Obama y Calderón: las manos atadas

Antonio Navalón

Estados Unidos y México comparten 3 mil 200 kilómetros de frontera, una historia común, intereses mutuos, intercambio de mercancías y personajes. Sin embargo, ha habido ocasiones en que la desconfianza ha sido lo único posible.

La guerra contra el crimen organizado, en la que México está metido de frontera a frontera, tiene como objetivo final evitar el negocio que es producido en parte por el consumo desaforado de drogas por parte de los estadounidenses, que aumenta en la medida de su frustración.

Por qué mientras Estados Unidos siempre se ha visto como tierra de libertades, México se concibe como el lugar para su libertinaje. Lo que allá está prohibido, en nuestra frontera es una fiesta.

Por ello, ya es necesario pasar de las palabras a los hechos. Y la verdad es que los presidentes de ambas naciones tienen poco margen para las acciones, sufren de imposibilidad, de impotencia.

Calderón le dice con razón a su homólogo estadounidense: este muerto es también de usted. Es necesario que en la guerra de México usted haga su parte y no permita que sea tan fácil pasar armas a nuestro país. No puede hacer de México un laboratorio para probar la calidad de las drogas que consumen de manera ilegal sus ciudadanos.

En medio de eso aparecen esas figuras dantescas de operaciones como en las que se decidió probar medicinas en mexicanos como si fuéramos ratas. Ahora son operaciones detectivescas de segunda en las que por seguirle el rastro a las armas, han provocado esta sangría de “armamento legal” mandado de Estados Unidos, como si no tuviéramos bastante ya con nuestra propia barbarie.

Apenan y dan tristeza las dificultades prácticas que conozco para cambiar de manera real la situación. Ni Calderón ni Obama pueden hacer más que mirar al cielo y expresar su frustración. Calderón se queja y dice que hay que pasar de las palabras a los hechos. Obama no tiene posibilidad, bajo la situación política interna que vive, de hacer realidad sus palabras.

Qué pena que la buena intención en política casi nunca venga acompañada con la capacidad de hacer algo benéfico. Mientras tanto, urge que asumamos nuestros niveles de eficiencia policiales para interrumpir, coptar y desarmar el ejército paralelo que nos trae en jaque, bajo una relación bilateral dañada de origen, la incesante penetración del narcotráfico y la desidia estadounidense.

Si a Obama le pasa eso con sus dólares del salario de la muerte de la venta de armas, a Calderón le pasa otro tanto con quejarse o lloriquear en sus discursos ante los medios. ¿Qué va a hacer Calderón? ¿Interrumpir la relación diplomática con los Estados Unidos?

Cuando pedimos que haga algo, ¿qué significa eso? Más que declarar le convendría quizá sentarse a reflexionar un poco y actuar en consecuencia.

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