Raúl Tortolero
Hace tiempo ha dejado de ser cierto que los narcos “se matan entre ellos”. Todo indica que ahora su principal capital para presionar es el genocidio. Los ciudadanos no son seres humanos, sino carne útil para intimidar y dominar. Y van tras los civiles indefensos.
Y con ello -paradojas del crimen organizado-, indefectiblemente, ha iniciado su futura pulverización.
Es decir, si antes a los cárteles les bastaba asesinar individual o celularmente a sus contrarios para fortalecerse, y después, para ejercer mayor presión sobre ellos, ordenaban el homicidio de sus familias, hoy en día lo que más les está funcionando para amagar lo mismo a bandas rivales, ciudadanía, opinión pública y autoridades, es masacrar civiles.
Agotadas las viejas formas de coacción para alcanzar sus objetivos, habiendo acumulado miles de millones de dólares en cuentas aún no intervenidas, contando con armamento y sicarios, sistemas de comunicación y financieros, teniendo a su servicio decenas de policías municipales y estatales, a jueces, y cómplices políticos de alto nivel, todo esquema anterior, débil e inútil, da paso a uno más nuevo, de carácter masivo, terrorista y dirigido contra inocentes.
Por ello, hay muchas señales de que la violencia contra civiles aumentará.
Terror y elecciones 2012
En ciertas circunstancias, un ataque contra civiles puede incluso definir de qué lado se inclina el voto en las elecciones. Recordemos los atentados con explosivos en España, que produjeron 191 muertos y 1,858 heridos, el 11 de marzo de 2004, tres días antes de los comicios presidenciales, y arrebataron un posible triunfo de la derecha -colaboracionista con Estados Unidos-, que recibió un claro voto de castigo.
En México, el silogismo es sencillo: la gente no puede votar por un gobierno que no puede prevenir masacres contra la población. Por eso, al actual gobierno del presidente Felipe Calderón en los pocos meses restantes de su sexenio, sólo le quedan dos caminos:
Uno, capturar a los principales capos restantes, y desmantelar sus estructuras básicas de poder de fuego y finanzas. Lo que quedaría debajo de esas élites del mal, sería sólo, justamente, la diáspora de las bandas, antes “subcontratadas” y agrupadas en torno a los emporios del narco. Con ello, la posibilidad de evitar grandes masacres de civiles resultaría incrementada en un porcentaje muy alto, debido a que sólo los altos mandos del crimen ordenan asesinatos masivos.
O, dos: no finalizar la delicada e impostergable tarea que emprendió contra el crimen… dejar las cosas a la mitad, y con ello darles tiempo a los cárteles para reestructurarse y volver a la carga, lo que representaría repuntes nunca vistos de violencia, nuevas masacres de civiles, posibles magnicidios y grandes posibilidades de recibir su partido, el PAN, un voto de castigo de la gente.
Calderón puede irse “triunfante” si aprieta el paso ahora. Las Fuerzas Armadas deben echar ya toda la carne en el asador y cerrar fuerte. Se debe capturar a los grandes capos que aún merodean por ahí. Así, no sería el presidente recordado por los 50 mil muertos, sino como un mandatario de carácter y firmeza que supo pulverizar a estas mafias de poder creciente, y disminuirlas a una mediana expresión, mucho más manejable, resultando clave que el elector vote por la continuidad para alcanzar la paz social, en el menor tiempo posible.
Sólo un error garrafal como dejar en libertad a los líderes de los cárteles más nocivos podría fomentar la percepción de que todo fue en vano.
La violencia contra ciudadanos indefensos aumenta…pero también es el inicio del fin de los grandes cárteles mexicanos de influencia continental, y en algunos casos global. Es el inicio de su desmembramiento. Porque al fin hemos llegado como sociedad al punto en el que no hay quien pueda estar de acuerdo en estos nuevos métodos narcoterroristas. La sociedad mexicana, laxa y permisiva, tolerante con quienes salen adelante no importando cómo, sociedad habituada a la corrupción de toda intensidad, y que en el fondo admira a quienes roban millones y salen impunes –así al mismo tiempo los deteste-, se ve unificada en el deseo de que las masacres de gente inocente deben ser detenidas como sea.
