José Carreño Figueras
Fue uno de esos días que todos aquellos con edad de hacerlo pueden recordar donde se encontraban.
Algunos lo vimos por televisión. Otros, nos enteramos por radio y la mayoría por las reverberaciones que provocaron los aviones que musulmanes extremistas secuestraron y estrellaron deliberadamente contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington.
El once de septiembre de 2001 ha sido calificado como un día que cambió al mundo, aunque mas bien podría decirse que cambió la relación de los Estados Unidos con el mundo.
Para muchos de nosotros son indelebles las imágenes del impacto de los aviones de pasajeros y el desplome de las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio de Nueva York, o el boquete en uno de los lados del Pentágono. Son inolvidables los rostros de preocupación, de incertidumbre y miedo incluso, junto con el despliegue de banderas, expresiones de patriotismo y demandas de venganza.
Ese día la nación que su Secretaria de Estado, Madeleine Albright, calificara alguna vez como “el país indispensable” y el centro de envidias y resentimientos, el hegemón por excelencia de fines del siglo veinte, fue objeto de un ataque terrorista, espectacular y sangriento.
Miles de inocentes murieron. Las reverberaciones de ese ataque todavía se sienten y se sentirán por un buen tiempo.
El once de septiembre y los días subsecuentes vieron la transformación de un presidente hasta ese momento mediocre en un líder. Los estadounidenses se unieron alrededor de George W. Bush y su administración en busca de certidumbres y seguridades en lo que el partisanismo convirtió en una oportunidad para adoptar leyes y políticas que cambiaron el rumbo de su país.
Las consecuencias mas evidentes son las aún presentes intervenciones militares estadounidenses en Afganistán e Iraq. Una, por ser el país refugio de Osama bin Laden, el jefe de la organización “al Qaeda”, responsable de planear los atentados. El otro, por la sospecha de apoyo a “al Qaeda” y mas bien porque era un negocio sin terminar después de “primera la guerra del golfo”, en 1991.
El costo de las dos ha contribuido a la debacle financiera de los Estados Unidos.
Y tan evidente como eso, la crisis económica desatada por la ruptura de las hipotecas estadounidenses en 2007, gracias en gran medida a medidas legales que facilitaron la especulación y la creación de “nuevos instrumentos” favorecidos por republicanos convencidos de que las medidas económicas del siglo 18 son aplicables sin adaptación al siglo 21.
La combinación de los costos de guerras, de políticas económicas cuestionables llevó a que el gobierno de George W. Bush agregara 6.4 millones de millones de dólares a la deuda pública estadounidense e hiciera necesaria la adopción de medidas de emergencia para rescatar a bancos e industrias en peligro de quiebra.
El impacto de los atentados se puede medir tanto en la intemperancia de la reacción de un público que de creerse seguro detrás de dos fronteras con países amistosos y comparativamente débiles y dos océanos pasó a sentirse inerme y vulnerable a enemigos externos, reales e imaginarios.
La nueva dureza se reflejó en una renovada intransigencia en términos de leyes migratorias y la justificación de medidas que en cualquier otro momento hubieran sido consideradas como ilegales. Violaciones a derechos humanos y tortura, prisiones clandestinas y misiones secretas de asesinato.
Si, fue una fecha que cambió una visión del mundo.
Fue uno de esos días que todos aquellos con edad de hacerlo pueden recordar donde se encontraban.
Algunos lo vimos por televisión. Otros, nos enteramos por radio y la mayoría por las reverberaciones que provocaron los aviones que musulmanes extremistas secuestraron y estrellaron deliberadamente contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington.
El once de septiembre de 2001 ha sido calificado como un día que cambió al mundo, aunque mas bien podría decirse que cambió la relación de los Estados Unidos con el mundo.
Para muchos de nosotros son indelebles las imágenes del impacto de los aviones de pasajeros y el desplome de las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio de Nueva York, o el boquete en uno de los lados del Pentágono. Son inolvidables los rostros de preocupación, de incertidumbre y miedo incluso, junto con el despliegue de banderas, expresiones de patriotismo y demandas de venganza.
Ese día la nación que su Secretaria de Estado, Madeleine Albright, calificara alguna vez como “el país indispensable” y el centro de envidias y resentimientos, el hegemón por excelencia de fines del siglo veinte, fue objeto de un ataque terrorista, espectacular y sangriento.
Miles de inocentes murieron. Las reverberaciones de ese ataque todavía se sienten y se sentirán por un buen tiempo.
El once de septiembre y los días subsecuentes vieron la transformación de un presidente hasta ese momento mediocre en un líder. Los estadounidenses se unieron alrededor de George W. Bush y su administración en busca de certidumbres y seguridades en lo que el partisanismo convirtió en una oportunidad para adoptar leyes y políticas que cambiaron el rumbo de su país.
Las consecuencias mas evidentes son las aún presentes intervenciones militares estadounidenses en Afganistán e Iraq. Una, por ser el país refugio de Osama bin Laden, el jefe de la organización “al Qaeda”, responsable de planear los atentados. El otro, por la sospecha de apoyo a “al Qaeda” y mas bien porque era un negocio sin terminar después de “primera la guerra del golfo”, en 1991.
El costo de las dos ha contribuido a la debacle financiera de los Estados Unidos.
Y tan evidente como eso, la crisis económica desatada por la ruptura de las hipotecas estadounidenses en 2007, gracias en gran medida a medidas legales que facilitaron la especulación y la creación de “nuevos instrumentos” favorecidos por republicanos convencidos de que las medidas económicas del siglo 18 son aplicables sin adaptación al siglo 21.
La combinación de los costos de guerras, de políticas económicas cuestionables llevó a que el gobierno de George W. Bush agregara 6.4 millones de millones de dólares a la deuda pública estadounidense e hiciera necesaria la adopción de medidas de emergencia para rescatar a bancos e industrias en peligro de quiebra.
El impacto de los atentados se puede medir tanto en la intemperancia de la reacción de un público que de creerse seguro detrás de dos fronteras con países amistosos y comparativamente débiles y dos océanos pasó a sentirse inerme y vulnerable a enemigos externos, reales e imaginarios.
La nueva dureza se reflejó en una renovada intransigencia en términos de leyes migratorias y la justificación de medidas que en cualquier otro momento hubieran sido consideradas como ilegales. Violaciones a derechos humanos y tortura, prisiones clandestinas y misiones secretas de asesinato.
Si, fue una fecha que cambió una visión del mundo.
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