Itinerario Político / Ricardo Alemán
Si hemos de creer en las encuestas y, sobre todo, en la prestigiada Consulta Mitofsky, debemos reconocer que en las semanas recientes, el precandidato presidencial de las llamadas “fuerzas progresistas”, Andrés Manuel López Obrador, hizo posible una suerte de milagro de los panes y los peces.
Es decir, que habrían bastado un par de entrevistas, un spot y un acto clientelar en el Auditorio Nacional, para que se disparara la popularidad de AMLO, por encima de la aceptación ciudadana de su adversario, Marcelo Ebrard. En otras palabras, que de la nada, como por obra y gracia del creador, López Obrador recuperó algo así como 10 puntos en las preferencias a población abierta y desplazó a Marcelo Ebrard.
Y si continuamos creyendo en las encuestas, debemos concluir que, en el otro extremo, el de Marcelo Ebrard, algo estarían haciendo muy mal sus operadores, como para que las preferencias electorales del enamorado jefe de Gobierno se desplomaran, justo cuando sus estrategas ordenaron la mayor exposición mediática que se recuerde, en los últimos cinco años del periplo de Marcelo como gobernante de la ciudad más grande del país.
¿Qué está pasando?, ¿Por qué esa aparente contradicción entre el activismo y la aceptación electoral de los dos presidenciables de la llamada izquierda? ¿Por qué razón, los más acabados símbolos políticos de la llamada izquierda, pelean por la popularidad, más que por las capacidades, las propuestas, la experiencia en el gobierno? ¿Por qué razón, contra la historia de esa izquierda, hoy nos salen con que el mejor candidato presidencial es o será el más popular, no el que tenga características de estadista o dotes para la política y el ejercicio del gobierno? Ahora resulta que esa izquierda ya olvidó sus raíces.
Lo primero que llama poderosamente la atención, es que la tendencia política que empujó desde su origen la consulta ciudadana a población abierta –nos referimos al PRD, que hace más de 20 años inauguró esa práctica para dirimir sus diferencias–, hoy parece haber olvidado el método democrático por excelencia para resolver los disensos y dirimir las diferencias.
Resulta que, en contra de su historia, su origen y su doctrina, las llamadas izquierdas adoptaron el camino de la popularidad, por sobre el de las ideas y la capacidad. ¿Qué no la izquierda siempre criticó que el PRI utilizara el método de la popularidad para seleccionar a sus candidatos a puestos de elección popular? ¿Qué no cuestionaba cuando el PRI proponía payasitos de la tele, deportistas o famosos, a puestos de elección popular? ¿Por qué hoy nos salen con la chabacana idea de que al candidato presidencial lo elegirán las encuetas?
Sin duda que algo muy grave pasa en esas izquierdas. Lo cierto es que la respuesta la conocen todos. Porque las izquierdas que todos identificamos como PRD, PT y Convergencia, en realidad practican la democracia, pero de dientes para afuera. ¿Ejemplos? No hay una sola elección de dirigentes del PRD, de candidatos a tal o cual puesto de elección popular, que no haya terminado en un cochinero.
Es decir, que nadie del PRD confía en las elecciones internas, sea sólo entre militantes del PRD, sea a población abierta. En otras palabras, que los señores del PRD conocen sus mañas y saben sus defectos. Y hay de aquel que se atreva a tirar el jabón en la casa del jabonero, porque así les va. Pero hay más. ¿Quién conoce una elección democrática y creíble, intramuros del PT y del Partido Convergencia? Nadie ¿Por qué? Porque esas empresas familiares son el reino de la antidemocracia, el autoritarismo y la imposición.
Frente a esa vergonzosa realidad –de que la izquierda debió renunciar a sus prácticas democráticas elementales, como la consulta abierta a los ciudadanos, porque en sus filas predomina el cochinero, la transa y la duda–, resulta obligada la pregunta. ¿Qué están haciendo bien los lopezobradoristas, y qué están haciendo mal los marcelistas, como para que el primero sea bien calificado como aspirante presidencial por una mayoría de ciudadanos y –en sentido contrario–, el segundo pierda cada día más popularidad frente a los mismos ciudadanos?
La respuesta también pudiera ser penosa. Se podría ratificar que la popularidad aplasta el talento y las habilidades para el ejercicio del poder. En otras palabras, que en México –como en el mundo–, puede llegar al poder no el más hábil, mejor calificado y más talentoso, sino el más popular. Lo curioso es que hasta el PRI ya abandonó la fórmula que utilizan las izquierdas. Al tiempo.
