Francisco Rodríguez / Índice Político
“¡Qué menor es el señor Calderón”!, me decía ayer en sabrosa plática ante una taza de café cargado un colega a quien respeto por sus análisis políticos. Y me comentaba que, por accidente, había visto la transmisión televisiva de la reunión que el ocupante de Los Pinos sostuvo con ciertos representantes de la comunidad mexicana residente en Los Ángeles, California: “más que coloquial, vulgar” sentenció mi bienquisto amigo.
Vulgar, no sólo ante la bien espulgada audiencia angelina –seleccionados, investigados los asistentes por el consulado y por el Estado Mayor Presidencial, para que no se “colara” ningún personaje incómodo–, lo mismo ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, cuyos delegados debieron quedar boquiabiertos cuando el michoacano les espetó la palabra “chamba”. Debió haber por ahí un hispanoparlante que la confundiera con chambones. La verdad, la verdad, ¡qué pena con míster Kofi Annan!, ¿no cree usted?
Porque cada ocasión que Calderón sale al extranjero, deja todavía peor parado al país. Personalmente, por ejemplo, no sé bien a bien cómo interpretar algunas de sus alocuciones durante este reciente periplo a la Unión Americana.
Me mantiene en la incertidumbre, por ejemplo, su dicho –no deja de ser dicharachero– sobre las “cajas negras” y los gobiernos anteriores a su fallida y fatídica Administración.
Las “cajas negras” –que en realidad son anaranjadas–, hasta donde este escribidor conoce, son aquellas en las cuales se registran segundo a segundo todas y cada una de las operaciones de una aeronave, por lo que deduzco que Calderón quiso decir ¡todo lo contrario! Esto es, que en el pasado al que está aferrado todo era opacidad. Pero, la verdad, quién sabe. Porque con Calderón son pocos quienes saben a qué atenerse.
Mire usted, por ejemplo, lo que al respecto me escribe un lector de orígenes y profesión castrense:
“…a Calderón le dio miedo abrir la caja negra; había amarillas, pero a esas de plano dijo niguas… había verdes tucanes, a esas también dijo no… había tricolores… y como estaba (en estado inconveniente) abrió ¡la Caja de Pandora!”
Hay quienes, por tal, consideran que a Calderón hay que despedirlo ¡con cajas destempladas!
Pero antes de ello, hay que pedir al michoacano que explique otra de las frases con la que nos obsequió en esta gira internacional:
Que “el crimen organizado ha matado a más gente que regímenes dictatoriales”.
¿Fue una justificación? Pudiera pensarse que sí. Porque la percepción generalizada en México, y me atrevería a afirmar que también en el extranjero, es la de que Calderón nos impuso dictatorialmente su estúpida –por la ausencia de inteligencia– guerra a la delincuencia organizada. Y que es a su fallida Administración a la que esa misma percepción atribuye los ya más de 50 mil cadáveres y más de 15 mil desaparecidos que hasta el momento se llevan contabilizados, sin que la derrota de los “malos” esté a la vista… Todo lo contrario.
Contexto y subtexto de las alocuciones calderonistas son, sin variación, de odio, muerte y violencia. Además vulgares, cual bien sentencia mi respetado amigo con quien ayer compartí el café.
No distingue auditorios. Nada importa si quienes le escuchan son señoras de Jalisco “acarreadas” –perdón a las damas– a un pésimo festejo del Día de las Madres en el Museo de Antropología de la capital nacional… que “líderes” a quienes reta a ser ellos los que corran el riesgo de adoptar medidas políticas… que jóvenes reunidos en el campus de una universidad en el norte de la California estadounidense… que niños a quienes se otorga una beca para que se dediquen verdaderamente a estudiar.
Funesto, pues, además de vulgar.
Cajas negras que son anaranjadas. Cajas destempladas que son las de los tambores que, así desafinados, despiden a quien es deshonrosamente despedido de una institución militar.
¡Qué menor! En efecto, ¡qué menor!
Índice Flamígero: Cuestión de niveles. Quienes aplauden incondicional e interesadamente al ocupante de Los Pinos, también bajan peldaños en su oficio. Como aquel que ayer coincidía con Felipe Calderón al manifestar su pena por la coincidencia entre su “éxito” en la premiere del programa de televisión The Royal Tour –donde el ocupante de Los Pinos hace las veces de un guía de turistas– y los 35 cadáveres tirados en un viaducto de Boca del Río, Veracruz. ¡Qué pena! Pero no por los muertos. ¡Por el tour que “merecía un mejor final”! Al fin que muertos hay miles. Habrá muchos más de aquí a finales de 2012. Y eventos en el Guggenheim neoyorquino son irrepetibles. ¿O no?
