Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
A Ernesto Cordero lo tienen crucificado en la opinión pública.
Le gritan que no crece, y que no podrá revertir las preferencias electorales de sus adversarios, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel.
Hacen mofa de él, recordando declaraciones lamentables como aquella que como secretario
de Hacienda dijo sobre los seis mil pesos con los cuales podría vivir y ahorrar una familia tipo mexicana.
Lo ven tan pequeño, que les parece inofensivo que sistemáticamente ataque y provoque al
puntero en las preferencias, el priista Enrique Peña Nieto.
Lo subestiman y lo descalifican. Lo desprecian y lo critican regularmente. Sin embargo, el análisis que realizan sobre él puede resultar totalmente equivocado.
Cordero está sometido a una crítica bajo parámetros con los que se podría medir perfectamente a un aspirante presidencial del PRI o del PRD. Ambos partidos, que nacen de la misma rama, tienen distintas métricas: su candidato tiene que conciliar fuerza interna y percepción externa, y el partido no decide democráticamente a quién desea como abanderado, sino que se depura en la cúpula cupular, y se somete a votación en población abierta quién de ellos gana. Sólo importa lo que se ve hacia afuera, pues lo que piensa la militancia de base es irrelevante; ésta recibe la instrucción de quién es elegido y acata lo que les manden.
Si Cordero aspirara la candidatura por el PRI o el PRD, estaría fuera de competencia. Pero en el PAN, la forma como se construye la candidatura presidencial es distinta. Para empezar, el método de selección no es abierto, sino cerrado. En el PAN sí importan los militantes.
El padrón lo componen aproximadamente un millón 700 mil militantes. De este total, un 30 por ciento son activos, con derechos y obligaciones, y 70 por ciento adherentes, que carecen de ellas, pero que al momento de votar por el candidato, su voto vale igual que el de los activos. El dato clave es que en este sexenio se incorporó a alrededor del 50 por ciento de los adherentes por la vía de dependencias federales, con lealtades entregadas no a los jefes políticos del partido, sino al presidente, que es su jefe. Con esta matemática se puede alegar que Cordero llegaría a la elección interna con al menos el 50 por ciento del respaldo asegurado, que de mantenerse Creel en la contienda, haría imposible que Vázquez Mota pudiera siquiera empatarlo.
Los panistas siempre subrayan que el partido no opera con decisiones verticales, como el PRI y el PRD, y que aunque se den esas mezclas entre activos y adherentes, suelen rechazar imposiciones. Por esa razón, alegan, una elección interna siempre será libre para las voluntades y cualquier puede ganar. Sin embargo, dentro del PAN el presidente tiene 85 por ciento de respaldo, con lo cual su ascendencia sobre la militancia puede transferir suficientes respaldos a quien consideren su candidato, sin que lo sientan como imposición.
En este sentido, el presidente Felipe Calderón no le quita votos a Cordero, sino le suma.
Esta combinación desmonta el argumento de que no podrá revertir los números de Vázquez Mota y Creel, al confundir el análisis una votación interna con una externa. Esa misma confusión lleva a subestimar el elemento central de enfrentar a Peña Nieto. Para los panistas, Peña Nieto es el rival a vencer, y están buscando quién puede ser capaz de dar una mejor batalla ante él. En términos de encuestas en población abierta, los mexicanos ven mejor a Vázquez Mota que a Cordero, pero hacia el interior de ese partido se ha notado que la popular exdiputada nunca ha tocado a Peña Nieto, ni lo ha enfrentado, ni lo ha cuestionado, ni lo ha provocado. Creel, menos. Para un panista, el único que está haciéndolo es Cordero, bien o mal, pero buscando que tropiece.
Cordero ha hecho lo suyo, en términos negativos, como esa declaración sobre los seis mil pesos, que se originó en un vuelo de regreso de París, tras un viaje relámpago de trabajo, donde sus asesores le prepararon unas tarjetas sobre el ingreso, que era un tema que sabían le iban a preguntar al llegar a México. Cansado por el viaje, Cordero no las revisó con cuidado y declaró en forma ligera. Fue un desastre político, que se convirtió, paradójicamente, en un avance electoral: su infortunada frase circuló por todo el país, donde muchos supieron por primera vez de su existencia.
