¿El magnate George Soros detrás de Occupy Wall Street?

Enrique Campos Suárez

El movimiento, que lleva un mes ocupando Wall Street, se ha convertido en un juego de sospechas sobre sus motivaciones y los temores por sus alcances.

Nunca como ahora, y ante la imposibilidad de dar resultados congruentes ante el estancamiento que enfrenta la economía del país, el discurso político en Estados Unidos se radicaliza.

Los extremos en la política de ese país crecen como ramas de hiedra que parecen consecuencia natural de la falta de credibilidad de los más moderados bandos de demócratas y republicanos.

De las filas conservadoras brota el Tea Party, que radicaliza su discurso y no tiene temor en expresar planteamientos tan extremos como acabar con la inmigración ilegal por la fuerza o mandar tropas a México para terminar con el narcotráfico.

Del otro lado, el demócrata Barack Obama enciende el discurso contra los ricos y lanza una campaña preelectoral con el membrete de plan para crear empleos, que se lanza contra los que más ingresos tienen para que paguen más impuestos.

A eso juegan en Washington. Mientras, en las calles, en las mesas familiares, se compran uno y otro discurso.

Para entender este momento de la política estadounidense hay que recordar lo polarizada que estaba la sociedad mexicana durante la campaña presidencial del 2006. Cuando muchas reuniones incluso familiares se tornaban ríspidas por temas electorales.

Ocuppy Wall Street, este movimiento que crece y se multiplica, ha despertado una sospecha sobre sus orígenes. Una investigación de la agencia Reuters asegura que detrás del financiamiento de los opositores al más salvaje capitalismo está uno de sus más notables representantes.

El nombre de George Soros aparece como uno de los que financian a un grupo anticapitalista que ahora protagoniza las marchas de protesta que se enfrentan con la policía, que van y gritan consignas frente a las puertas de las casas de los más ricos.

Si este multimillonario está azuzando el fuego con su dinero, habría que ver cuáles son sus intensiones.

La simple posibilidad, negada por los voceros de Soros, de que uno de los principales beneficiarios de la especulación a la que se oponen estos movimientos esté detrás de las protestas se vuelve algo esquizofrénico.

Lo cierto es que ya a estas alturas el movimiento parece rebasar a sus promotores y está muy cerca de generar brotes incontrolables y sin agenda que acaben por propiciar enfrentamientos fatales frente a la policía.

De estos movimientos pueden salir líderes, algunos serán propositivos, otros, más radicales, pero no hay manera de que los métodos violentos terminen positivamente, más cuando no tienen claros sus objetivos.

A los radicales de las calles de Nueva York hay que manejarlos con el mismo cuidado que a los radicales de las nubes conservadoras del Tea Party porque son producto de la coyuntura difícil de Estados Unidos, pero pueden quedarse si encuentran tierra fértil para sus posturas.

Hay un peligroso juego de clases sociales, en un país acostumbrado a tolerar este fenómeno, detrás de su realidad comprometida de todos tener acceso a lo básico y un poco más. Pero este juego es peligroso, porque se pueden encender ánimos que después serán muy difícil de apagar.

La primera piedra

¿Merece BlackBerry ser sancionado por las fallas en su sistema que tantas molestias causaron durante estos últimos días?

Posiblemente no, si como iniciativa propia la empresa opta por alguna compensación hacia sus usuarios por las molestias causadas.

Esta empresa es víctima de su propio éxito y tiene que pagar las consecuencias de estar en manos de tanta gente que afortunadamente es capaz de quejarse y de exigir un servicio de calidad.

Lo malo del episodio es que de la red de BlackBerry ya se colgaron lo mismo la Procuraduría Federal del Consumidor, que se mantiene como una débil defensa de los consumidores, que los senadores priístas quieren quemar en leña verde a esta compañía por haber fallado a su compromiso durante dos días.

Si debiéramos sancionar los incumplimientos, ¿cómo deberíamos castigar los incumplimientos de los legisladores que tienen años, no dos días?

La posición de Santa Inquisición contra la fabricante de equipos celulares es absurda y cínica cuando viene de un Congreso tan ineficiente.

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