Paul Imison / CounterPunch
Traducido del inglés por Germán de Leyens
La rapidez con la cual una gran ciudad mexicana puede pasar de una relativa tranquilidad a ser un barril de dinamita por el cual combaten grupos armados de narcotraficantes fue recientemente ilustrada en Veracruz, importante puerto comercial en el Golfo. Hasta hace dos meses, el histórico puerto –que vio la llegada de los españoles en 1519 y las invasiones navales estadounidenses de 1847 y 1914– era un centro petrolero y un gran eje para turistas en su mayor parte del interior, famoso por su hedonismo tropical y su “Carnaval” anual. Parece que ahora se convierte en una de las “plazas” más sangrienta de la narcoguerra.
Después de una avalancha de tiroteos y ataques con granadas a fines de agosto, 35 cuerpos semidesnudos y mutilados –supuestamente pertenecientes de la banda de los Zetas– fueron arrojados en una carretera a plena luz del día, directamente frente al centro comercial más ostentoso de la ciudad. El grupo que reivindicó la responsabilidad por la masacre, “Gente Nueva” es conocido como ala paramilitar del Cártel de Sinaloa, lo que confirma los rumores de que la banda más grande, más poderosa de México se ha lanzado a aniquilar a los Zetas.
Sin embargo, la manera como se han desarrollado los eventos en Veracruz amenaza con convertir la ciudad en uno de los campos de batalla más violentos desde el comienzo de la guerra de los cárteles. En julio, un grupo de sicarios enmascarados y fuertemente armados colgó un vídeo en línea apodándose los “Mata-Zetas”, una banda de autoproclamados “guerreros” dedicados a “proteger” a la población de Veracruz contra los Zetas. Lejos de ser vigilantes, como se había informado inicialmente, también han sido vinculados con el Cártel de Sinaloa, cuyo conflicto a escala nacional con los Zetas es ahora la principal rivalidad de las narcobandas.
Los Zetas son un grupo paramilitar que trabajó originalmente para el Cártel del Golfo y que ahora es una organización criminal por derecho propio, y utiliza el puerto de Veracruz para embarques de cocaína y armas y compite con su ex empleador en el noreste de México. El Estado de Veracruz se convirtió en un bastión de los Zetas en 2010 durante el gobierno de Fidel Herrera Beltrán, un ex aspirante a la presidencia del PRI que ha sido vinculado con el crimen organizado. “Creo que Veracruz fue dejada en manos de los Zetas”, declaró la semana pasada el presidente Felipe Calderón antes de enviar más soldados a la región. “No sé si fue involuntario… Probablemente, así lo espero”.
El 19 de septiembre, un día antes de la masacre descrita más arriba, hubo simultáneamente tres evasiones de las prisiones en todo el Estado, en las que escaparon treinta y dos reclusos – usualmente una táctica de las narcobandas para aumentar su número liberando antiguos asociados o reclutando por la fuerza a miembros de un cártel rival. En este caso, sin embargo, varios de los liberados terminaron entre los muertos arrojados en la capital del Estado veinticuatro horas más tarde, aparentemente la primera y horripilante declaración de los “Mata-Zetas” de que se proponen eliminar a los Zetas en términos de puro derramamiento de sangre.
Dos semanas después, Marines realizaron arrestos que llevaron a otros 32 cuerpos desmembrados abandonados en tres casas en toda la ciudad. Mensajes manuscritos dejados en la escena de la carnicería –un continuo va y viene entre bandas rivales– sugirieron otros golpes de los “Mata Zetas” o de un grupo afín. En cosa de semanas, la otrora pacífica y colonial Veracruz había reemplazado en los titulares a las ensangrentadas ciudades fronterizas.
Los principales cárteles en México han estado utilizando grupos armados desde que sus rivalidades personales empeoraron a principios de los años 2000. Los Zetas realizaban antiguamente el trabajo sucio del Cártel del Golfo hasta que se volvieron contra sus jefes y se independizaron. El Cártel de Juárez, en la ciudad fronteriza del mismo nombre devastada por la violencia, utiliza una banda de matones que llama “La Línea”, que según los rumores opera independientemente desde que su empleador fue debilitado. El Cártel de Sinaloa tiene numerosos operativos al estilo paramilitar, de los cuales los “Mata-Zeta” solo parecen ser el más reciente.
