Moreira, de boquiflojo

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

El exceso de confianza en sí mismos ha conducido a los mejores al fracaso. Al no considerarse los imponderables, al perderse de vista la manera de pensar y actuar del contrincante electoral, quien aparece en el “top” de las encuestas, sean éstas verídicas o confeccionadas para engañar al que paga, de pronto se precipita sin explicación aparente, sino la de la soberbia que impide ver los errores propios.

Humberto Moreira, que se comportó como el nuevo chico del barrio, con la consigna de verse bravucón para determinar quién manda en la lid político electoral, hoy no es sino un muñeco de ventrílocuo por cuya boca salen las descalificaciones a Josefina Vázquez Mota, a Andrés Manuel López Obrador, a quienes apuestan a la coalición, a Gustavo Madero Muñoz y a todo aquel en desacuerdo con que el próximo presidente de México se llame Enrique Peña Nieto. Esto tiene un costo político.

Lo tiene porque Moreira se descalificó a él mismo, al no dar la cara a las acusaciones que lo relacionan con la falsificación de documentos oficiales, con el propósito de obtener mayor presupuesto para Coahuila, también para endeudarla más. Su permanencia como presidente del CEN priista lesiona la imagen de su candidato, ejerce presión sobre las propuestas del partido que dice dirigir, dificulta cualquier cambio de imagen -cuyo propósito es demostrar que el PRI es distinto, no regresa al escenario vestido con el traje nuevo del emperador- para atraer al elector, que no es el mismo al del año 2000, cuya capacidad de análisis puede garantizarle a Peña Nieto el ingreso a Los Pinos, pero de ninguna manera cederle el control del Congreso; a estas alturas comprar en metálico la cláusula de gobernabilidad resultaría casi imposible, por no decir fuera de presupuesto.

En un gesto de sabiduría política, de experiencia, de ceder para ganar, de caerse para arriba, consciente de que después sería recompensado, debió apersonarse en las oficinas de su candidato para gestionar su salida con dignidad, a sabiendas de que Miguel Ángel Osorio Chong, que ganó el Estado de México, es el plan B para quitarse de encima todas las dudas acerca del cambio del PRI, que está urgido de demostrar que no es el del error de diciembre, el de la crisis económica, el de 68 y 71; en fin, que es distinto al partido que en cinco años le ha dado a los mexicanos más de 50 mil muertes violentas, quién sabe cuántas viudas, o huérfanos, o viudos, o baldados y daños colaterales, cuánta hambre y humillación para servir los intereses del Imperio.

Se debió ir hace mucho, por boquiflojo.

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