Los cárteles que operan masacres, claramente recortan su “base social”. Aunque entreguen lavadoras y juguetes a los niños, poseen una imagen pública absolutamente deleznable. No hay peor propaganda negra contra ellos mismos que las masacres.
Antes gozaban de otra imagen. De “bandidos románticos”, leyendas en parte tolerados socialmente porque eran los “Robin Hoods” que ayudaban a los pobres, mientras el gobierno nos asfixiaba… Antes no importaba que mataran a sus enemigos, que eran criminales también, porque siempre se respetaba a los civiles inocentes. Ahora eso ha cambiado.
Y cuando hablamos de narcomasacres de civiles, cuya tendencia va en aumento, no estamos tomando en cuenta las 50 mil muertes de supuestos sicarios de bandos contrarios que se aniquilan entre ellos; no estamos refiriéndonos a los mal llamados “daños colaterales”, que son aquellos civiles inocentes que fallecen por atropellos de criminales o de autoridades.
No. Estamos aludiendo al uso indiscriminado de la población civil para masacrarla como desplante de poder, para causar terror, para mostrar músculo, para hacer ver que no se tiene ningún límite ya… tal es el caso de los granadazos en Morelia, los migrantes de San Fernando y los asistentes al Casino Royale.
No fue suficiente el narcoterror en su inmediato estadio anterior, el de los “levantones” de los contrarios para torturarlos, mutilarlos, videograbarlos, y luego exhibirlos decapitados o colgados en puentes, no importando si eran hombres o mujeres. Esa etapa ya ha finalizado…
Viene necesariamente un periodo último con violencia en gran escala, con masacres a la población civil. Periodo tras el cual esta sociedad tan egoísta se unifica e incluso, desesperada, dota de facultades especiales a las Fuerzas Armadas para actuar. No puede de ninguna forma retirarse el Ejército de las calles por ahora. El soldado en la avenida es la señal de si podemos ir a comprar despensa, o ir a la escuela, o no, en incontables ciudades del país, acentuadamente en las de la costa este.
Si mataron a mi familia… ¿qué importan los civiles?
¿Cómo empezó todo? El devenir de la destrucción de los códigos del narco puede resumirse en una frase acaso enunciada por un capo: “Si mataron a mi familia… ¿qué me importa masacrar civiles?”…
Primero, los códigos de honor del narco mexicano –códigos entendidos por todos, silenciosos, no dichos, pero sí acatados- estipulaban, en los lejanos 50s y 60s, incluso hasta los 70s, que ese negocio era para hombres, básicamente. Y si habrían de matarse por alguna traición o delación, se iban a matar entre ellos, entre hombres. Segunda etapa, finales de los 70s, principios de los 80s, ya no era un negocio sólo para hombres. Algunas mujeres incursionaban en el trasiego, en el lavado, y de una forma u otra participaban, colaboraban. Incluso como sicarias.
También en los 80s se ve modificado gravemente otro punto del código de la “vieja escuela” del narco: ahora no sólo asesinaban a quien era el narco responsable de una traición, sino que se empezaron a cobrar venganzas con sus familiares, en particular con los hermanos y parientes varones. Pero bien pronto esto derivó en que fueran asesinadas también mujeres, las esposas de los capos, e incluso sus madres y sus hijas. Con esto, llegó a su fin todo código de honor de la “vieja escuela” y los nuevos capos no tenían ya prácticamente ninguna regla que cumplir.
