Martha Anaya / Crónica de Política
La marcha regresiva apresura su paso. El propio Felipe Calderón da cuenta de ello: un año, dos meses y medio “y como seis días más”.
El término del sexenio está ya en el horizonte. Los aspirantes presidenciales se han puesto en marcha, han soltado amarras y apenas guardan las formas por algunas horas quienes deben aún concluir alguna encomienda.
Pensarán algunos que aún es pronto para dar por concluido este gobierno. El propio presidente de la República parece estar entre ellos. Desde Mérida anuncia que cerrará su administración “a tambor batiente”.
Intento de volver los ojos hacia a él, hacia lo que aún le resta como inquilino de Los Pinos. Incomodidad ante el ineludible paso que significa alumbrar al posible, deseado sucesor: Ernesto Cordero, en su caso.
Cada mandatario procesa estos momentos de distinta manera. Unos intentan retrasar el banderazo lo más posible, otros son empujados por las propias fuerzas políticas y a trompicones sacan la candidatura de su delfín, y hay quienes lo asumen con cierta madurez y despliegan velas en ocasiones antes de lo esperado.
Recordemos hoy, para tratar de acercarnos a los sentimientos que vive un presidente en situaciones así, de sucesión, de término de sexenio, uno de esos periodos: el de José López Portillo en su quinto año de gobierno.
Ocurrió hace 30 años exactamente. Entre sus notas personales del 10 de septiembre de 1981, poco después de su quinto Informe de Gobierno ante el Congreso de la Unión, escribía López Portillo en su último párrafo:
En el ámbito político, todo tranquilo. Tenemos ya fija la pareja final y depende de los últimos acontecimientos la decisión final.
El proceso de futurismo, explica posteriormente el ex presidente en su biografía Mis Tiempos (Fernández Editores. 1988), “tomaba dimensiones casi definitivas”. Para entonces, “había dos precandidatos según las circunstancias: si el problema del país era de orden, sería uno (Javier García Paniagua); si financiero, sería otro (Miguel de la Madrid)”.
Para las fiestas patrias, 15 y 16 de septiembre, George Bush (padre), entonces vicepresidente de Estados Unidos, estaba de visita en México. Acompañó incluso a López Portillo a dar “el grito” en Dolores.
Un día después, 17 de septiembre, el mandatario mexicano viajaba a Grand Rapids, Michigan, para hablar con el presidente Ronald Reagan. La relación con Estados Unidos estaba en plena crisis debido a la carta franco-mexicana por la cual reconocíamos como fuerza política representativa a los guerrilleros salvadoreños (el FMLN).
Unos días después de su retorno a México, el 21 de septiembre, López Portillo anotaba en su diario:
Yo creo que adelantamos, con el Partido, la nominación del candidato. Ya hablé con él precisamente hoy.
El 25 de septiembre de 1981, Miguel de la Madrid era postulado por el PRI como candidato a la presidencia de la República.
Apenas 96 horas después, López Portillo volvía a sus cavilaciones:
Sí, empieza la puesta del sol, después de que en ópera magna se solemnizó la designación del candidato. Se siente en la consideración de la gente, que es más cariñosa conmigo, lo que, en el mexicano, es síntoma de que empieza la debilidad.
Y concluye su reflexión sobre el momento así:
“¡Apasionante país el nuestro! Se asiste al ocaso. Se siente que otro sol va a nacer. Hasta el considerado cariño de la gente.
“País cruel y tierno. Calavera de azúcar”.
Se acerca así, con sus propios ritmos, el ineludible final. Aunque se llame a vivirlo a “tambor batiente”.
La marcha regresiva apresura su paso. El propio Felipe Calderón da cuenta de ello: un año, dos meses y medio “y como seis días más”.
El término del sexenio está ya en el horizonte. Los aspirantes presidenciales se han puesto en marcha, han soltado amarras y apenas guardan las formas por algunas horas quienes deben aún concluir alguna encomienda.
Pensarán algunos que aún es pronto para dar por concluido este gobierno. El propio presidente de la República parece estar entre ellos. Desde Mérida anuncia que cerrará su administración “a tambor batiente”.
Intento de volver los ojos hacia a él, hacia lo que aún le resta como inquilino de Los Pinos. Incomodidad ante el ineludible paso que significa alumbrar al posible, deseado sucesor: Ernesto Cordero, en su caso.
Cada mandatario procesa estos momentos de distinta manera. Unos intentan retrasar el banderazo lo más posible, otros son empujados por las propias fuerzas políticas y a trompicones sacan la candidatura de su delfín, y hay quienes lo asumen con cierta madurez y despliegan velas en ocasiones antes de lo esperado.
Recordemos hoy, para tratar de acercarnos a los sentimientos que vive un presidente en situaciones así, de sucesión, de término de sexenio, uno de esos periodos: el de José López Portillo en su quinto año de gobierno.
Ocurrió hace 30 años exactamente. Entre sus notas personales del 10 de septiembre de 1981, poco después de su quinto Informe de Gobierno ante el Congreso de la Unión, escribía López Portillo en su último párrafo:
En el ámbito político, todo tranquilo. Tenemos ya fija la pareja final y depende de los últimos acontecimientos la decisión final.
El proceso de futurismo, explica posteriormente el ex presidente en su biografía Mis Tiempos (Fernández Editores. 1988), “tomaba dimensiones casi definitivas”. Para entonces, “había dos precandidatos según las circunstancias: si el problema del país era de orden, sería uno (Javier García Paniagua); si financiero, sería otro (Miguel de la Madrid)”.
Para las fiestas patrias, 15 y 16 de septiembre, George Bush (padre), entonces vicepresidente de Estados Unidos, estaba de visita en México. Acompañó incluso a López Portillo a dar “el grito” en Dolores.
Un día después, 17 de septiembre, el mandatario mexicano viajaba a Grand Rapids, Michigan, para hablar con el presidente Ronald Reagan. La relación con Estados Unidos estaba en plena crisis debido a la carta franco-mexicana por la cual reconocíamos como fuerza política representativa a los guerrilleros salvadoreños (el FMLN).
Unos días después de su retorno a México, el 21 de septiembre, López Portillo anotaba en su diario:
Yo creo que adelantamos, con el Partido, la nominación del candidato. Ya hablé con él precisamente hoy.
El 25 de septiembre de 1981, Miguel de la Madrid era postulado por el PRI como candidato a la presidencia de la República.
Apenas 96 horas después, López Portillo volvía a sus cavilaciones:
Sí, empieza la puesta del sol, después de que en ópera magna se solemnizó la designación del candidato. Se siente en la consideración de la gente, que es más cariñosa conmigo, lo que, en el mexicano, es síntoma de que empieza la debilidad.
Y concluye su reflexión sobre el momento así:
“¡Apasionante país el nuestro! Se asiste al ocaso. Se siente que otro sol va a nacer. Hasta el considerado cariño de la gente.
“País cruel y tierno. Calavera de azúcar”.
Se acerca así, con sus propios ritmos, el ineludible final. Aunque se llame a vivirlo a “tambor batiente”.
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