Indignados, movimiento que cruza el Atlántico

Jenaro Villamil

En 1920 Paul Klee pintó su acuarela Angelus Novus. Es la imagen de un ángel fragmentado, temeroso, con mirada elusiva como el futuro. El filósofo Walter Benjamin, en 1940, escribió que el Angelus Novus representa el espanto “ante esta tempestad a la que llamamos progreso”. Era el año de la firma del pacto nazi-estalinista que auguraba la guerra más cruenta y devastadora del siglo XX.

El apunte de Benjamin es una de las inspiraciones del filósofo y diplomático Stéphane Hessel, autor de un breve manifiesto de apenas 50 páginas titulado ¡Indignaos!, convertido de inmediato en la hoja de ruta del movimiento de los Indignados que ha tomado las calles de las ciudades principales de España, Grecia, Israel, París y que ha cruzado el Atlántico y está en Wall Street.

En menos de dos semanas de protesta en el parque Zuccotti, de Manhattan, y la expresión de los indignados estadunidenses crece. La detención masiva de 700 manifestantes y el gas pimienta arrojado contra los participantes neoyorquinos no ha apagado la protesta. Al contrario, la extendió a otras ciudades norteamericanas.

El mismo tono de las protestas y la convocatoria a través de redes sociales está en el movimiento estudiantil de Chile, en las primeras marchas que acompañaron a Javier Sicilia en el Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad. Seguramente, en México nos deparan otras manifestaciones –hasta ahora apagadas por el miedo y la indiferencia– enlazadas con los indignados de muchas otras partes del mundo.

Estos primeros apuntes constituyen una reseña, análisis y comentario de las tesis sencillas y eficaces que Stéphane Hessel ha planteado en este libro, aparecido en diciembre de 2010, y convertido en un best seller de los movimientos altermundistas, indignados y pacifistas de esta nueva era.

Hessel, la Juventud de los 93 Años

“Noventa y tres años. Es algo así como la última etapa. El final ya no está muy lejos”.

Con estas tres breves frases Hessel conjura el ocaso de una vida extraordinariamente productiva como militante, diplomático y filósofo para hablarle a las nuevas generaciones. El joven Hessel, protagonista hace 66 años del Consejo Nacional de Resistencia de Francia, dialoga con el joven de 93 años que lanza el siguiente alegato:

“El motivo fundamental de la Resistencia fue la indignación. Nosotros, veteranos de la Resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia Libre, apelamos a las jóvenes generaciones a dar vida y transmitir la herencia de la Resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: coged el relevo, ¡indignaos! Los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no puede claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercaderes financieros que amenazan la paz y la democracia”.

Por supuesto, Hessel no está dando un diagnóstico nuevo. La energía de su texto no radica en este punto sino en la sugerente convocatoria a tomar la iniciativa, a partir de la indignación, no de la exasperación, ni la desesperanza, mucho menos del cinismo prevaleciente.

Su convocatoria no se limita a Francia, mucho menos a Europa. Quizá sin proponérselo su alegato convirtió la indignación en el motor de las manifestaciones en los países de la Unión Europea –atenazada por la quiebra del mercado común y sus promesas de riqueza para todos-, en Estados Unidos, en América Latina, en el mundo árabe y hasta en Japón. Esta nación asiática, resquebrajada tras el efecto de Fukushima, es decir, el fracaso de la segunda “utopía nuclear” que ha detonado el malestar social en un país que se preciaba de un autocontrol cívico milenario.

Indiferencia e Indignación

Hessel parte de una premisa mayor que han corroborado las recientes revueltas en el mundo árabe y en España y Grecia: “vivimos en una interconectividad que no ha existido jamás. Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar”.

Y líneas abajo, Hessel plantea una de las tesis que ha seducido por su claridad y contundencia:

“Yo le digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia, decir ‘paso de todo, y me los apaño’. Si os comportáis así, perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre: la facultad de indignación y el compromiso que le sigue”.

