Coalición: país en vilo

Ricardo Rocha / Detrás de la Noticia

No es solamente el tema de una forma de gobierno acorde al actual escenario, ni siquiera la importancia indiscutible de la gobernabilidad; es el país el que está en juego. Es el futuro, diría la frase hecha; es el presente, diría la urgencia.

Y es que no hay una sola señal luminosa en un horizonte cada vez más oscuro. Ni un solo indicador económico o social que nos dé aliento. Así, como está, la nación ha cancelado su porvenir. Y no se requiere ser catastrofista. Desde un presente tan doloroso como caótico es imposible mirar hacia adelante. Lo hemos dicho una y otra vez: con 6 millones de analfabetas, 8 millones de “ninis”, 60 millones de pobres y 20 millones de miserables, la nación está a punto del desastre. Así que quien gane la Presidencia caminará al borde del precipicio.

Por eso es fundamental que, más allá de la propuesta de gobierno de coalición, los abajo firmantes abran su grupo a la discusión e implementación de un plan de gobierno que atienda la emergencia nacional del ahora y proponga un proyecto viable para los años que vendrán. Siguen siendo los grandes pendientes: una reforma del Estado en serio que replantee el pacto federal y el equilibrio entre poderes y se aboque a la redacción de una nueva constitución en el Congreso; la implementación de un nuevo modelo económico que genere riqueza desde la pobreza, que evite la concentración desmedida que ni a los mercados conviene y que comience al fin la gran revolución educativa que sea la palanca del desarrollo como ha ocurrido en otros ámbitos del mundo. Una especie de Pacto de la Moncloa a la mexicana.

Por eso creo que, con todo lo valiosa que es la propuesta de los 46, no basta. Por supuesto que ha tenido el mérito enorme de poner en el centro del debate el tema de la coalición. Que entre otras cosas, me explican, establecería la construcción de una mayoría en el Congreso para darle gobernabilidad al presidente a cambio de la aprobación de cargos clave del Gobierno; igualmente, crearía la figura de jefe de gabinete y, por supuesto, el compromiso de una especie de contrato para el cumplimiento de un programa gubernamental previamente consensuado entre todos los partidos, que es por donde, creo, se debiera empezar.

Sin embargo, estoy convencido de que “Los 46” tendrían que aprovechar la cresta de la ola que han levantado para erigirse en una suerte de asamblea ciudadana que convoque a una discusión abierta y plural no sólo sobre la propuesta de coalición, sino sobre el país que queremos, podemos y merecemos ser. Creo que si los firmantes del desplegado ya impactaron a la opinión pública con su impreso, enviarían un mensaje muy poderoso a todo el país sentados todos en torno a una mesa.

Por lo pronto, ya hay quienes se manifiestan abiertamente como coalicionistas argumentando que se trata de la propuesta a un nuevo sistema político que siga siendo plural pero que a la vez sea eficaz y evite la parálisis desgastante, así como la guerra fría con el Ejecutivo. Por supuesto, previendo que nadie obtendrá mayoría ni en la Presidencia ni en el Congreso. Recuérdese que entre los suscribientes están tres precandidatos –uno de cada partido–: Manlio Fabio Beltrones, Marcelo Ebrard y Santiago Creel.

Enfrente están los halcones de Peña Nieto, que sueñan con que no sólo es ya el candidato del PRI, sino que puede alcanzar el 51% de los votos o al menos el 35% y en paralelo aprobar la llamada Ley Peña –en la Cámara de Diputados, que es de su propiedad– que le permita una mayoría artificial, lo que en opinión de los coalicionistas sería un retroceso gigantesco al presidencialismo autoritario, por lo que el ex gobernador mexiquense tendrá que evaluar si no corre el riesgo de quedarse solo. Y, peor aún, de estigmatizarse como una cara nueva pero con cerebro antediluviano. Un joven viejo. Un bebé-saurio, pues.

En medio están los del Gobierno actual, como el secretario de Gobernación, que se sale por la tangente diciendo que ya no hay tiempo. En eso tiene razón. El tiempo, para México, se está agotando.

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