La narcoguerra” es dominada ahora por dos organizaciones rivales. Los Zetas están en guerra con la alianza de los Cárteles Sinaloa-Del Golfo en el estado de Tamaulipas en el noreste, y tratan de penetrar en territorio Sinaloa en todos los demás sitios. En julio, la Agencia Anti-drogas de E.UU. (DEA) admitió que la estrategia antinarcóticos del gobierno mexicano se centra ahora en el combate contra los Zetas, incluso si, irónicamente, se considera que sus ingresos del narcotráfico son una fracción de los del Cártel de Sinaloa.
Si la narcoguerra del presidente Calderón realmente tuviera que ver con la lucha contra la droga, el Cártel de Sinaloa sería el Enemigo Público Número Uno. Es probablemente la mayor organización de narcotráfico del mundo con acceso a mercados que van mucho más allá de EE.UU. y Canadá, y una inmensa red de sobornos dentro de México. Incapaces de competir con Sinaloa en el tráfico de cocaína, los Zetas suplementan sus operaciones con narcóticos con crímenes más aborrecibles que van de secuestros y extorsión a tráfico de personas.
La línea oficial a ambos lados de la frontera es que los Zetas son la más peligrosa de las facciones criminales de México y una amenaza para la seguridad nacional de ambos países (véase el reciente intento de las autoridades estadounidenses de vincularlos con el “complot terrorista” iraní en Washington). Pero aunque sus orígenes y tácticas militares ciertamente los convierten en una amenaza para el público mexicano, el reciente derramamiento de sangre en Veracruz muestra que el Cártel de Sinaloa –presentado erróneamente como una mafia de la “vieja escuela”, incluso “honorable”– no está menos versado en brutalidad.
Los militares mexicanos son conocidos por su apoyo activo al Cártel de Sinaloa contra sus rivales en ciudades como Tijuana y Juárez – utilizando en teoría a un cartel “de confianza” para eliminar a otro. Pero siempre ha existido la sospecha entre críticos de la “guerra” de Calderón de que esta estrategia capacita al gobierno para realizar el tipo de atrocidades que los militares no pueden cometer legalmente, empleando efectivamente a asesinos al estilo paramilitar para erradicar a sus enemigos en lo que la colaboradora de Counterpunch, Kristin Bricker, llama la “colombización” de México.
El gobierno ha condenado oficialmente a grupos armados que “toman la justicia en sus propias manos”, tratando de presentar a los “Mata-Zetas” como un grupo vigilante no relacionado con ninguna estrategia federal. Pero al gobierno de Felipe Calderón se le acaba el tiempo. Su objetivo primordial ahora es simplemente abatir a los Zetas – no importa la lucha contra el narcotráfico, una industria de entre 15.000 y 50.000 millones de dólares por año solo en México.
Funcionarios estadounidenses en México afirmaron recientemente que la oportunidad de la llegada del Cártel de Sinaloa a Veracruz puede haber sido un ataque preventivo para retrasar una incursión de los Zetas a Guadalajara, la segunda ciudad por su tamaño del país donde las lealtades se han dividido desde el asesinato del jefe de la “plaza” y miembro de Sinaloa,
Ignacio “Nacho” Coronel, en el verano de 2010.
El gobierno de Calderón afirma que la continua violencia se ha debido a que los grandes cárteles han sido desmantelados y divididos en facciones más pequeñas –y menos poderosas– lo que esencialmente constituye un modo de reivindicar éxito para su política. Pero esas facciones “más pequeñas” siguen siendo fieles a uno de los dos pesos pesados, lo que simplemente propaga la violencia a otros rincones del país.
La historia de la guerra de cárteles ha comenzado a repetirse. La ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas, que bordea Laredo, Texas, fue una de las primeras ciudades mexicanas en las que estalló la violencia cuando el Cártel de Sinaloa luchó contra el Cártel del Golfo (ahora su aliado) en 2003. Los Zetas (que entonces trabajaban para el grupo del Golfo) ayudaron a repeler la incursión. Ahora los cárteles de Sinaloa y del Golfo trabajan juntos para defenderla contra los Zetas, y la ciudad ha vuelto a estallar.
Son los círculos cada vez más pequeños en una “guerra” que según el gobierno mexicano está ganando. A Felipe Calderón le queda solo un año en su puesto para vender esta sórdida telenovela a un electorado cada vez más horrorizado. La cifra oficial de 34.500 muertos sigue sin ajustar desde diciembre pasado, y los medios independientes citan ahora más de 41.000 muertos desde 2007.
