Carlos Ramírez / Indicador Político
Al cinco para las doce y con una competencia electoral perfilada de Enrique Peña Nieto contra el candidato del PAN, de la chistera del neo Grupo San Ángel II, apareció el conejo del gobierno de coalición como la fórmula mágica para resolver el problema mayor del corto plazo mexicano: el fracaso de convertir la alternancia en la instauración de un sistema democrático.
El gobierno de coalición es un mecanismo de larga negociación, de resultados contradictorios y de operación complicada en regímenes presidencialistas. Pero se quiere hacer aparecer como un sucedáneo al parlamentarismo que opera con eficacia en regímenes monárquicos. Y exige una experiencia democrática consolidada.
La iniciativa del neo Grupo San Ángel II de un gobierno de coalición tiene que ver con el fracaso del gobierno panista en el 2000 al desaprovechar el bono democrático de la alternancia para proponer, negociar, pactar e instaurar un nuevo sistema político democrático. Además de la ausencia de una propuesta por parte del gobierno de Fox y del PAN, en los dos sexenios panistas ha operado una oposición férrea del PRI a la modernización del régimen y del sistema, a no ser las iniciativas del propio PRI para ceder espacios para su propio fortalecimiento político.
El gobierno de coalición no es un modelo de democracia; quienes califican al gobierno de coalición como “democracia constitucional” carecen de conocimiento de la ciencia política, de las formas de gobierno y de los modelos de democracia. El gobierno de coalición es una forma de administrar las relaciones del Ejecutivo con el Legislativo; la clave se localiza en la conformación de un programa de reformas específicas; y ahí existiría una especie de doble gobierno de coalición: una para encontrar una mayoría en el Congreso y otra para definir el tono de las reformas. El PAN ya ensayó alianzas con el PRI y con el PRD para reformas de gran calado, pero los dos --de la misma simiente del nacionalismo revolucionario callista-- se han negado a reformar el Estado priísta porque sus consensos dependen del paternalismo y el asistencialismo.
El gobierno de coalición se entendería entre dos partidos de los tres dominantes. Por lo pronto, Marcelo Ebrard --el mago del oportunismo-- ya contaminó la propuesta al señalar ayer mismo que el gobierno de coalición será para parar al PRI de Peña Nieto, lo que dejaría la impresión de un gobierno de coalición PAN-PRD; sin embargo, en el diseño académico del modelo se encuentran figuras aliadas al priísmo y el propio senador priísta Manlio Fabio Beltrones firmó el desplegado, lo que dejó la sensación de que su PRI quisiera articular el gobierno de coalición con perredistas y algunos panistas.
Como todas las iniciativas sacadas de la chistera, la del gobierno de coalición pudiera ser una ocurrencia más, aun cuando tenga de base el documento sólido de Beltrones presentado al senado a finales de septiembre. Y si se agregan los oportunistas de siempre, los abajofirmantes de todos los desplegados y los teóricos políticos que anhelan su parte del pastel, el desplegado en otra torre de Babel. Hace días, por ejemplo, el politólogo Jorge Alcocer declaró pestes contra el gobierno de coalición y ayer apareció con su flamante firma en el documento de propuesta.
El gobierno de coalición ayudará sólo a consolidar en el congreso pocas iniciativas que conjunten una mayoría. Pero las reformas que requiere el país implican, ahora sí, transitar del Estado priísta a un régimen político-institucional-constitucional que rediseñe toda la estructura de poder del PRI. Una transición operada vía un gobierno de coalición se reducirá a reformitas de coyuntura que no modifiquen el viejo régimen, lo que querría decir que ese gobierno de coalición podría ser hasta una coartada del PRI.
El agotamiento del proyecto nacional constitucional priísta vigente necesita una dirección política mayor, previa a las elecciones. Si de veras quieren reformas, entonces podría ensayarse un modelo diferente: una candidatura independiente patrocinada por algún partido con un proyecto de gobierno de tres años, con un paquete de reformas estructurales de corto plazo y una convocatoria a nuevas elecciones en tres años pero ya con un nuevo régimen. En el desplegado aparecen las firmas de Cuauhtémoc Cárdenas, Beltrones, Manuel Camacho, Santiago Creel y Francisco Labastida. ¿Por qué no renuncian a sus partidos, diseñan una propuesta de instauración de una nueva democracia y generan una candidatura de consenso para un gobierno de transición de tres años?
¿No ha llegado el momento en que México tenga a su Adolfo Suárez de la transición de un sistema autoritario a un modelo democrático? La gestión de un gobierno de coalición radica en la posibilidad de diseñar iniciativas conjuntas que no modifiquen las bases de apoyo de los partidos. Además, los tres principales partidos se han dividido en dos partes cada uno: Peña-Beltrones en el PRI, López Obrador-Ebrard en el PRD y Josefina Vázquez Mota-Creel en el PAN. Una parte está con el gobierno de coalición y la otra no. Por tanto, no existen garantías de viabilidad de un gobierno de coalición. Además, existe el obstáculo de un escenario también doble entre funcionamiento de partidos y liderazgos que no podrán ponerse de acuerdo.
Los gobiernos de coalición exigen una gran cultura cívica y política no sólo de la ciudadanía sino en los actores políticos. Dentro de poco se cumplirá un año de tres gobiernos aliancistas ganados por ex priístas y con un funcionamiento igual a los tiempos del PRI, frustrando las expectativas del cambio; al final la alianza se redujo a un relevo de facciones y no a una transición democrática.
Y al final, los gobiernos de coalición fomentan el bipartidismo. ¿Quién se apunta para diluirse: ¿PRI, PAN o PRD?