Cambiar una popularidad que arranca en el terreno negativo al positivo, ha sido difícil y aún no lo logran. Sería un gran spot de sus adversarios en una campaña presidencial, pero ese será su segunda preocupación. La principal, hoy, es cómo poder explicar a los potenciales contribuyentes de la campaña el hecho que haya sido ungido candidato pese a que Vázquez Mota tiene mejor aceptación nacional. ¿Cómo podrán los recaudadores de fondo convencerlos de que Cordero no es un candidato perdedor?
Este es el dilema que enfrenta actualmente, al que han inventado sus asesores como una persona agresiva y fajadora, que le han cambiado la hechura de sus trajes, que le han cambiado el peinado y hasta la dentadura. Todo eso no le ha repercutido favorablemente, cuando menos todavía, y él tampoco se siente a gusto en proyectar algo que no es.
Cordero es afable, inteligente, dicharachero y sencillo. Apasionado del futbol –es delantero nato-, jugó también futbol americano de niño, y hace servicio comunitario los fines de semana. Esa imagen no la han podido proyectar sus asesores, incapaces todavía de sacarle su yo mediático, como de manera natural lo tiene Vázquez Mota, Peña Nieto o el perredista Andrés Manuel López Obrador. Sin abandonar radio y televisión, incursionó recientemente en las redes sociales para ver si por esa vía puede iniciar el círculo virtuoso que busca y quitarle puntos a Vázquez Mota.
Tiene tiempo de sobra –algo que tampoco se le reconoce-, pero no necesariamente significa que lo logrará. Es el dilema de Cordero, que tiene toda la estructura para ganar –militantes, la casi totalidad de los gobernadores panistas y el respaldo de Los Pinos-, pero que necesita achicar la percepción de su desventaja con Vázquez Mota. No es la candidatura lo que le preocupa, sino cómo, después de esa primera estación, despegar con fuerza la próxima primavera, su campaña presidencial.
A Ernesto Cordero lo tienen crucificado en la opinión pública.
Le gritan que no crece, y que no podrá revertir las preferencias electorales de sus adversarios, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel.
Hacen mofa de él, recordando declaraciones lamentables como aquella que como secretario
de Hacienda dijo sobre los seis mil pesos con los cuales podría vivir y ahorrar una familia tipo mexicana.
Lo ven tan pequeño, que les parece inofensivo que sistemáticamente ataque y provoque al
puntero en las preferencias, el priista Enrique Peña Nieto.
Lo subestiman y lo descalifican. Lo desprecian y lo critican regularmente. Sin embargo, el análisis que realizan sobre él puede resultar totalmente equivocado.
Cordero está sometido a una crítica bajo parámetros con los que se podría medir perfectamente a un aspirante presidencial del PRI o del PRD. Ambos partidos, que nacen de la misma rama, tienen distintas métricas: su candidato tiene que conciliar fuerza interna y percepción externa, y el partido no decide democráticamente a quién desea como abanderado, sino que se depura en la cúpula cupular, y se somete a votación en población abierta quién de ellos gana. Sólo importa lo que se ve hacia afuera, pues lo que piensa la militancia de base es irrelevante; ésta recibe la instrucción de quién es elegido y acata lo que les manden.
Si Cordero aspirara la candidatura por el PRI o el PRD, estaría fuera de competencia. Pero en el PAN, la forma como se construye la candidatura presidencial es distinta. Para empezar, el método de selección no es abierto, sino cerrado. En el PAN sí importan los militantes.
El padrón lo componen aproximadamente un millón 700 mil militantes. De este total, un 30 por ciento son activos, con derechos y obligaciones, y 70 por ciento adherentes, que carecen de ellas, pero que al momento de votar por el candidato, su voto vale igual que el de los activos. El dato clave es que en este sexenio se incorporó a alrededor del 50 por ciento de los adherentes por la vía de dependencias federales, con lealtades entregadas no a los jefes políticos del partido, sino al presidente, que es su jefe. Con esta matemática se puede alegar que Cordero llegaría a la elección interna con al menos el 50 por ciento del respaldo asegurado, que de mantenerse Creel en la contienda, haría imposible que Vázquez Mota pudiera siquiera empatarlo.