Si hemos de creer en las encuestas y, sobre todo, en la prestigiada Consulta Mitofsky, debemos reconocer que en las semanas recientes, el precandidato presidencial de las llamadas “fuerzas progresistas”, Andrés Manuel López Obrador, hizo posible una suerte de milagro de los panes y los peces.
Es decir, que habrían bastado un par de entrevistas, un spot y un acto clientelar en el Auditorio Nacional, para que se disparara la popularidad de AMLO, por encima de la aceptación ciudadana de su adversario, Marcelo Ebrard. En otras palabras, que de la nada, como por obra y gracia del creador, López Obrador recuperó algo así como 10 puntos en las preferencias a población abierta y desplazó a Marcelo Ebrard.
Y si continuamos creyendo en las encuestas, debemos concluir que, en el otro extremo, el de Marcelo Ebrard, algo estarían haciendo muy mal sus operadores, como para que las preferencias electorales del enamorado jefe de Gobierno se desplomaran, justo cuando sus estrategas ordenaron la mayor exposición mediática que se recuerde, en los últimos cinco años del periplo de Marcelo como gobernante de la ciudad más grande del país.
¿Qué está pasando?, ¿Por qué esa aparente contradicción entre el activismo y la aceptación electoral de los dos presidenciables de la llamada izquierda? ¿Por qué razón, los más acabados símbolos políticos de la llamada izquierda, pelean por la popularidad, más que por las capacidades, las propuestas, la experiencia en el gobierno? ¿Por qué razón, contra la historia de esa izquierda, hoy nos salen con que el mejor candidato presidencial es o será el más popular, no el que tenga características de estadista o dotes para la política y el ejercicio del gobierno? Ahora resulta que esa izquierda ya olvidó sus raíces.
Lo primero que llama poderosamente la atención, es que la tendencia política que empujó desde su origen la consulta ciudadana a población abierta –nos referimos al PRD, que hace más de 20 años inauguró esa práctica para dirimir sus diferencias–, hoy parece haber olvidado el método democrático por excelencia para resolver los disensos y dirimir las diferencias.
Resulta que, en contra de su historia, su origen y su doctrina, las llamadas izquierdas adoptaron el camino de la popularidad, por sobre el de las ideas y la capacidad. ¿Qué no la izquierda siempre criticó que el PRI utilizara el método de la popularidad para seleccionar a sus candidatos a puestos de elección popular? ¿Qué no cuestionaba cuando el PRI proponía payasitos de la tele, deportistas o famosos, a puestos de elección popular? ¿Por qué hoy nos salen con la chabacana idea de que al candidato presidencial lo elegirán las encuetas?
Sin duda que algo muy grave pasa en esas izquierdas. Lo cierto es que la respuesta la conocen todos. Porque las izquierdas que todos identificamos como PRD, PT y Convergencia, en realidad practican la democracia, pero de dientes para afuera. ¿Ejemplos? No hay una sola elección de dirigentes del PRD, de candidatos a tal o cual puesto de elección popular, que no haya terminado en un cochinero.
Es decir, que nadie del PRD confía en las elecciones internas, sea sólo entre militantes del PRD, sea a población abierta. En otras palabras, que los señores del PRD conocen sus mañas y saben sus defectos. Y hay de aquel que se atreva a tirar el jabón en la casa del jabonero, porque así les va. Pero hay más. ¿Quién conoce una elección democrática y creíble, intramuros del PT y del Partido Convergencia? Nadie ¿Por qué? Porque esas empresas familiares son el reino de la antidemocracia, el autoritarismo y la imposición.
Frente a esa vergonzosa realidad –de que la izquierda debió renunciar a sus prácticas democráticas elementales, como la consulta abierta a los ciudadanos, porque en sus filas predomina el cochinero, la transa y la duda–, resulta obligada la pregunta. ¿Qué están haciendo bien los lopezobradoristas, y qué están haciendo mal los marcelistas, como para que el primero sea bien calificado como aspirante presidencial por una mayoría de ciudadanos y –en sentido contrario–, el segundo pierda cada día más popularidad frente a los mismos ciudadanos?
La respuesta también pudiera ser penosa. Se podría ratificar que la popularidad aplasta el talento y las habilidades para el ejercicio del poder. En otras palabras, que en México –como en el mundo–, puede llegar al poder no el más hábil, mejor calificado y más talentoso, sino el más popular. Lo curioso es que hasta el PRI ya abandonó la fórmula que utilizan las izquierdas. Al tiempo.
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