Panismo: edad promedio, 50 años

Jorge Fernández Menéndez

El PAN ha decidido concentrar en su comité ejecutivo nacional la selección de sus candidatos a diputados y senadores. No es la primera vez que esto ocurre en ese partido. Tampoco que la designación de su candidato presidencial pase por una elección entre militantes y adherentes.

No está mal, sobre todo, el segundo método, para un partido que siempre ha sido bastante estricto con quienes son o no sus miembros. El problema es que precisamente esa dinámica de control es lo que se ha cerrado desde hace años a Acción Nacional. El padrón de militantes y adherentes es de aproximadamente un millón 800 mil personas, pero es un padrón muy dispar, con muchos errores y que no ha sido revisado y depurado desde hace años. Mientras en algunos lugares del país, como el DF, la militancia es ridículamente baja, en otros, como en Nuevo León, la militancia ha sido inflada, por corrientes que se han quedado con parcelas importantes de ese partido, como las del actual alcalde de Monterrey y su antecesor, Fernando Larrazábal y Adalberto Madero, respectivamente.

Lo cierto es que el padrón del panismo no es plenamente confiable y eso lo saben todos los precandidatos. También deberían saber que la edad promedio de sus militantes está en los 50 años y que eso resulta particularmente irracional para un partido que ganó muchas elecciones gracias a los jóvenes, pero que parece haberse quedado sin propuestas para ellos. Paradójicamente, si en el 2000 fue el voto de los jóvenes el determinante para sacar al PRI de Los Pinos, hoy, 12 años y una generación después, ese voto parece ser el que lo regresará a la casa presidencial.

El PAN como partido no ha sabido como reconvertirse desde el poder. No lo pudo hacer con un hombre con un relativo desinterés por la vida interna de su fuerza política como Vicente Fox, pero tampoco con un presidente como Felipe Calderón que nació y vivió siempre en el entorno blanquiazul. Un simple recorrido por lo sucedido con el panismo en este año, puede explicar la situación: Manuel Espino, llegó al PAN durante el gobierno de Fox para que Santiago Creel fuera el candidato, pero el candidato fue Felipe Calderón y éste prácticamente dejó de contar para su campaña con el presidente del partido: la situación se deterioró tanto entre ambos que Espino terminó siendo expulsado del PAN. Lo reemplazó uno de los hombres más cercanos y queridos por Felipe Calderón, Germán Martínez. Los resultados del 2009 y un discurso férreamente antipriista, lo sacaron del partido prematuramente y llegó en su lugar César Nava. El ex secretario particular del presidente comenzó su gestión confrontándose con un secretario de gobernación como Fernando Gómez Mont, con hondas raíces en el panismo: el tema fueron las alianzas con el PRD en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Se fue Fernando, que incluso renunció a su larga militancia en el PAN, y esas elecciones se ganaron, pero eso no fue suficiente para que Nava se pudiera quedar en el partido. Se hicieron elecciones internas y el calderonismo llegó dividido a las mismas entre Gustavo Madero y Roberto Gil. Una división que se reflejaría en precandidaturas presidenciales y que terminó con el triunfo de Madero y con Gil como secretario privado del presidente. Y se dice que con el propio presidente Calderón alejado del presidente del partido.

En todo ese camino, con tantos cambios e indefiniciones, el panismo no ha tenido una estrategia, una política de auténtico crecimiento y relación con distintos sectores sociales: no ha podido (y en algunos casos no ha querido) abrirse a sectores que podrían haber sido sus aliados y consolidado como un partido de centro derecha liberal.

Se ha refugiado en su militancia (que se hace vieja con el paso del tiempo) y quizás por eso también en demasiadas ocasiones sus candidatos podrán tener muchos años de activismo interno pero no son atractivos para el electorado: el ejemplo más evidente fue el de Luis Felipe Bravo Mena en el Estado de México, posiblemente la peor campaña electoral que ha hecho el PAN en su historia reciente. Es paradójico, pero Manuel Clouthier logró hacerse un nombre y un espacio en la elección de 1988 por los jóvenes, lo mismo ocurrió con Diego Fernández de Cevallos en el 94 (por cierto: es absurdo que un partido como el PAN haya desperdiciado, y siga haciéndolo a un político con el potencial y el peso de Diego, como si esos le sobraran). Lo mismo sucedió en el 2000 y en el 2006. Pero el PAN no supo entonces capitalizar ese voto en partido y militancia. Ahora lo resiente.

Para esta elección, el CEN tendrá amplio espacio para colocar candidatos a diputados y senadores que pudieran cubrir ese déficit evidente. Pero si esos espacios son utilizados para pagar cuotas de grupos internos, el resultado será decepcionante. Porque además, esas posiciones serán determinantes para apuntalar una candidatura que, sea quien sea el elegido, debe partir de la base de que no podrá contar con alianzas partidarias porque todas las posibles ya están amarradas por sus adversarios.

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