Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Pronto olvidaron los estudiosos, los líderes sociales, los aspirantes a insertarse en la nomenclatura o a la circulación libre por la espiral del poder, las causas y consecuencias de los distintos movimientos estudiantiles durante 1968, hace ya 43 años.
Sí hubo modificación de las relaciones entre el gobierno y los gobernados, sí suavizaron las condiciones del contrato social para beneficio de quienes tienen la sartén por el mango, pues ellos recuerdan con puntualidad, con obsesión, lo que estuvo a punto de costarles la algarada estudiantil que recorrió muchas ciudades y legó a la sociedad imágenes históricas, sólo eso, imágenes como la de Jan Palach auto inmolándose al estilo bonzo ante los tanques soviéticos.
Hoy los indignados sueñan despiertos con la posibilidad de inducir un cambio que les facilite, permita recuperar su dignidad, huir de la humillación en que los ha postrado el out sourcing, la globalización, el mercado de trabajo, las tasas de interés, las hipotecas, la curricula educativa transformada en fuente de mano de obra barata de los poderes fácticos, ya no digamos de la delincuencia organizada.
Quienes mejor aprovecharon las lecciones de lo ocurrido durante 1968 perfeccionaron las instrumentos legales de coerción -los jóvenes viven atrapados en una deuda eterna-, se adueñaron de los movimientos sociales que facilitan la expresión pública y controlada de la energía sobrante, como la describe Herbert Marcuse a lo largo de su obra, pero concretamente en Eros y civilización y El hombre unidimensional.
Modificaron y perfeccionaron los sistemas de control, pues si en 1968 los descontentos protestaron porque el hombre no era dueño de su propio tiempo, sino únicamente de una parte, hoy le regresaron su usufructo a cambio del arrendamiento de su libertad, acotada por las condiciones laborales establecidas gracias a la propiciada precariedad del mercado laboral, a las altas tasas de interés en todo tipo de créditos, a la necesidad inducida de satisfactores, como se percibe en Gomorra, de Roberto Saviano, porque es esa urgencia la que abarata la mano de obra a la delincuencia organizada.
Los indignados tienen razón, y no vengan los beneficiados del modelo con la crítica falaz y mediocre de que lo mejor que pueden hacer es ponerse a trabajar, para calmar sus ansias, disminuir su indignidad, porque la indignación sólo se les va a quitar con un baño de agua fría, como decían los abuelos que se quitaba la calentura, las ganas de un acostón, para que mejor lo entiendan.
A los líderes de los indignados ocurrirá como el 68: serán cooptados o mediatizados luego de castigarlos, no necesitan detenerlos ni inducirlos al suicidio o la inmolación, con endeudarlos y cobrarles ya los jodieron.
Pronto olvidaron los estudiosos, los líderes sociales, los aspirantes a insertarse en la nomenclatura o a la circulación libre por la espiral del poder, las causas y consecuencias de los distintos movimientos estudiantiles durante 1968, hace ya 43 años.
Sí hubo modificación de las relaciones entre el gobierno y los gobernados, sí suavizaron las condiciones del contrato social para beneficio de quienes tienen la sartén por el mango, pues ellos recuerdan con puntualidad, con obsesión, lo que estuvo a punto de costarles la algarada estudiantil que recorrió muchas ciudades y legó a la sociedad imágenes históricas, sólo eso, imágenes como la de Jan Palach auto inmolándose al estilo bonzo ante los tanques soviéticos.
Hoy los indignados sueñan despiertos con la posibilidad de inducir un cambio que les facilite, permita recuperar su dignidad, huir de la humillación en que los ha postrado el out sourcing, la globalización, el mercado de trabajo, las tasas de interés, las hipotecas, la curricula educativa transformada en fuente de mano de obra barata de los poderes fácticos, ya no digamos de la delincuencia organizada.
Quienes mejor aprovecharon las lecciones de lo ocurrido durante 1968 perfeccionaron las instrumentos legales de coerción -los jóvenes viven atrapados en una deuda eterna-, se adueñaron de los movimientos sociales que facilitan la expresión pública y controlada de la energía sobrante, como la describe Herbert Marcuse a lo largo de su obra, pero concretamente en Eros y civilización y El hombre unidimensional.
Modificaron y perfeccionaron los sistemas de control, pues si en 1968 los descontentos protestaron porque el hombre no era dueño de su propio tiempo, sino únicamente de una parte, hoy le regresaron su usufructo a cambio del arrendamiento de su libertad, acotada por las condiciones laborales establecidas gracias a la propiciada precariedad del mercado laboral, a las altas tasas de interés en todo tipo de créditos, a la necesidad inducida de satisfactores, como se percibe en Gomorra, de Roberto Saviano, porque es esa urgencia la que abarata la mano de obra a la delincuencia organizada.
Los indignados tienen razón, y no vengan los beneficiados del modelo con la crítica falaz y mediocre de que lo mejor que pueden hacer es ponerse a trabajar, para calmar sus ansias, disminuir su indignidad, porque la indignación sólo se les va a quitar con un baño de agua fría, como decían los abuelos que se quitaba la calentura, las ganas de un acostón, para que mejor lo entiendan.
A los líderes de los indignados ocurrirá como el 68: serán cooptados o mediatizados luego de castigarlos, no necesitan detenerlos ni inducirlos al suicidio o la inmolación, con endeudarlos y cobrarles ya los jodieron.
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