Se mataban entre ellos, mataban a sus aliados para crecer, a sus allegados, para quitar de en medio a estorbos y afianzar mayores zonas de control. Ejemplo notorio en este sentido, pero no el primero, fue el caso de Osiel Cárdenas, a quien se conoció incluso como el “mata amigos” en su momento, hace 13 años, cuando dio muerte a Salvador Gómez Herrera en 1998, quien dirigía el Cártel del Golfo.
Pero no sólo eso. Se ensañaban con las familias de sus adversarios, como ocurrió con el Güero Palma en 1989, a quien entregaron las cabezas de sus seres queridos. Cuando los narcos ya eran capaces de asesinar en ajustes de cuentas a mujeres y a familias completas, al mismo tiempo queda sembrada la semilla de lo que más tarde sería el narcoterrorismo en México.
¿A qué me refiero? Si los narcos mataron en un primer momento a sus enemigos varones, pero en segundo lugar mataban también a sus propios amigos, y a las familias de sus adversarios, no importando si se trataba incluso de mujeres o niños, la puerta estaba totalmente abierta para asesinar también a la población civil.
Las granadas arrojadas contra la ciudadanía reunida en el centro de Morelia, Michoacán, el 15 de septiembre de 2008, abren un nuevo periodo del narco en nuestro país, que es el del narcoterrorismo. Los episodios más graves de narcoterrorismo hasta la fecha han sido las matanzas de San Fernando y la del Casino Royale.
Más delitos contra civiles inocentes
A estas alturas de la guerra, podemos percibir que no, el problema no es el consumo de drogas, que si bien ha ido en aumento en la última década aún no puede clasificarse un asunto de salud de suma gravedad a nivel nacional. Las estadísticas indican que son mucho más graves la diabetes, el sobrepeso, la obesidad y el cáncer de mama y cervico-uterino. El problema tampoco es el trasiego de drogas en sí mismo, sino la violencia asociada al dominio de rutas y de los territorios de paso y de venta.
El problema más serio es que el crimen organizado asociado a narcotraficantes agrede a los civiles todo el tiempo y de muchas formas distintas, todas sumamente reprobables, sin duda todas de lesa humanidad, como son el tráfico de niños para fines de explotación sexual, el tráfico de personas, el secuestro, la extorsión, el cobro de derecho de piso, o de cuotas a comerciantes honestos, y el querer fungir como autoridades que cobran impuestos en muchas zonas de México. Todos estos delitos no son propiamente narcotráfico, sino que dañan a la ciudadanía y su natural desarrollo cotidiano, y deben ser atacados a fondo.
En resumen: en el pasado los narcos no se metían con los civiles para nada; hoy la competencia entre los cárteles trasnacionales es tanta que la ciudadanía ha quedado en medio de todo… El narcotráfico no se va a terminar, la gente usa drogas aquí y allá. Pero hay que poner un freno total a la violencia en la vida cotidiana. Esto no es un asunto de moral, de conservadurismo, ni de liberalismo, ni de salud pública. Es un asunto de seguridad nacional.
FIERROS EN EL FUEGO
En el fondo, el único cambio de verdadera trascendencia en el gabinete es la llegada de Alejandro Poiré al CISEN. El país puede seguir adelante sin muchos contratiempos si Ernesto Cordero se va a hacer campaña. Hacienda es una estructura de muchas cabezas brillantes. Sin embargo Poiré jugará un papel de suma importancia en prevenir masacres contra civiles en toda la Nación, antes, durante y después de las elecciones de 2012. Necesitará coordinarse lo mejor posible con el Ejército, la Marina, la SSP, la PGR, y los gobiernos estatales (algunos de los cuales no generan mucha confianza). Y claro, con las agencias norteamericanas que todos sabemos operan aquí desde hace mucho. De su labor dependerá en gran parte la seguridad que sientan los ciudadanos al realizar sus actividades normales.//A dónde van a ir todos los policías que sean “limpiados” de sus corporaciones, tanto en Nuevo León, como en el resto del país… si ya son parte de los cárteles… solamente se van a quitar el uniforme.//Queremos libertad de expresión, pero sin muertos. ¿Qué protección real brinda ahora el Estado a los periodistas? ¿El pedir asilo en otro país?
