Relación casinos-Iglesia, el vínculo inexplorado en México

Jesusa Cervantes

El mundo tenebroso del poder y el dinero de los concesionarios, de los dueños de los casinos y casas de apuestas que se ha mezclado con lo político, no es nada nuevo en México.

En la década de los treinta, un grupo de empresarios de bares de Los Ángeles, California, creó el famoso hipódromo Agua Caliente, en Tijuana, Baja California. Las hectáreas en donde se asentó este emporio de las apuestas eran propiedad, nada más y nada menos, que del entonces gobernador de Baja California, Abelardo L. Rodríguez, quien a la postre se convertiría en presidente de México.

Quien se encargó de realizar las gestiones para conseguir los permisos del hipódromo, fue justamente el político más importante de la entidad: su gobernador.

Parte de esta historia es relatada en forma amena y ligera por el reportero Juan Alberto Cedillo en su libro, La Cosa Nostra en México.

Cedillo relata cómo Virginia Hill, viuda del creador de lo que hoy son Las Vegas, Bugsy Siegel, fue enviada por la mafia ítalo-americana a México para abrir de nuevo las puertas al crimen organizado. Para ello, se convirtió en amante de militares y políticos mexicanos.

El poder corruptor y, algunas veces, encantador, de quienes manejan el mundo de las apuestas sigue en pie. De ahí que no sea raro lo que, desde hace décadas sucede en México pero que hoy, a raíz del recriminable incendio del Casino Royale en Monterrey, está empezando a salir.

Desde hace décadas se ha demostrado cómo el narcotráfico financia campañas electorales, sobre todo en los municipios, para luego cobrar las facturas con licencias de giros negros y alcoholes.

La escalada del crimen organizado fue en aumento al inicio del sexenio calderonista, pero las relaciones de narcotráfico, giros negros, casinos, empresarios y políticos ha formado parte de nuestra historia.

Hoy son los panistas quienes están involucrados en estos temas. La razón es muy sencilla, son ellos los que ahora están en el poder; ayer fueron los priistas, mañana podrá ser cualquiera.

Pero hay otro vínculo que no se ha explorado: casinos-Iglesia. De ello pueden decir mucho José María Guardia, dueño de casinos que operaban en Chihuahua, propietario del permiso desde 1990 y muy amigo del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez. Es cuestión de tiempo para que empiecen a ser del conocimiento público esas torcidas relaciones. Este contexto no hay que olvidar la muerte del cardenal Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993.

En fin, de nada hay que sorprendernos, aunque sí indignarnos y, por supuesto, denunciar.

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