Abrazos que engañan

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Nada fuera de los negociado por semanas se salió del guión en el Consejo Político Nacional del PRI el sábado pasado. Ni los nuevos consejeros, ni los ratificados. No se salió de control el aplausómetro que la República de las Opiniones anticipaba haría retumbar las paredes del auditorio “Plutarco Elías Calles” para ovacionar al ídolo de las mayorías Enrique Peña Nieto, como resultado de la ponderación que el dirigente nacional del partido y los gobernadores pidieron a los entusiastas. Hasta los abrazos entre Peña Nieto y el senador Manlio Fabio Beltrones, que provocaron gritos de “unidad”, no fueron espontáneos.

Todo tuvo una coreografía pegada con saliva en la víspera para dar la imagen que el PRI sí está unido y listo, como anticipó el presidente del partido, Humberto Moreira, para regresar a Los Pinos en 2012. Se frenaron ciertamente los intentos de albazo que pretendían varios gobernadores para hacer candidato por aclamación a Peña Nieto, aunque eso significara romper el estatuto. Se mantuvo el orden legal, se estableció el método de selección del candidato, y se abrió la posibilidad real para que Beltrones pueda, si no arrebatarle la nominación a Peña Nieto, demostrar de qué está hecho cada uno y que tienen en la cabeza como proyecto de nación.

La pasarela de las ideas comienza este mismo lunes en Chihuahua, donde arrancan los foros donde no está todavía claro si habrá un debate entre las dos figuras que tienen dividido al partido –aunque asimétricamente a favor de Peña Nieto-, o cada uno hablará sobre lo que piensa y quiere. No se sabe si la Fundación Colosio, organizadora de los tres foros –los otros dos serán en Campeche y Querétaro- tiene un documento básico sobre lo que ambos hablarán o discutirán, ni si existe un marco de referencia que evite que lo que se piensa un ejercicio saludable, se convierta en un aquelarre político.

Los priístas demostraron el sábado que tienen una reserva de disciplina, con lo que frenaron a los extremos generacionales del partido, los jóvenes que querían unción por aclamación, y la gerontocracia que urgía le ordenaran ante quién hincarse y lamerle los pies. Pero los amarres son frágiles. Sí hay una visión excluyente entre Beltrones y Peña Nieto sobre lo que piensan se debe hacer en el país para poderlo gobernar. Las dos visiones son legítimas, viables, pero antagónicas.

El choque entre ellos, a través de sus leales en el Senado y la Cámara de Diputados, se centra en la fórmula de gobernabilidad. Por un lado está la propuesta de Peña Nieto de cláusula de gobernabilidad, mediante la cual se permita a la primera mayoría en el Congreso tener el equivalente al 50% más uno para poder sacar adelante reformas. Por el otro la de Beltrones, que es el establecimiento de gobiernos de coalición, mediante lo cual se facilitaría la aprobación de las reformas propuestas por el Ejecutivo.

Al no existir un partido mayoritario en el Congreso desde 1997, las grandes reformas del país se han quedado empantanadas, y si no hay consenso sobre qué fórmula seguir, sí lo hay sobre que el actual estado de cosas no puede mantenerse. Vistas superficialmente, las propuestas parecen estar modeladas en torno a la realidad de cada uno de los aspirantes: Peña Nieto, como puntero claro en las preferencias electorales, dicen sus críticos, quiere tener controlado al Congreso desde su perspectiva de que ganará la elección; Beltrones, como no llegará, quiere ganarse un lugar como una de las figuras claves en un gobierno integrado por todos.

La realidad es bastante más clara. Por un lado, ambos modelos son legítimos y democráticos, y por el otro, requieren una discusión bastante más profunda de la que se hecho hasta ahora porque lo que está en el fondo es el sistema de representación proporcional en la Cámara que probablemente tendría repercusión directa en los partidos pequeños que han vivido artificialmente muchos años, pero que han sido útiles –a costa del erario- para diferentes propósitos de partido y de individuos.

La cláusula de gobernabilidad regresó a la discusión pública en 2009 cuando José Córdoba, el otrora superasesor del ex presidente Carlos Salinas, publicó un sólido y persuasivo ensayo en la revista Nexos. Córdoba argumentó como se ha castigado artificialmente la posibilidad de que un partido pueda obtener la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados desde la reforma política de 1996, cuyo objetivo era que siempre hubiera gobiernos divididos y que el partido del Presidente jamás tuviera mayoría absoluta.

Esa reforma eliminó la cláusula de gobernabilidad aprobada en 1986 e introdujo aberraciones políticas. Por ejemplo, recuerda Córdoba, en 1997 el PRI ganó 165 curules de mayoría, 15 más de la mitad, pero sólo le asignaron, por el llamado “tope de sobrerrepresentación”, el 48% del peso en el Congreso. En 2009, añade, por el mismo “tope” le redujeron 30 diputados que había ganado en las urnas. Quien volvió a plantear la cláusula el año pasado fue el hoy presidente de la Cámara, Emilio Chuayffet, quien vivió como secretario de Gobernación aquellas reformas, pero que su enemistad con Beltrones convirtió en grilla una discusión política.

Chuayffet introdujo la cláusula dentro de una reforma política con la que frenó la reforma política que había enviado el Senado. Beltrones ha presionado por la creación de gobiernos de coalición, que funcionaría si el partido que ganara la Presidencia no obtuviera mayoría en el Congreso. La propuesta prevé que ese tipo de gobierno integre al gabinete a miembros de otros partidos, que serían ratificados por el Senado en este modelo que se revisaría cada tres años.

Detrás de la discusión teórica sobre estas opciones presidencialista o parlamentarista, se encuentra un trasfondo político: fortalecer la gestión presidencial o reducirle poder al Presidente. Aquí se encuentra el choque conceptual entre Peña Nieto y Beltrones, imposible de salvar salvo que uno ceda voluntariamente, o sea derrotado por su adversario. De cómo procesan este enfrentamiento y lo resuelven, dependerá que los gritos de “unidad” del sábado se conviertan en realidad electoral.

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