Hace tiempo ha dejado de ser cierto que los narcos “se matan entre ellos”. Todo indica que ahora su principal capital para presionar es el genocidio. Los ciudadanos no son seres humanos, sino carne útil para intimidar y dominar. Y van tras los civiles indefensos.
Y con ello -paradojas del crimen organizado-, indefectiblemente, ha iniciado su futura pulverización.
Es decir, si antes a los cárteles les bastaba asesinar individual o celularmente a sus contrarios para fortalecerse, y después, para ejercer mayor presión sobre ellos, ordenaban el homicidio de sus familias, hoy en día lo que más les está funcionando para amagar lo mismo a bandas rivales, ciudadanía, opinión pública y autoridades, es masacrar civiles.
Agotadas las viejas formas de coacción para alcanzar sus objetivos, habiendo acumulado miles de millones de dólares en cuentas aún no intervenidas, contando con armamento y sicarios, sistemas de comunicación y financieros, teniendo a su servicio decenas de policías municipales y estatales, a jueces, y cómplices políticos de alto nivel, todo esquema anterior, débil e inútil, da paso a uno más nuevo, de carácter masivo, terrorista y dirigido contra inocentes.
Por ello, hay muchas señales de que la violencia contra civiles aumentará.
Terror y elecciones 2012
En ciertas circunstancias, un ataque contra civiles puede incluso definir de qué lado se inclina el voto en las elecciones. Recordemos los atentados con explosivos en España, que produjeron 191 muertos y 1,858 heridos, el 11 de marzo de 2004, tres días antes de los comicios presidenciales, y arrebataron un posible triunfo de la derecha -colaboracionista con Estados Unidos-, que recibió un claro voto de castigo.
En México, el silogismo es sencillo: la gente no puede votar por un gobierno que no puede prevenir masacres contra la población. Por eso, al actual gobierno del presidente Felipe Calderón en los pocos meses restantes de su sexenio, sólo le quedan dos caminos:
Uno, capturar a los principales capos restantes, y desmantelar sus estructuras básicas de poder de fuego y finanzas. Lo que quedaría debajo de esas élites del mal, sería sólo, justamente, la diáspora de las bandas, antes “subcontratadas” y agrupadas en torno a los emporios del narco. Con ello, la posibilidad de evitar grandes masacres de civiles resultaría incrementada en un porcentaje muy alto, debido a que sólo los altos mandos del crimen ordenan asesinatos masivos.
O, dos: no finalizar la delicada e impostergable tarea que emprendió contra el crimen… dejar las cosas a la mitad, y con ello darles tiempo a los cárteles para reestructurarse y volver a la carga, lo que representaría repuntes nunca vistos de violencia, nuevas masacres de civiles, posibles magnicidios y grandes posibilidades de recibir su partido, el PAN, un voto de castigo de la gente.
Calderón puede irse “triunfante” si aprieta el paso ahora. Las Fuerzas Armadas deben echar ya toda la carne en el asador y cerrar fuerte. Se debe capturar a los grandes capos que aún merodean por ahí. Así, no sería el presidente recordado por los 50 mil muertos, sino como un mandatario de carácter y firmeza que supo pulverizar a estas mafias de poder creciente, y disminuirlas a una mediana expresión, mucho más manejable, resultando clave que el elector vote por la continuidad para alcanzar la paz social, en el menor tiempo posible.
Sólo un error garrafal como dejar en libertad a los líderes de los cárteles más nocivos podría fomentar la percepción de que todo fue en vano.