Traducido del inglés por Germán de Leyens
La rapidez con la cual una gran ciudad mexicana puede pasar de una relativa tranquilidad a ser un barril de dinamita por el cual combaten grupos armados de narcotraficantes fue recientemente ilustrada en Veracruz, importante puerto comercial en el Golfo. Hasta hace dos meses, el histórico puerto –que vio la llegada de los españoles en 1519 y las invasiones navales estadounidenses de 1847 y 1914– era un centro petrolero y un gran eje para turistas en su mayor parte del interior, famoso por su hedonismo tropical y su “Carnaval” anual. Parece que ahora se convierte en una de las “plazas” más sangrienta de la narcoguerra.
Después de una avalancha de tiroteos y ataques con granadas a fines de agosto, 35 cuerpos semidesnudos y mutilados –supuestamente pertenecientes de la banda de los Zetas– fueron arrojados en una carretera a plena luz del día, directamente frente al centro comercial más ostentoso de la ciudad. El grupo que reivindicó la responsabilidad por la masacre, “Gente Nueva” es conocido como ala paramilitar del Cártel de Sinaloa, lo que confirma los rumores de que la banda más grande, más poderosa de México se ha lanzado a aniquilar a los Zetas.
Sin embargo, la manera como se han desarrollado los eventos en Veracruz amenaza con convertir la ciudad en uno de los campos de batalla más violentos desde el comienzo de la guerra de los cárteles. En julio, un grupo de sicarios enmascarados y fuertemente armados colgó un vídeo en línea apodándose los “Mata-Zetas”, una banda de autoproclamados “guerreros” dedicados a “proteger” a la población de Veracruz contra los Zetas. Lejos de ser vigilantes, como se había informado inicialmente, también han sido vinculados con el Cártel de Sinaloa, cuyo conflicto a escala nacional con los Zetas es ahora la principal rivalidad de las narcobandas.
Los Zetas son un grupo paramilitar que trabajó originalmente para el Cártel del Golfo y que ahora es una organización criminal por derecho propio, y utiliza el puerto de Veracruz para embarques de cocaína y armas y compite con su ex empleador en el noreste de México. El Estado de Veracruz se convirtió en un bastión de los Zetas en 2010 durante el gobierno de Fidel Herrera Beltrán, un ex aspirante a la presidencia del PRI que ha sido vinculado con el crimen organizado. “Creo que Veracruz fue dejada en manos de los Zetas”, declaró la semana pasada el presidente Felipe Calderón antes de enviar más soldados a la región. “No sé si fue involuntario… Probablemente, así lo espero”.
El 19 de septiembre, un día antes de la masacre descrita más arriba, hubo simultáneamente tres evasiones de las prisiones en todo el Estado, en las que escaparon treinta y dos reclusos – usualmente una táctica de las narcobandas para aumentar su número liberando antiguos asociados o reclutando por la fuerza a miembros de un cártel rival. En este caso, sin embargo, varios de los liberados terminaron entre los muertos arrojados en la capital del Estado veinticuatro horas más tarde, aparentemente la primera y horripilante declaración de los “Mata-Zetas” de que se proponen eliminar a los Zetas en términos de puro derramamiento de sangre.
Dos semanas después, Marines realizaron arrestos que llevaron a otros 32 cuerpos desmembrados abandonados en tres casas en toda la ciudad. Mensajes manuscritos dejados en la escena de la carnicería –un continuo va y viene entre bandas rivales– sugirieron otros golpes de los “Mata Zetas” o de un grupo afín. En cosa de semanas, la otrora pacífica y colonial Veracruz había reemplazado en los titulares a las ensangrentadas ciudades fronterizas.
Los principales cárteles en México han estado utilizando grupos armados desde que sus rivalidades personales empeoraron a principios de los años 2000. Los Zetas realizaban antiguamente el trabajo sucio del Cártel del Golfo hasta que se volvieron contra sus jefes y se independizaron. El Cártel de Juárez, en la ciudad fronteriza del mismo nombre devastada por la violencia, utiliza una banda de matones que llama “La Línea”, que según los rumores opera independientemente desde que su empleador fue debilitado. El Cártel de Sinaloa tiene numerosos operativos al estilo paramilitar, de los cuales los “Mata-Zeta” solo parecen ser el más reciente.