Los panistas siempre subrayan que el partido no opera con decisiones verticales, como el PRI y el PRD, y que aunque se den esas mezclas entre activos y adherentes, suelen rechazar imposiciones. Por esa razón, alegan, una elección interna siempre será libre para las voluntades y cualquier puede ganar. Sin embargo, dentro del PAN el presidente tiene 85 por ciento de respaldo, con lo cual su ascendencia sobre la militancia puede transferir suficientes respaldos a quien consideren su candidato, sin que lo sientan como imposición.
En este sentido, el presidente Felipe Calderón no le quita votos a Cordero, sino le suma.
Esta combinación desmonta el argumento de que no podrá revertir los números de Vázquez Mota y Creel, al confundir el análisis una votación interna con una externa. Esa misma confusión lleva a subestimar el elemento central de enfrentar a Peña Nieto. Para los panistas, Peña Nieto es el rival a vencer, y están buscando quién puede ser capaz de dar una mejor batalla ante él. En términos de encuestas en población abierta, los mexicanos ven mejor a Vázquez Mota que a Cordero, pero hacia el interior de ese partido se ha notado que la popular exdiputada nunca ha tocado a Peña Nieto, ni lo ha enfrentado, ni lo ha cuestionado, ni lo ha provocado. Creel, menos. Para un panista, el único que está haciéndolo es Cordero, bien o mal, pero buscando que tropiece.
Cordero ha hecho lo suyo, en términos negativos, como esa declaración sobre los seis mil pesos, que se originó en un vuelo de regreso de París, tras un viaje relámpago de trabajo, donde sus asesores le prepararon unas tarjetas sobre el ingreso, que era un tema que sabían le iban a preguntar al llegar a México. Cansado por el viaje, Cordero no las revisó con cuidado y declaró en forma ligera. Fue un desastre político, que se convirtió, paradójicamente, en un avance electoral: su infortunada frase circuló por todo el país, donde muchos supieron por primera vez de su existencia.
Cambiar una popularidad que arranca en el terreno negativo al positivo, ha sido difícil y aún no lo logran. Sería un gran spot de sus adversarios en una campaña presidencial, pero ese será su segunda preocupación. La principal, hoy, es cómo poder explicar a los potenciales contribuyentes de la campaña el hecho que haya sido ungido candidato pese a que Vázquez Mota tiene mejor aceptación nacional. ¿Cómo podrán los recaudadores de fondo convencerlos de que Cordero no es un candidato perdedor?
Este es el dilema que enfrenta actualmente, al que han inventado sus asesores como una persona agresiva y fajadora, que le han cambiado la hechura de sus trajes, que le han cambiado el peinado y hasta la dentadura. Todo eso no le ha repercutido favorablemente, cuando menos todavía, y él tampoco se siente a gusto en proyectar algo que no es.
Cordero es afable, inteligente, dicharachero y sencillo. Apasionado del futbol –es delantero nato-, jugó también futbol americano de niño, y hace servicio comunitario los fines de semana. Esa imagen no la han podido proyectar sus asesores, incapaces todavía de sacarle su yo mediático, como de manera natural lo tiene Vázquez Mota, Peña Nieto o el perredista Andrés Manuel López Obrador. Sin abandonar radio y televisión, incursionó recientemente en las redes sociales para ver si por esa vía puede iniciar el círculo virtuoso que busca y quitarle puntos a Vázquez Mota.
Tiene tiempo de sobra –algo que tampoco se le reconoce-, pero no necesariamente significa que lo logrará. Es el dilema de Cordero, que tiene toda la estructura para ganar –militantes, la casi totalidad de los gobernadores panistas y el respaldo de Los Pinos-, pero que necesita achicar la percepción de su desventaja con Vázquez Mota. No es la candidatura lo que le preocupa, sino cómo, después de esa primera estación, despegar con fuerza la próxima primavera, su campaña presidencial.
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