La violencia contra ciudadanos indefensos aumenta…pero también es el inicio del fin de los grandes cárteles mexicanos de influencia continental, y en algunos casos global. Es el inicio de su desmembramiento. Porque al fin hemos llegado como sociedad al punto en el que no hay quien pueda estar de acuerdo en estos nuevos métodos narcoterroristas. La sociedad mexicana, laxa y permisiva, tolerante con quienes salen adelante no importando cómo, sociedad habituada a la corrupción de toda intensidad, y que en el fondo admira a quienes roban millones y salen impunes –así al mismo tiempo los deteste-, se ve unificada en el deseo de que las masacres de gente inocente deben ser detenidas como sea.
Los cárteles que operan masacres, claramente recortan su “base social”. Aunque entreguen lavadoras y juguetes a los niños, poseen una imagen pública absolutamente deleznable. No hay peor propaganda negra contra ellos mismos que las masacres.
Antes gozaban de otra imagen. De “bandidos románticos”, leyendas en parte tolerados socialmente porque eran los “Robin Hoods” que ayudaban a los pobres, mientras el gobierno nos asfixiaba… Antes no importaba que mataran a sus enemigos, que eran criminales también, porque siempre se respetaba a los civiles inocentes. Ahora eso ha cambiado.
Y cuando hablamos de narcomasacres de civiles, cuya tendencia va en aumento, no estamos tomando en cuenta las 50 mil muertes de supuestos sicarios de bandos contrarios que se aniquilan entre ellos; no estamos refiriéndonos a los mal llamados “daños colaterales”, que son aquellos civiles inocentes que fallecen por atropellos de criminales o de autoridades.
No. Estamos aludiendo al uso indiscriminado de la población civil para masacrarla como desplante de poder, para causar terror, para mostrar músculo, para hacer ver que no se tiene ningún límite ya… tal es el caso de los granadazos en Morelia, los migrantes de San Fernando y los asistentes al Casino Royale.
No fue suficiente el narcoterror en su inmediato estadio anterior, el de los “levantones” de los contrarios para torturarlos, mutilarlos, videograbarlos, y luego exhibirlos decapitados o colgados en puentes, no importando si eran hombres o mujeres. Esa etapa ya ha finalizado…
Viene necesariamente un periodo último con violencia en gran escala, con masacres a la población civil. Periodo tras el cual esta sociedad tan egoísta se unifica e incluso, desesperada, dota de facultades especiales a las Fuerzas Armadas para actuar. No puede de ninguna forma retirarse el Ejército de las calles por ahora. El soldado en la avenida es la señal de si podemos ir a comprar despensa, o ir a la escuela, o no, en incontables ciudades del país, acentuadamente en las de la costa este.
Si mataron a mi familia… ¿qué importan los civiles?
¿Cómo empezó todo? El devenir de la destrucción de los códigos del narco puede resumirse en una frase acaso enunciada por un capo: “Si mataron a mi familia… ¿qué me importa masacrar civiles?”…
Primero, los códigos de honor del narco mexicano –códigos entendidos por todos, silenciosos, no dichos, pero sí acatados- estipulaban, en los lejanos 50s y 60s, incluso hasta los 70s, que ese negocio era para hombres, básicamente. Y si habrían de matarse por alguna traición o delación, se iban a matar entre ellos, entre hombres. Segunda etapa, finales de los 70s, principios de los 80s, ya no era un negocio sólo para hombres. Algunas mujeres incursionaban en el trasiego, en el lavado, y de una forma u otra participaban, colaboraban. Incluso como sicarias.
También en los 80s se ve modificado gravemente otro punto del código de la “vieja escuela” del narco: ahora no sólo asesinaban a quien era el narco responsable de una traición, sino que se empezaron a cobrar venganzas con sus familiares, en particular con los hermanos y parientes varones. Pero bien pronto esto derivó en que fueran asesinadas también mujeres, las esposas de los capos, e incluso sus madres y sus hijas. Con esto, llegó a su fin todo código de honor de la “vieja escuela” y los nuevos capos no tenían ya prácticamente ninguna regla que cumplir.
