti, mañana por mí. Tienen un denominador común, tal vez origen de su exhibición tan pública: ambos ocupan un lugar, digamos, modesto en las preferencias electorales: el primero muy por debajo de Peña Nieto y el segundo no le hace sombra a doña Josefina, a pesar del apoyo de su, otro, amigo. Deben placearse, llamar la atención, a ver si así.

Todo lo anterior sosiega y tranquiliza a los mexicanos. No tenemos otros problemas: los políticos difunden sus placenteras sobremesas con el palillo entre los dientes convencidos de la buena marcha del país, gracias a sus desvelos. La orden superior de dar buena imagen y mostrar lo positivo de México se cumple a satisfacción de los censores oficiales, investidos del cínico y burdo disfraz de observadores, y los 50 mil muertos en la Guerra de los Cinco Años, los 60 millones de miserables, los jóvenes sin futuro, los desencantados del PAN en Los Pinos, los embates crecientes contra el Estado laico y las víctimas de la corrupción monumental, no merecen espacio en primera plana, ni en la última siquiera.

El tema sería trivial y contribuye a hacerles el caldo gordo a los dialogantes, si no fuera porque el contraste del banquete con la realidad convierte la anécdota en un síntoma más de la distancia que separa a algunos políticos de los problemas inaplazables de los mexicanos, de la necesidad de un cambio profundo y no sólo cosmético que empezaría por transformar la mentalidad de quienes perpetran el manejo de la cosa pública. Parece imposible, pero si no lo intentamos como punto de partida nos seguirán dando atole con el dedo.

Platón, Diálogo llamado “El Banquete”. Apolodoro: “…me muero de fastidio cuando os oigo a vosotros, hombres ricos y negociantes, hablar de vuestros intereses”.

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