La narcoguerra” es dominada ahora por dos organizaciones rivales. Los Zetas están en guerra con la alianza de los Cárteles Sinaloa-Del Golfo en el estado de Tamaulipas en el noreste, y tratan de penetrar en territorio Sinaloa en todos los demás sitios. En julio, la Agencia Anti-drogas de E.UU. (DEA) admitió que la estrategia antinarcóticos del gobierno mexicano se centra ahora en el combate contra los Zetas, incluso si, irónicamente, se considera que sus ingresos del narcotráfico son una fracción de los del Cártel de Sinaloa.
Si la narcoguerra del presidente Calderón realmente tuviera que ver con la lucha contra la droga, el Cártel de Sinaloa sería el Enemigo Público Número Uno. Es probablemente la mayor organización de narcotráfico del mundo con acceso a mercados que van mucho más allá de EE.UU. y Canadá, y una inmensa red de sobornos dentro de México. Incapaces de competir con Sinaloa en el tráfico de cocaína, los Zetas suplementan sus operaciones con narcóticos con crímenes más aborrecibles que van de secuestros y extorsión a tráfico de personas.
La línea oficial a ambos lados de la frontera es que los Zetas son la más peligrosa de las facciones criminales de México y una amenaza para la seguridad nacional de ambos países (véase el reciente intento de las autoridades estadounidenses de vincularlos con el “complot terrorista” iraní en Washington). Pero aunque sus orígenes y tácticas militares ciertamente los convierten en una amenaza para el público mexicano, el reciente derramamiento de sangre en Veracruz muestra que el Cártel de Sinaloa –presentado erróneamente como una mafia de la “vieja escuela”, incluso “honorable”– no está menos versado en brutalidad.
Los militares mexicanos son conocidos por su apoyo activo al Cártel de Sinaloa contra sus rivales en ciudades como Tijuana y Juárez – utilizando en teoría a un cartel “de confianza” para eliminar a otro. Pero siempre ha existido la sospecha entre críticos de la “guerra” de Calderón de que esta estrategia capacita al gobierno para realizar el tipo de atrocidades que los militares no pueden cometer legalmente, empleando efectivamente a asesinos al estilo paramilitar para erradicar a sus enemigos en lo que la colaboradora de Counterpunch, Kristin Bricker, llama la “colombización” de México.
El gobierno ha condenado oficialmente a grupos armados que “toman la justicia en sus propias manos”, tratando de presentar a los “Mata-Zetas” como un grupo vigilante no relacionado con ninguna estrategia federal. Pero al gobierno de Felipe Calderón se le acaba el tiempo. Su objetivo primordial ahora es simplemente abatir a los Zetas – no importa la lucha contra el narcotráfico, una industria de entre 15.000 y 50.000 millones de dólares por año solo en México.
Funcionarios estadounidenses en México afirmaron recientemente que la oportunidad de la llegada del Cártel de Sinaloa a Veracruz puede haber sido un ataque preventivo para retrasar una incursión de los Zetas a Guadalajara, la segunda ciudad por su tamaño del país donde las lealtades se han dividido desde el asesinato del jefe de la “plaza” y miembro de Sinaloa,
Ignacio “Nacho” Coronel, en el verano de 2010.
El gobierno de Calderón afirma que la continua violencia se ha debido a que los grandes cárteles han sido desmantelados y divididos en facciones más pequeñas –y menos poderosas– lo que esencialmente constituye un modo de reivindicar éxito para su política. Pero esas facciones “más pequeñas” siguen siendo fieles a uno de los dos pesos pesados, lo que simplemente propaga la violencia a otros rincones del país.
La historia de la guerra de cárteles ha comenzado a repetirse. La ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas, que bordea Laredo, Texas, fue una de las primeras ciudades mexicanas en las que estalló la violencia cuando el Cártel de Sinaloa luchó contra el Cártel del Golfo (ahora su aliado) en 2003. Los Zetas (que entonces trabajaban para el grupo del Golfo) ayudaron a repeler la incursión. Ahora los cárteles de Sinaloa y del Golfo trabajan juntos para defenderla contra los Zetas, y la ciudad ha vuelto a estallar.
Son los círculos cada vez más pequeños en una “guerra” que según el gobierno mexicano está ganando. A Felipe Calderón le queda solo un año en su puesto para vender esta sórdida telenovela a un electorado cada vez más horrorizado. La cifra oficial de 34.500 muertos sigue sin ajustar desde diciembre pasado, y los medios independientes citan ahora más de 41.000 muertos desde 2007.
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