Pactar con el narco

Metralla felipista
PRI ofendido
Adiós a Granados Chapa

Julio Hernández López / Astillero


Asumiéndolos como la principal amenaza a las de por sí disminuidas posibilidades de que el panismo continúe en el poder, Felipe Calderón desarrolla una guerra en varias vertientes contra el PRI y su virtual candidato presidencial, Enrique Peña Nieto.

Por un lado, FCH se suma a una de las partes en tensión en el proceso interno del tricolor, promoviendo la tesis de que existen dos polos en el PRI, uno mexiquense y otro sonorense, adjudicando al primero la responsabilidad de que no prosperen presuntas reformas democráticas, en especial la relacionada con la que permitiría a alcaldes y legisladores volver a presentarse a las urnas de manera inmediata al término de su gestión (de manera concordante, grupos de activistas ciudadanos y directivos del partido blanquiazul advierten que a la hora de las urnas recordarán el voto priísta que impidió tales placebos reformistas, como si en un límpido historial de trabajo solamente ese insólito lunar mereciera castigo y como si solamente la bancada de tres colores hubiera cometido agravios dignos de sanción a la hora de votar).

En otra pista bélica, el calderonismo busca sistemáticamente asociar la imagen del PRI a la del narcotráfico (como si fuera tan necesario), criticando la indolencia o el involucramiento de gobiernos estatales del tricolor con ese negocio de drogas y encomiando en boca propia lo supuestamente hecho por el gobierno federal. El uso electorero de ese diagnóstico a conveniencia queda de manifiesto si se observa que el largo historial priísta de connivencia con los jefes del narcotráfico fue prolongado cuando menos durante el primer gobierno federal de alternancia de siglas, el encabezado por Vicente Fox que, según los múltiples señalamientos genéricos de su sucesor, Felipe Calderón, no habría atendido a tiempo el cáncer que el médico funerario sí hubo de enfrentar con urgencia aunque, también, con tan peculiares artes e instrumentos que dio continuidad a la estela dominante de uno de esos capos, el sinaloense hasta ahora intocado y sin duda el gran ganador de esta guerra, y mediante el reciclamiento de los principales personajes del gabinete foxista que se habían encargado de tareas conexas, como fueron Eduardo Medina-Mora y, sobre todo, Genaro García Luna, otro de los principales triunfadores de la temporada.

Válida y sustentada es la descalificación de la gran mayoría de los gobernadores priístas, que en términos generales se han rendido al poder del narcotráfico y se han beneficiado de él, tanto en términos de enriquecimiento personal como de utilización de dinero sucio para fines electorales, pero absolutamente tramposo sería pretender deslindar de esas prácticas a diversos mandatarios panistas (el de Morelos, Marco Antonio Adame, para no ir tan lejos) y a ciertos segmentos de mando del propio gobierno federal, hasta alturas aún imprecisas.

A pesar, pues, del pantanoso terreno que se pisa a la hora de pretender el reparto de culpas en cuanto al negocio de las drogas, una de las partes involucradas en el litigio, el ocupante de la casa presidencial, ha dicho en entrevista a The New York Times que teme que, en el contexto de la sucesión, predomine el priísmo que pretende pactar con el narcotráfico: “...hay mucha gente en el PRI que piensa que los arreglos de antes funcionarían ahora, pues es el caso del ex gobernador de Nuevo León, ¿no? De Sócrates Rizzo, que tiene unas declaraciones maravillosas. Dice: nosotros nos arreglábamos con los criminales y no pasaba nada. Si eso lo pensaran aplicar hoy, el único arreglo posible es dejarles esta casa, y la única discusión es si se la dejan al Chapo o a Los Zetas. Yo no veo qué arreglo puedan tener, pero ésa es la mentalidad que campea en muchos de ellos, no digo que en todos. Si prevaleciera esa corriente de opinión, ahí sí me preocuparía.”

Como era de esperarse, el PRI ha reaccionado con energía, exigiendo al declarante que con pruebas demuestre su dicho o, si carece de ellas, se disculpe públicamente. Como si faltaran nubarrones sobre la campiña electoral, el partido afectado explora las posibilidades de presentar una objeción jurídica a las palabras calderonistas, que así serían un augurio temprano de la descompostura institucional de Los Pinos y de su cantada decisión de convertir el siempre impugnado aparato presidencial en arma de fuego político contra sus adversarios, como seis años atrás lo hizo desbocadamente Vicente Fox y como ahora lo realiza gradualmente Calderón.

El tropezón felipista, que la oficina de prensa de Los Pinos quiso suavizar ayer con la transcripción de la pregunta y la respuesta del caso, que acabaron confirmando el sentido y la intención de las palabras ante el NYT, ensombreció un fin de semana calderonista especialmente grato, pues el viernes había concluido de manera exitosa el anunciado plan de diluir al movimiento pacifista encabezado por Javier Sicilia, mezclándolo con otras organizaciones de distinto origen, talante y discurso y utilizando de nuevo la plataforma mediática del castillo de Chapultepec para fortalecer la imagen y el alegato oficiales respecto a la guerra contra el narcotráfico. Más tarde, en Guadalajara, no solamente tuvo el placer de no recibir rechiflas a la hora de inaugurar los Juegos Panamericanos, sino incluso sobrellevó ese trance oratorio a pesar de que, como en bit.ly/paMbOH puede verse, su dicción y aspecto denotaban apuros inexplicados.

El maestro Miguel Ángel Granados Chapa falleció dos días después de decir adiós a sus lectores en la que fue la última entrega de la columna que durante décadas escribió. En momentos tan oscuros como los que vive el país habrán de extrañarse la ecuanimidad, el raciocinio fundamentado y la profundidad de sus textos. En la Plaza Pública siempre estará presente el recuerdo de un gran periodista.

Y, mientras Los Pinos también desmiente al congresista estadunidense que asegura que FC le dijo que Peña Nieto pactaría con los narcos y acabaría durmiendo en la cama de éstos, ¡hasta mañana!

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