El rector José Narro Robles

Miguel Ángel Granados Chapa

El rector de la UNAM anunció el viernes pasado su decisión de presentarse a la reelección. Su segundo periodo concluirá en 2015. Es difícil que la Junta de Gobierno de esa institución no le otorgue esta duplicación del plazo para el que lo seleccionó en noviembre de 2007, en reemplazo del doctor José Ramón de la Fuente.

La Universidad nacional es la mayor institución de educación superior en la República. Lo es no sólo por sus dimensiones humanas y físicas. Lo es también porque la calidad de su docencia, que se acusa en algunas disciplinas y carreras, sino porque en atención a su ley orgánica, junto con la enseñanza realiza la investigación más sobresaliente y abundante en todo el país. Ninguna otra institución universitaria practica una difusión cultural de la magnitud de que ella es capaz.

Pero una institución de esa magnitud requiere un gobernante con claro sentido de la conducción política. Narro ha mostrado tenerlo. El viernes pasado, para no ir más lejos, comunicó a los medios su decisión de continuar al frente de ka UNAM luego de una larga conversación con directores de escuelas, facultades e institutos, que en rigor no dependen del rector y por lo tanto no están sujetos a sus determinaciones. Lo están en mayor medida, en cambio, los directores administrativos, pero en la Universidad nacional no priva la cultura del asentimiento automático, porque la organización académica se funda en sistemas de méritos. De esa suerte, Narro dio un primer y firme paso hacia la reelección.

El rector de la UNAM despliega su tarea hacia el interior de la institución, de la que la ley lo define como jefe nato, pero también debe volcarse fuera de la propia institución. Revelan un desconocimiento grave de la Universidad los que reprochan a su rector ocuparse de los asuntos externos con descuido de lo que ocurre en su casa. Farol de la calle y oscuridad de su casa: se ha utilizado ese refrán para deturpar acciones que una institución nacional no podría dejar de emprender.

Pero se equivocan quienes suponen esas maneras de cumplir deberes y responsabilidades legales y sociales como excluyentes. Son perfecta y necesariamente compatibles. Por ejemplo, el crecimiento académico y físico de la UNAM, que en este cuatrienio ha tenido como evidencia mayor la Escuela Nacional de Estudios Profesionales en León, Guanajuato. Cierta mezquindad, respecto de esta edificación, como antes el desarrollo de otros campus, revela desconocimiento del carácter nacional de la Universidad. Con ese alcance fue creada en 1910 por Justo Sierra y con ese carácter le han querido mantener sus rectores insignes. En buena hora que las universidades públicas de los estados relevaron en amplia medida a la UNAM de su casi exclusiva labor de formar profesionales, para cuyo propósito parvadas de estudiantes salían de sus lugares de origen para radicarse en la capital de la República. Pero en esa migración quedaba patente ese mismo carácter nacional: la UNAM era de todos.

El rector Narro contribuyó también, entre muchos cambios académicos, a ampliar los márgenes de representación interna de la UNAM. Y tuvo conciencia de la significación que tenía el centenario de la UNAM, a cuyos festejos imprimió el sello que correspondía a la institución: fueron otorgados, como actos más visibles, en ceremonias al mismo tiempo rituales y emocionantes, doctorados honoris causa que dieron cuenta de lo que la Universidad y su rector aspiran a ser, lo que respetan y consideran honroso.

El presupuesto de la Universidad, de las instituciones de enseñanza superior en general, y su natural extensión, los recursos para ciencia y tecnología, es una de las preocupaciones centrales en el pensamiento de Narro Robles. Si bien no ha conseguido partidas multianuales, ha logrado constituir un movimiento que se estimula a sí mismo y afina los instrumentos analíticos y legales para dar solidez a una demanda que hasta ahora se responde con ánimo clientelar y cuando mejor a un sentimiento filantrópico. Narrro ampliará el espacio para perseverar en su propósito durante su segundo término. Y tan sólo por ello su intención debería darse por bien recibida.

Pero desde otras perspectivas cabe igualmente considerarse afortunada la decisión de este médico saltillense de sesenta y tres años de buscar la prolongación de su tarea. En los meses recientes ha emprendido una iniciativa en pro de la seguridad con justicia y democracia. Organizó una reflexión colectiva sobre esos temas y luego animó a universitarios con quienes ha trabajado a lo largo de los años en la preparación de un documento al respecto que, si bien ha tenido la aquiescencia de poderes públicos y centros de decisión social, se enfrentó más a la reticencia del Poder Ejecutivo federal que a su aceptación, extremo que mostraría una flexibilidad política siempre ausente en esta materia.

En algunas responsabilidades de la vida pública la reelección puede tener un efecto sano. La sola experiencia de vida, el fructífero paso de los años asienta la prudencia y aguza la pertinencia del juicio. Ése puede ser claramente el caso de Narro Robles. Ha recorrido una senda dual, tanto en la administración pública (el IMSS, la SS, el DDF, Gobernación), pero sobre todo ha servido a la Universidad que rige y a la que se propone continuar gobernando. Fue secretario general de la misma y director de su Facultad, la de Medicina.

Narro ha admitido que le gusta soñar. Tiene a su alcance no sólo esa capacidad sicológica; también puede realizarla.

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