“¡Qué menor es el señor Calderón”!, me decía ayer en sabrosa plática ante una taza de café cargado un colega a quien respeto por sus análisis políticos. Y me comentaba que, por accidente, había visto la transmisión televisiva de la reunión que el ocupante de Los Pinos sostuvo con ciertos representantes de la comunidad mexicana residente en Los Ángeles, California: “más que coloquial, vulgar” sentenció mi bienquisto amigo.
Vulgar, no sólo ante la bien espulgada audiencia angelina –seleccionados, investigados los asistentes por el consulado y por el Estado Mayor Presidencial, para que no se “colara” ningún personaje incómodo–, lo mismo ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, cuyos delegados debieron quedar boquiabiertos cuando el michoacano les espetó la palabra “chamba”. Debió haber por ahí un hispanoparlante que la confundiera con chambones. La verdad, la verdad, ¡qué pena con míster Kofi Annan!, ¿no cree usted?
Porque cada ocasión que Calderón sale al extranjero, deja todavía peor parado al país. Personalmente, por ejemplo, no sé bien a bien cómo interpretar algunas de sus alocuciones durante este reciente periplo a la Unión Americana.
Me mantiene en la incertidumbre, por ejemplo, su dicho –no deja de ser dicharachero– sobre las “cajas negras” y los gobiernos anteriores a su fallida y fatídica Administración.
Las “cajas negras” –que en realidad son anaranjadas–, hasta donde este escribidor conoce, son aquellas en las cuales se registran segundo a segundo todas y cada una de las operaciones de una aeronave, por lo que deduzco que Calderón quiso decir ¡todo lo contrario! Esto es, que en el pasado al que está aferrado todo era opacidad. Pero, la verdad, quién sabe. Porque con Calderón son pocos quienes saben a qué atenerse.
Mire usted, por ejemplo, lo que al respecto me escribe un lector de orígenes y profesión castrense:
“…a Calderón le dio miedo abrir la caja negra; había amarillas, pero a esas de plano dijo niguas… había verdes tucanes, a esas también dijo no… había tricolores… y como estaba (en estado inconveniente) abrió ¡la Caja de Pandora!”
Hay quienes, por tal, consideran que a Calderón hay que despedirlo ¡con cajas destempladas!
Pero antes de ello, hay que pedir al michoacano que explique otra de las frases con la que nos obsequió en esta gira internacional:
Que “el crimen organizado ha matado a más gente que regímenes dictatoriales”.
¿Fue una justificación? Pudiera pensarse que sí. Porque la percepción generalizada en México, y me atrevería a afirmar que también en el extranjero, es la de que Calderón nos impuso dictatorialmente su estúpida –por la ausencia de inteligencia– guerra a la delincuencia organizada. Y que es a su fallida Administración a la que esa misma percepción atribuye los ya más de 50 mil cadáveres y más de 15 mil desaparecidos que hasta el momento se llevan contabilizados, sin que la derrota de los “malos” esté a la vista… Todo lo contrario.
Contexto y subtexto de las alocuciones calderonistas son, sin variación, de odio, muerte y violencia. Además vulgares, cual bien sentencia mi respetado amigo con quien ayer compartí el café.
No distingue auditorios. Nada importa si quienes le escuchan son señoras de Jalisco “acarreadas” –perdón a las damas– a un pésimo festejo del Día de las Madres en el Museo de Antropología de la capital nacional… que “líderes” a quienes reta a ser ellos los que corran el riesgo de adoptar medidas políticas… que jóvenes reunidos en el campus de una universidad en el norte de la California estadounidense… que niños a quienes se otorga una beca para que se dediquen verdaderamente a estudiar.
Funesto, pues, además de vulgar.
Cajas negras que son anaranjadas. Cajas destempladas que son las de los tambores que, así desafinados, despiden a quien es deshonrosamente despedido de una institución militar.
¡Qué menor! En efecto, ¡qué menor!
Índice Flamígero: Cuestión de niveles. Quienes aplauden incondicional e interesadamente al ocupante de Los Pinos, también bajan peldaños en su oficio. Como aquel que ayer coincidía con Felipe Calderón al manifestar su pena por la coincidencia entre su “éxito” en la premiere del programa de televisión The Royal Tour –donde el ocupante de Los Pinos hace las veces de un guía de turistas– y los 35 cadáveres tirados en un viaducto de Boca del Río, Veracruz. ¡Qué pena! Pero no por los muertos. ¡Por el tour que “merecía un mejor final”! Al fin que muertos hay miles. Habrá muchos más de aquí a finales de 2012. Y eventos en el Guggenheim neoyorquino son irrepetibles. ¿O no?
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