Escuadrones de la muerte

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Muerte y violencia son hechos que fascinan a grupos opuestos de seres humanos, diríase que es la suma de los antagonismos para manifestar su rencor, la necesidad de imponer su criterio y hasta su voluntad. En ciertos grupos sociales matar violentamente es acto vivificante, es honrar esa deidad recién creada: la santa muerte.

Para los jodidos, los pobres de entre los pobres, la violencia es norma de vida e instrumento de trabajo: para imponerse en la casa, con la mujer y los hijos, y para llevar el “chivo”, de allí que los cárteles encuentren fácil obtener carne de cañón. Quien puede vivir con dignidad y decoro no se juega fácilmente la vida, a menos que traiga ese gusanito cuyo caldo de cultivo es el rencor social, es la humillación infligida como burla y manifestación de ese terrible ninguneo, en el que los que más tienen son especialistas.

Es muy posible que el sicario sea producto de su entorno, que se manifiesta en ese carácter como consecuencia de políticas públicas o debido al trato inicuo de sus pares, porque aunque se supone que todos los seres humanos están cortados por idéntica tijera, es cierto que en el ámbito en el que se compite por legítimas ambiciones culturales, económicas y sociales, hay unos más iguales que otros. Por ello los jodidos se resuelven por ganarse la vida matando, extorsionando, secuestrando, dedicados a la trata o, por darse el gusto, a desaparecer personas. Su violencia es respuesta proporcional al desempleo, al hambre, a la humillación, a las ganas de vivir.

Para evitarlo se crearon leyes, instituciones, políticas públicas, pero cuando éstas no satisfacen y hay vacío de poder, debido a los abusos de la autoridad de muchos o pocos funcionarios de la procuración de justicia, que pescan a río revuelto y satisfacen sus propias iniquidades, esa parte de la sociedad que necesita protegerse y cuidar de sus bienes, crea sus propios mecanismos de defensa, como ha ocurrido en los peores momentos de Guatemala, El Salvador, Brasil, Chile, hasta que grupos armados constituidos en escuadrones de la muerte, también se erigen en un Estado dentro del Estado, como la delincuencia organizada, o aquellos que se infiltraron en las fuerzas armadas para asesinar a Óscar Arnulfo Romero y algunos jesuitas y monjas.

Entre las iniquidades de este gobierno que peor impronta dejarán, además de las miles de muertes, estarán los escuadrones de la muerte, porque una vez en la calle -poco importan las afirmaciones de Alejandra Sota: son mercenarios-, ¿a ver quién los disuelve?, porque para desaparecer las guardias blancas, debieron expropiar las compañías petroleras.

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