En AL hay más presidencialismo

Carlos Ramírez / Indicador Político

A la memoria siempre viva de Rogelio Cárdenas Sarmiento, alma de El Financiero
Como en política no existen fórmulas mágicas, la aplicación del modelo de gobiernos de coalición en varios países de América Latina no logró sus objetivos de profundizar la democratización y en cambio fortaleció el presidencialismo que buscaron disminuir.

Los gobiernos de coalición son la fase siguiente a la imposibilidad de acuerdos para reformas en situaciones de crisis. La crisis de ingobernabilidad, siguiendo a Samuel Huntington en El orden político en las sociedades en cambio, ocurre cuando las demandas sociales son mayores a las ofertas de las élites gobernantes. Pero si los partidos no pueden ponerse de acuerdo para realizar reformas que exige la sociedad porque las decisiones afectan sus esferas de poder, entonces un gobierno de coalición será imposible o se formará una coalición mínima sólo para conservar el poder.

Por ello el modelo inexistente de democracia constitucional que propusieron los firmantes del desplegado de propuesta de gobierno de coalición debió de haber asumido el modelo existente que sustenta las coaliciones: La democracia de consenso que analizó a profundidad Arend Lijphart en Modelos de democracia.
Formas de gobierno y resultados en treinta y seis países, publicado en 1999 aunque con referencias desde 1968 cuando estudió las políticas de negociaciones en los Países Bajos, una monarquía constitucional democrática con fuerzas políticas divididas. La democracia consensual obliga a acuerdos entre partidos, no las reglas constitucionales.

Por cierto, Lijphart concluye en su estudio que una de las condiciones para que las estrategias de los acuerdos tengan éxito en las élites políticas y en la base social radica en la existencia de una fuerte “cultura política consensual”, una práctica realmente inexistente en la cultura política de la división ad infinítum en México. Aquí es más fácil que la cultura de consenso se logre para oponerse a cambios, que para proponerlos.

Los gobiernos de coalición pluralista nacieron para acotar a los sistemas presidencialistas unipersonales. Sin embargo, un estudio realizado en 2006 por la politóloga argentina Adriana Gallo y publicado en la Revista Austral de Ciencias Sociales http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=45901103) concluye la ineficacia de los gobiernos de coalición y se inclina más por la democracia consensual. Una variante es la de los gobiernos consociativos, pero se dan en sociedades profundamente divididas por razones históricas, nacionales, étnicas o religiosas, y no propiamente políticas. Una democracia consensual debe neutralizar los componentes consociativos.

El estudio de los gobiernos de coalición en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y Uruguay llevó a Gallo a una primera conclusión: Sin “auténtico pacto” entre las fuerzas participantes, el gobierno de coalición puede dividir más el presidencialismo plebiscitario y la participación de las mayorías. Asimismo, “la evidencia empírica” le aportó a Gallo el hecho que “en ninguna de las democracias de este continente se han adoptado formas parlamentarias o semipresidencialistas”, al contrario, el presidencialismo salió reforzado.

Otro descubrimiento científico social que hizo Gallo en su estudio radicó en las facultades parlamentarias vis a vis facultades presidenciales: “Cuando más concentrado esté el repertorio de facultades institucionales en la silueta presidencial, menos estímulos existen para cooperar en una fórmula consensuada”. Es decir, que el problema no está en la falta de consenso sino en la concentración de facultades presidenciales; peor aún, dice Gallo, “la enrevesada combinación de multipartidismo y presidencialismo puede desembocar en situaciones problemáticas para la democracia” y al final de día el modelo derive en un “presidencialismo consensual”.

Las iniciativas de gobiernos de coalición o de consensos partidistas tuvieron efectos diferentes a los esperados en América Latina, afirma Gallo: En Argentina derivó en una “fenomenal concentración de poderes en el ejecutivo”, en Bolivia la pobreza radicalizó la polarización, en Brasil el gabinete de coalición llevó a un modelo plebiscitario y no más democrático donde los presidentes se colocan por encima de los partidos y asumen un modelo cesarista, en Chile la disputa entre los partidos aún en las alianzas se centra en la pela por la presidencia y reduce los beneficios colaterales. Al final, presidencialismo avasalla a legislativo y en más en las coaliciones.

En su hipótesis de trabajo, Gallo señala: “El establecimiento de un tipo de gobierno de coalición en sistemas presidencialistas tiende a ser más funcional y eficaz cuanto más se pueden neutralizar los componentes consociativos del mismo.
Por lo tanto, establecemos que es difícil que la incorporación de elementos de compromiso dé como resultado un buen funcionamiento de un tipo de gobierno de coalición”.

De nueva cuenta aparece el punto central del presidencialismo, inclusive vigente aun cuando los congresos nombren jefes de gabinete o de gobierno. Las facultades presidenciales se potencian por la vía de la coalición, y no al revés. Por ello Gallo dibuja otra hipótesis de trabajo: “la incorporación de elementos propios de las democracia de consenso no siempre se traduce en fórmulas institucionales consociativas y esto está en relación con la pluralidad de fenómenos intervinientes”.

Así, el gobierno de coalición no es la fórmula mágica porque el objetivo central sería construir una mayoría y ésta sólo la puede conseguir la alianza entre dos de los tres principales partidos, cada uno de ellos dividido en su interior y sin una mayoría dirigente. Por eso los partidos primero deben ponerse de acuerdo hacia su interior, lo cual se ve prácticamente imposible.

Comentarios