Al cinco para las doce y con una competencia electoral perfilada de Enrique Peña Nieto contra el candidato del PAN, de la chistera del neo Grupo San Ángel II, apareció el conejo del gobierno de coalición como la fórmula mágica para resolver el problema mayor del corto plazo mexicano: el fracaso de convertir la alternancia en la instauración de un sistema democrático.
El gobierno de coalición es un mecanismo de larga negociación, de resultados contradictorios y de operación complicada en regímenes presidencialistas. Pero se quiere hacer aparecer como un sucedáneo al parlamentarismo que opera con eficacia en regímenes monárquicos. Y exige una experiencia democrática consolidada.
La iniciativa del neo Grupo San Ángel II de un gobierno de coalición tiene que ver con el fracaso del gobierno panista en el 2000 al desaprovechar el bono democrático de la alternancia para proponer, negociar, pactar e instaurar un nuevo sistema político democrático. Además de la ausencia de una propuesta por parte del gobierno de Fox y del PAN, en los dos sexenios panistas ha operado una oposición férrea del PRI a la modernización del régimen y del sistema, a no ser las iniciativas del propio PRI para ceder espacios para su propio fortalecimiento político.
El gobierno de coalición no es un modelo de democracia; quienes califican al gobierno de coalición como “democracia constitucional” carecen de conocimiento de la ciencia política, de las formas de gobierno y de los modelos de democracia. El gobierno de coalición es una forma de administrar las relaciones del Ejecutivo con el Legislativo; la clave se localiza en la conformación de un programa de reformas específicas; y ahí existiría una especie de doble gobierno de coalición: una para encontrar una mayoría en el Congreso y otra para definir el tono de las reformas. El PAN ya ensayó alianzas con el PRI y con el PRD para reformas de gran calado, pero los dos --de la misma simiente del nacionalismo revolucionario callista-- se han negado a reformar el Estado priísta porque sus consensos dependen del paternalismo y el asistencialismo.
El gobierno de coalición se entendería entre dos partidos de los tres dominantes. Por lo pronto, Marcelo Ebrard --el mago del oportunismo-- ya contaminó la propuesta al señalar ayer mismo que el gobierno de coalición será para parar al PRI de Peña Nieto, lo que dejaría la impresión de un gobierno de coalición PAN-PRD; sin embargo, en el diseño académico del modelo se encuentran figuras aliadas al priísmo y el propio senador priísta Manlio Fabio Beltrones firmó el desplegado, lo que dejó la sensación de que su PRI quisiera articular el gobierno de coalición con perredistas y algunos panistas.
Como todas las iniciativas sacadas de la chistera, la del gobierno de coalición pudiera ser una ocurrencia más, aun cuando tenga de base el documento sólido de Beltrones presentado al senado a finales de septiembre. Y si se agregan los oportunistas de siempre, los abajofirmantes de todos los desplegados y los teóricos políticos que anhelan su parte del pastel, el desplegado en otra torre de Babel. Hace días, por ejemplo, el politólogo Jorge Alcocer declaró pestes contra el gobierno de coalición y ayer apareció con su flamante firma en el documento de propuesta.
El gobierno de coalición ayudará sólo a consolidar en el congreso pocas iniciativas que conjunten una mayoría. Pero las reformas que requiere el país implican, ahora sí, transitar del Estado priísta a un régimen político-institucional-constitucional que rediseñe toda la estructura de poder del PRI. Una transición operada vía un gobierno de coalición se reducirá a reformitas de coyuntura que no modifiquen el viejo régimen, lo que querría decir que ese gobierno de coalición podría ser hasta una coartada del PRI.
El agotamiento del proyecto nacional constitucional priísta vigente necesita una dirección política mayor, previa a las elecciones. Si de veras quieren reformas, entonces podría ensayarse un modelo diferente: una candidatura independiente patrocinada por algún partido con un proyecto de gobierno de tres años, con un paquete de reformas estructurales de corto plazo y una convocatoria a nuevas elecciones en tres años pero ya con un nuevo régimen. En el desplegado aparecen las firmas de Cuauhtémoc Cárdenas, Beltrones, Manuel Camacho, Santiago Creel y Francisco Labastida. ¿Por qué no renuncian a sus partidos, diseñan una propuesta de instauración de una nueva democracia y generan una candidatura de consenso para un gobierno de transición de tres años?
¿No ha llegado el momento en que México tenga a su Adolfo Suárez de la transición de un sistema autoritario a un modelo democrático? La gestión de un gobierno de coalición radica en la posibilidad de diseñar iniciativas conjuntas que no modifiquen las bases de apoyo de los partidos. Además, los tres principales partidos se han dividido en dos partes cada uno: Peña-Beltrones en el PRI, López Obrador-Ebrard en el PRD y Josefina Vázquez Mota-Creel en el PAN. Una parte está con el gobierno de coalición y la otra no. Por tanto, no existen garantías de viabilidad de un gobierno de coalición. Además, existe el obstáculo de un escenario también doble entre funcionamiento de partidos y liderazgos que no podrán ponerse de acuerdo.
Los gobiernos de coalición exigen una gran cultura cívica y política no sólo de la ciudadanía sino en los actores políticos. Dentro de poco se cumplirá un año de tres gobiernos aliancistas ganados por ex priístas y con un funcionamiento igual a los tiempos del PRI, frustrando las expectativas del cambio; al final la alianza se redujo a un relevo de facciones y no a una transición democrática.
Y al final, los gobiernos de coalición fomentan el bipartidismo. ¿Quién se apunta para diluirse: ¿PRI, PAN o PRD?
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