A la caza de Zedillo

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Carlos Salinas es de los que piensan que en la política no hay coincidencias. En 1994, en su viejo despacho de Los Pinos, se le preguntó si el alzamiento en Chiapas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio estaban concatenados. “No tengo ninguna prueba –respondió-, pero es demasiada coincidencia para que sea coincidencia”. Bajo esa misma lógica, Salinas acaba de demostrar la suma simple: 2+2=0.

El lunes, El Universal publicó un adelanto de su nuevo libro, “¿Qué hacer?”, que en realidad es una versión resumida y más accesible al gran público de su mamotreto de más de mil páginas, “La Década Perdida”, publicado en 2008. Y el jueves, el mismo diario publicó la declaración de Emilio Chuayffet ante la Fiscalía Especializada de Chiapas para investigar los delitos en el caso de Acteal en 1997, donde se responsabiliza de la matanza de 45 tzotziles al ex presidente Ernesto Zedillo, a su ex secretario particular Liébano Sáenz, y al entonces gobernador Julio César Ruiz Ferro.

La Fiscalía Especializada actuó a partir de la demanda contra de Zedillo que presentó un despacho de abogados de Florida a nombre de familiares de 10 víctimas que no han dado la cara en una corte de New Haven, Connecticut, donde vive y trabaja el ex presidente, por reparación de daño. La denuncia, sembrada en el jardín de la casa de Zedillo en el campus de la Universidad de Yale, si no fue íntegramente pensada por Salinas, sí fue promovida y manejada personalmente por él. No se sabía públicamente en ese momento que serviría de detonante para el inicio de un proceso judicial en México, en la tierra donde precisamente tiene ascendencia sobre dos distinguidos e influyentes chiapanecos, el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Sergio Armando Valls, y el secretario particular del presidente Felipe Calderón, Roberto Gil.

Salinas está en la ruta de construcción de la venganza sobre la única obsesión que le inunda la cabeza: Zedillo. Quiere destruirlo porque considera que lo traicionó al perseguirlo a él y a su familia como un recurso distractor de la crisis financiera de 1995, que Salinas llamó “el error de diciembre”. Salinas lo responsabiliza a él y a Sáenz de una campaña de desprestigio -que incluía el manejo mediático que cada vez que llegaba a México de su autoexilio temblaba, y de alimentar la venta de máscaras de él en las calles-, y la difusión de fotografías y grabaciones telefónicas para cultivar la percepción de corrupción.

Chuayffet, que era secretario de Gobernación cuando la matanza de Acteal, es la bala de plata que buscaba hace tiempo. El último día de gobierno de Salinas realizó su última gira como presidente al estado de México donde Chuayffet, a la sazón gobernador, dijo que era el mejor presidente que había tenido México. El haber trabajado con Zedillo llevó a Salinas a considerarlo también un traidor. Muchos años después, Chuayffet se reencontró con Salinas y confesó que Zedillo lo había engañado. Hoy, su declaración sobre Acteal es el misil ansiado.

Las afirmaciones de Chuayffet a la Fiscalía Especializada son fundamentales para este caso, pues él se encontraba en la esfera de la toma de decisiones. La acusación en New Haven dañará la imagen de Zedillo en términos morales –de demócrata a represor- si no se atiende, pero la causa judicial que se le ha inducido en México abre una causa penal contra él y Sáenz, actualmente estratega político-electoral de priístas, con la que finalmente Salinas encontró el rumbo de su venganza, que puede llevar a Zedillo y a su otrora poderoso colaborador no sólo al desprestigio público sino, quizás, hasta la cárcel.

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