José Gil Olmos
Muchas veces, quién sabe cuántas, Javier Sicilia ha dicho que si no hay un cambio en la estrategia de combate al crimen organizado, y si no se atacan de fondo sus finanzas y alianzas políticas, las elecciones del 2012 serán las de la ignominia. Pero esta advertencia se ha ido perdiendo, diluyendo, en una sociedad donde la violencia y la corrupción se han normalizado, es decir, se han convertido en parte de la vida cotidiana.
Cuando la violencia y la corrupción se normalizan en una sociedad, pocas cosas pueden sorprender. Ni la más sangrienta masacre o el peor acto de corrupción oficial impresionan a la gente que ya está acostumbrada a ver todos los días ejecuciones, desapariciones, decapitaciones, torturas, asesinatos, enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes o entre éstas con la policía y el Ejército, así como actos de corrupción en todos lados.
Normalizadas socialmente, la corrupción y la violencia serán el escenario en el que se desarrollarán las elecciones del próximo año en las que se elegirán al presidente de la República, el Congreso de la Unión, 15 gobernadores, y un buen número de alcaldes y agentes municipales. Y no se descartan que estas dos situaciones vayan a tener una incidencia directa en todos estos procesos electorales.
Desde ahora se prevé que el crimen organizado tendrá una incidencia o influencia directa en las elecciones, ya sea financiando algunos de los candidatos, actuando en ciertas zonas donde impedirán que se realicen los comicios o inclusive apoyando directamente a ciertos candidatos mediante presiones directamente y casillas como ha sucedido en las pasadas elecciones de Tamaulipas donde hombres armados recorrieron ciudades fronterizas ahuyentando o coaccionando el voto.
Ya en las elecciones de 2000 y 2006 hubo acusaciones de presencia de algunos narcotraficantes en las campañas de todos los partidos. Pero es hasta ahora que este riesgo se ha acrecentado porque el crimen organizado ha crecido de manera desproporcionada corrompiendo todas las instituciones políticas, judiciales y de gobierno.
La estrategia de los partidos para que el IFE llegue mermado, sin la elección de tres de sus consejeros, para la organización del proceso electoral del 2012, también tendrá su efecto negativo y abona a este estado de descomposición.
Sin la fuerza necesaria, sin los elementos suficientes este instituto y el Tribunal Electoral poco han podrán hacer para que los candidatos se sujeten a la ley y no caigan en la tentación de aceptar dinero de los grupos criminales.
Este contexto de permisividad a la corrupción, de violar la ley, como fue en los casos del Pemexgate o Amigos de Fox, así como de violencia generada por el aumento del poder del crimen organizado y la estrategia de guerra de Felipe Calderón, es que se observa el riesgo de una escasa participación ciudadana en las elecciones.
El voto del miedo será nuevamente el que reine y como ya ocurrió en las elecciones de 1994, cuando desde el PRI se promovió la idea de que la irrupción del EZLN traería caos al país; o en el 2006 cuando desde el PAN se difundió la idea de que apoyar a Andrés Manuel López Obrador sería “un peligro para México”, ahora estaríamos ente el riesgo de una nueva estrategia de promover el miedo en la ciudadanía y con ello nuevamente se favorecerá al partido que tiene un voto duro mayoritario, esto es, al PRI.
Quizá sea esto a lo que al final le apuesten los grupos duros del poder, esos que tienen ligas con las bandas del crimen organizado y a los que les interesa llegar al poder legitimados aunque sea con el mínimo porcentaje de votación.
Estas elecciones serían entonces, como dice el poeta Sicilia, las de la ignominia, las de la vergüenza y la infamia, con una legitimidad cuestionada no sólo por el escaso porcentaje de participación, sino por la asunción del crimen organizado al gobierno, legitimado a través del proceso electoral, con las consecuencias funestas en el futuro del país.
Muchas veces, quién sabe cuántas, Javier Sicilia ha dicho que si no hay un cambio en la estrategia de combate al crimen organizado, y si no se atacan de fondo sus finanzas y alianzas políticas, las elecciones del 2012 serán las de la ignominia. Pero esta advertencia se ha ido perdiendo, diluyendo, en una sociedad donde la violencia y la corrupción se han normalizado, es decir, se han convertido en parte de la vida cotidiana.
Cuando la violencia y la corrupción se normalizan en una sociedad, pocas cosas pueden sorprender. Ni la más sangrienta masacre o el peor acto de corrupción oficial impresionan a la gente que ya está acostumbrada a ver todos los días ejecuciones, desapariciones, decapitaciones, torturas, asesinatos, enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes o entre éstas con la policía y el Ejército, así como actos de corrupción en todos lados.
Normalizadas socialmente, la corrupción y la violencia serán el escenario en el que se desarrollarán las elecciones del próximo año en las que se elegirán al presidente de la República, el Congreso de la Unión, 15 gobernadores, y un buen número de alcaldes y agentes municipales. Y no se descartan que estas dos situaciones vayan a tener una incidencia directa en todos estos procesos electorales.
Desde ahora se prevé que el crimen organizado tendrá una incidencia o influencia directa en las elecciones, ya sea financiando algunos de los candidatos, actuando en ciertas zonas donde impedirán que se realicen los comicios o inclusive apoyando directamente a ciertos candidatos mediante presiones directamente y casillas como ha sucedido en las pasadas elecciones de Tamaulipas donde hombres armados recorrieron ciudades fronterizas ahuyentando o coaccionando el voto.
Ya en las elecciones de 2000 y 2006 hubo acusaciones de presencia de algunos narcotraficantes en las campañas de todos los partidos. Pero es hasta ahora que este riesgo se ha acrecentado porque el crimen organizado ha crecido de manera desproporcionada corrompiendo todas las instituciones políticas, judiciales y de gobierno.
La estrategia de los partidos para que el IFE llegue mermado, sin la elección de tres de sus consejeros, para la organización del proceso electoral del 2012, también tendrá su efecto negativo y abona a este estado de descomposición.
Sin la fuerza necesaria, sin los elementos suficientes este instituto y el Tribunal Electoral poco han podrán hacer para que los candidatos se sujeten a la ley y no caigan en la tentación de aceptar dinero de los grupos criminales.
Este contexto de permisividad a la corrupción, de violar la ley, como fue en los casos del Pemexgate o Amigos de Fox, así como de violencia generada por el aumento del poder del crimen organizado y la estrategia de guerra de Felipe Calderón, es que se observa el riesgo de una escasa participación ciudadana en las elecciones.
El voto del miedo será nuevamente el que reine y como ya ocurrió en las elecciones de 1994, cuando desde el PRI se promovió la idea de que la irrupción del EZLN traería caos al país; o en el 2006 cuando desde el PAN se difundió la idea de que apoyar a Andrés Manuel López Obrador sería “un peligro para México”, ahora estaríamos ente el riesgo de una nueva estrategia de promover el miedo en la ciudadanía y con ello nuevamente se favorecerá al partido que tiene un voto duro mayoritario, esto es, al PRI.
Quizá sea esto a lo que al final le apuesten los grupos duros del poder, esos que tienen ligas con las bandas del crimen organizado y a los que les interesa llegar al poder legitimados aunque sea con el mínimo porcentaje de votación.
Estas elecciones serían entonces, como dice el poeta Sicilia, las de la ignominia, las de la vergüenza y la infamia, con una legitimidad cuestionada no sólo por el escaso porcentaje de participación, sino por la asunción del crimen organizado al gobierno, legitimado a través del proceso electoral, con las consecuencias funestas en el futuro del país.
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