martes, octubre 18, 2011

Granados: irse en un día lleno de luz

Salvador Guerrero Chiprés / Centro y Periferia

Para los estudiantes de periodismo de la UNAM era indispensable estudiar con Miguel Ángel Granados Chapa, Fernando Benítez y Manuel Buendía. En 1982, en la Facultad de Ciencias Políticas, la discontinuidad de su asistencia, de todos ellos, nunca alteró la abundante presencia de los alumnos. Si, aquellos susceptibles de ser iluminados.

Ya en el Taller de Prácticas Periodísticas de Buendía verificamos que Granados Chapa gustaba de la conversación frecuente con el Maestro asesinado el 30 de mayo de 1984. Había una foto en la oficina de Buendía: una pequeña sala en una casa modesta donde Buendía, Granados y el entonces presidente José López Portillo parecían atenuar las discrepancias entre el periodismo crítico y el ejercicio hegemónico del poder. Ello no impedía cierta sensibilidad al entonces Mandatario. Ni cierta hospitalidad que oscilaba entre el respeto y la apertura de los columnistas. Granados escribía en estas semanas previas a su lamentable fallecimiento un libro sobre Buendía.

Vi nuevamente al Profesor hasta el ingreso como reportero a La Jornada. El gobierno de Carlos Salinas buscaba la legitimación a través del ejercicio del poder, una amplia estrategia de cooptación y relaciones públicas así como el impulso de acciones que reconfiguraron la fisonomía del Estado mexicano sin descuidar el tendido de puentes con quienes se mantenían críticos. El diario, localizado entonces en Balderas 68, era el punto de referencia de los medios escritos más interesantes al gobierno.

Accesible, sencillo, con la mirada tendida entre la orilla superior de las gafas e inferior de las cejas, Granados corregía, sugería, dirigía en ausencia de Carlos Payán, daba oportunidad. René Delgado ya me había autorizado firmar mis notas; Granados me dejó hacer varias veces La Clase Política, previa revisión con lápiz recargado sobre uno de los altos archiveros de madera alrededor de la redacción.

La mañana de un día terrible de 1991, en que confundidos integrantes del Procup-PDLP asesinaron a dos trabajadores de una empresa de seguridad contratada por La Jornada para vigilar la puerta de Balderas 68, Granados Chapas fue el primer jefe del diario en presentarse. Lo vi conversar con el entonces titular de la PGJDF, Ignacio Morales Lechuga. Nunca dejó de sorprenderme que la gravedad de los asuntos nunca alterara la serenidad de su juicio.

Granados fue generoso con muchos de nosotros, sus nunca-exalumnos -cómo dejar de aprender al leerlo, especialmente al desplegar un argumento lógico, jurídico, una referencia histórica o el efecto de ese afán por ingresar a la columna vocablos arrinconados del diccionario-, académicos, artistas, lectores; acompañó afable causas personales y profesionales de relevancia social relacionadas con la pobreza o con el abuso de poder.

La defensa de valores republicanos y del aprendizaje ético estuvieron ahí todos los días en una disciplina intachable que mantuvo a raya durante décadas tanto a las inercias del oficio como a su propio mal, finalmente asesino. Fue notable vigilante del balance entre las técnicas y los contenidos de lo periodístico y del proyecto editorial de las diversas empresas en que fue capitán de hecho y por derecho.

Sé que no logró todo lo que quiso. Sé también que a su vida llegaron venturas enormes e inesperadas. Sé que Virgilio Caballero con gran noción del afecto y del tiempo de las personas que abandonarán este planeta le llevó música recientemente y que sabía todas las canciones y desde su adelgazada voz las cantaba. Ignoro muchas cosas más. Sin embargo, reivindico una certidumbre: Granados Chapa no se va de la época como no se va de la historia, porque no se va de nosotros. Sapiencia, integridad, sencillez lo mantienen atado a esta roca gigantesca que gravita en el sistema como en la película de Fellini 8 ½, un hombre en el cielo atado por nuestra memoria a este lugar donde aún estamos.

Granados Chapa falleció en un dominical momento lleno de luz. Queda para mí esa luz del sol otoñal, como una moneda de oro con su imagen que nos guardamos para siempre sus nunca-exalumnos de la UNAM, aquí en este bolsillo de donde, cordialmente, emergen todas las venas y bombea toda la sangre.

Comisionado del InfoDF.

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