Un hombre diferente

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Earl Anthony Wayne no perdió tiempo para iniciar su era como embajador de Estados Unidos en México. Desde el primer momento su agenda dejó claro qué lo que más le preocupaba era la seguridad y la economía. Habló con la procuradora, y los secretarios de Gobernación, Seguridad Pública Federal y Economía. Y a cada uno les repitió: Qué podemos hacer para ayudar.

Wayne, un diplomático de carrera, comenzó de forma heterodoxa. Cambió la naturaleza de su trabajo, guardar el bajo perfil, y cada uno de sus encuentros fue acompañado por un comunicado de prensa, para mostrar rápidamente la cara ante los mexicanos, y decir quizás con señales y símbolos, que está listo para recoger los platos rotos que dejó tirados su antecesor Carlos Pascual.

Heterodoxia es la primera huella de su estancia en México. Lo marcó desde el primer momento, cuando presentó sus cartas credenciales al presidente Felipe Calderón el pasado 13 de septiembre, en un capricho del protocolo que haya sido justo el mismo día, 164 años después, de la gesta heroica en el Castillo de Chapultepec donde la derrota de los cadetes del Colegio Militar coronó la intervención estadounidense en México.

Wayne sin embargo, de acuerdo con personas que tuvieron trato con él esta semana, no llegó con aires de procónsul. No es un improvisado como lo fueron tantos antes de él, como el empresario Charles Pilliod, o el exgobernador Patrick Lucey, premiados por trabajo o contribuciones en campañas presidenciales. Tampoco con la soberbia del compadrazgo con un presidente, como John Gavin, o que obtuvieron el puesto como una cuota para los hispanos, como Julián Nava-.

También está lejos de asemejarse a Pascual, que llegó con equivocada vocación de evangelizado, por lo que se entrometió abiertamente en asuntos internos sin entender los códigos culturales y políticos que hasta en estos tiempos de romance con Washington, provocó tanto antagonismo que en un hecho inusitado, el presidente Calderón pidió públicamente su remoción.

El presidente Barack Obama lo aceptó, pero a su modo. Si retiraba de México a un experto en teoría de estados fallidos, enviaría a un quiropráctico de los estados fallidos. Wayne fue el designado. En pleno invierno afgano, le comunicaron en Kabul, donde era el número dos de la Embajada, que empacara porque se iría a México, lo que para Wayne debió haber sido un premio.

De Kabul, donde vivía en una zona amurallada, sin saber si pese a los vehículos blindados y artillados, y los convoyes militares y de paramilitares de protección continua, podía ser ese su último día, a México, pese a la guerra contra las drogas que lleva contabilizados alrededor de 50 mil muertos, sí hay diferencia. La naturaleza de la guerra, sus dinámicas y prospectivas, no son iguales. En Kabul el enemigo parece claro pero es difuso; en México, parece difuso pero está claro.

Wayne, dicen personas que lo han escuchado, así lo entiende.

El diplomático forma parte de un selecto grupo de 54 personas que han recibido la distinción de ser "Embajador de Carrera", que sólo se da a quienes han hecho un trabajo "excepcional" en el servicio exterior. Para quienes han platicado con él en los últimos días, este embajador cuya única experiencia en América Latina fue su comisión como representante en Argentina, está claro el porqué del reconocimiento.

Cuando Pascual arribó a México, escuchaba menos de lo que hablaba. Asumía sobre coordenadas erradas, por lo que sus informes a Washington, algunos revelados por WikiLeaks, lo mostraban como superficial y en muchas ocasiones deficientes de información. Pascual no entendió la idiosincrasia mexicana y en la imprudencia con la que actuó por el desconocimiento, encontró su puerta de salida.

Wayne llegó a México preparado en lo teórico. Recibió intensos briefings en el Departamento de Estado. Estudió los informes y los documentos de trabajo de la relación bilateral, pero a diferencia de Pascual, no llegó sabiendo cómo resolver las cosas sino, como comentaron quienes conocieron sus pláticas con el gabinete, con una actitud de aprender.

Aún así, nada puede garantizar que su gestión será lo fructífera y positiva que los primeros días de trabajo prometen. Pero a diferencia de otros que llegaron con mejores expectativas, Wayne tiene a su favor una serie de temas que conectan con varios de sus primeros interlocutores. La procuradora Marisela Morales, por ejemplo, no podía haber encontrado a mejor aliado en el tema que es personalmente su más alta prioridad, la trata de personas, que es igualmente el gran campo de experiencia del embajador.

El secretario Bruno Ferrari tampoco había tenido interlocutor más conocedor en sus temas económicos que el embajador, quien fue secretario de Economía Adjunto en el gobierno de George Bush, y que entre sus principales funciones en Afganistán tuvo la reorganización y el fortalecimiento de la ayuda económica de Estados Unidos para el desarrollo y políticas públicas en aquella nación.

Wayne, miembro del Servicio Exterior desde 1975, tuvo formación como politólogo. Se graduó en Ciencia Política en la respetada Universidad de California en Berkeley, y obtuvo tres maestrías en Ciencia Política y Administración Pública en Stanford –cuna del pensamiento conservador más refinado en Estados Unidos-, y en dos joyas de las Ivy League, Harvard y Princeton. También es experto en terrorismo, y durante algún tiempo en los 80, fue corresponsal de seguridad nacional del periódico The Christian Science Monitor, de Boston.

Su biografía es como un libro de anotaciones de los temas de mayor interés para México y para la relación bilateral con Estados Unidos. Es como si Obama hubiera buscado en toda la cantera de diplomáticos al más apropiado para México. Y cuando menos en el papel, Wayne satisface plenamente los requerimientos.

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