En esta frase, Hessel anticipa lo que será su segundo manifiesto, editado este año, Comprometéos!

El joven de 93 años argumenta dos razones fundamentales para indignarse:

“La inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no para de aumentar”. Esta es una innovación del siglo que después de la Guerra fría prometió el progreso gracias al libre mercado. El resultado: ha arrojado a las calles del desempleo, el subempleo y la indignidad a millones de jóvenes que supuestamente iban a ser los herederos del brillante mundo libre que cantaron las sirenas tras el derrumbe del Muro de Berlín y el bloque soviético. En contraste, una élite cada vez más reducida, concentra riqueza, opulencia y soberbia. Banqueros y sus gerentes, dueños de medios y sus intereses, especuladores y criminales de cuello blanco que detonan “burbujas” financieras y quiebran a los Estados.

“Los derechos humanos y la situación del planeta”. Lo advierte Hessel, quien fue uno de los principales redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, en 1948.

La universalidad de estos derechos obliga a actuar también, universalmente, frente a cualquiera de sus violaciones: al libre tránsito, a la dignidad humana de los migrantes, a la libertad de expresión, a la libertad de asociación, al derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, a condiciones de vida dignas.

Hessel explica que esta Declaración Universal de 1948 tuvo un objetivo central:

“Desbaratar el argumento de plena soberanía que un Estado puede hacer valer mientras comete crímenes contra la humanidad en su territorio. Este fue el caso de Hitler, que se creyó dueño y señor autorizado a provocar un genocidio”.

¿Cuántos nuevos y peligrosos Hitlercitos que se sienten “autorizados” y hasta heroicos no existen ahora en el mundo? No nos vayamos lejos. En México padecemos a una réplica a escala de autoridades corrompidas, avorazadas, que prefieren justificar los baños de sangre a comprometerse a garantizar una convivencia digna, pacífica. Hasta se comparan con Churchill cuando se parecen más a la lógica de Hitler.

Frente a esto, Hessel advierte que lo peor es la indiferencia. Y la exasperación.

Exasperación, Violencia y Esperanza

Hessel abunda sobre un fenómeno que conoce muy bien por su compromiso diplomático desde el 2002 en los territorios palestinos ocupados en Gaza. Teoriza sobre la pertinencia o no del terrorismo ante una ocupación militar. Y la viabilidad de los métodos no violentos.

“¿Le sirve de algo a Hamas enviar cohetes a la ciudad de Sdérot? La respuesta es no. No sirve a su causa, pero podemos explicarnos estos actos por la exasperación.

“En la noción de exasperación, hay que comprender la violencia como una lamentable conclusión de situaciones inaceptables para aquellos que las sufren…No deberíamos exasperarnos, deberíamos esperanzarnos. La exasperación es una negación de la esperanza. Es algo comprensible, casi diría que natural, pero precisamente por eso no es aceptable. Porque permite obtener los resultados que puede eventualmente producir la esperanza” (cursivas mías).

Piensen en estas palabras las sociedades exasperadas por la violencia doble y hasta triple del crimen organizado, de las fuerzas policiacas y militares que dicen combatirlo y ahora hasta de grupos paramilitares. Son explicables la exasperación, el temor y el odio que de ellas se derivan, pero no justificables. Las principales víctimas son los ciudadanos, reducidos a la peor indignidad: ser una cifra más en el conteo de miles de muertos, criminalizados a priori en el supremo tribunal de las apariencias.

La solución no es la violencia, subraya Hessel.

“Hay que comprender que la violencia da la espalda a la esperanza. Hay que dotar a la esperanza de confianza, la confianza en la no violencia. Es el camino que debemos aprender a seguir.

Tanto del lado de los opresores como de los oprimidos, hay que llegar a una negociación que haga desaparecer la opresión; eso es lo que permitiría que no haya violencia terrorista. Es por esta razón que no deberíamos acumular mucho odio”, argumenta.

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