Se mataban entre ellos, mataban a sus aliados para crecer, a sus allegados, para quitar de en medio a estorbos y afianzar mayores zonas de control. Ejemplo notorio en este sentido, pero no el primero, fue el caso de Osiel Cárdenas, a quien se conoció incluso como el “mata amigos” en su momento, hace 13 años, cuando dio muerte a Salvador Gómez Herrera en 1998, quien dirigía el Cártel del Golfo.
Pero no sólo eso. Se ensañaban con las familias de sus adversarios, como ocurrió con el Güero Palma en 1989, a quien entregaron las cabezas de sus seres queridos. Cuando los narcos ya eran capaces de asesinar en ajustes de cuentas a mujeres y a familias completas, al mismo tiempo queda sembrada la semilla de lo que más tarde sería el narcoterrorismo en México.
¿A qué me refiero? Si los narcos mataron en un primer momento a sus enemigos varones, pero en segundo lugar mataban también a sus propios amigos, y a las familias de sus adversarios, no importando si se trataba incluso de mujeres o niños, la puerta estaba totalmente abierta para asesinar también a la población civil.
Las granadas arrojadas contra la ciudadanía reunida en el centro de Morelia, Michoacán, el 15 de septiembre de 2008, abren un nuevo periodo del narco en nuestro país, que es el del narcoterrorismo. Los episodios más graves de narcoterrorismo hasta la fecha han sido las matanzas de San Fernando y la del Casino Royale.
Más delitos contra civiles inocentes
A estas alturas de la guerra, podemos percibir que no, el problema no es el consumo de drogas, que si bien ha ido en aumento en la última década aún no puede clasificarse un asunto de salud de suma gravedad a nivel nacional. Las estadísticas indican que son mucho más graves la diabetes, el sobrepeso, la obesidad y el cáncer de mama y cervico-uterino. El problema tampoco es el trasiego de drogas en sí mismo, sino la violencia asociada al dominio de rutas y de los territorios de paso y de venta.
El problema más serio es que el crimen organizado asociado a narcotraficantes agrede a los civiles todo el tiempo y de muchas formas distintas, todas sumamente reprobables, sin duda todas de lesa humanidad, como son el tráfico de niños para fines de explotación sexual, el tráfico de personas, el secuestro, la extorsión, el cobro de derecho de piso, o de cuotas a comerciantes honestos, y el querer fungir como autoridades que cobran impuestos en muchas zonas de México. Todos estos delitos no son propiamente narcotráfico, sino que dañan a la ciudadanía y su natural desarrollo cotidiano, y deben ser atacados a fondo.
En resumen: en el pasado los narcos no se metían con los civiles para nada; hoy la competencia entre los cárteles trasnacionales es tanta que la ciudadanía ha quedado en medio de todo… El narcotráfico no se va a terminar, la gente usa drogas aquí y allá. Pero hay que poner un freno total a la violencia en la vida cotidiana. Esto no es un asunto de moral, de conservadurismo, ni de liberalismo, ni de salud pública. Es un asunto de seguridad nacional.
FIERROS EN EL FUEGO
En el fondo, el único cambio de verdadera trascendencia en el gabinete es la llegada de Alejandro Poiré al CISEN. El país puede seguir adelante sin muchos contratiempos si Ernesto Cordero se va a hacer campaña. Hacienda es una estructura de muchas cabezas brillantes. Sin embargo Poiré jugará un papel de suma importancia en prevenir masacres contra civiles en toda la Nación, antes, durante y después de las elecciones de 2012. Necesitará coordinarse lo mejor posible con el Ejército, la Marina, la SSP, la PGR, y los gobiernos estatales (algunos de los cuales no generan mucha confianza). Y claro, con las agencias norteamericanas que todos sabemos operan aquí desde hace mucho. De su labor dependerá en gran parte la seguridad que sientan los ciudadanos al realizar sus actividades normales.//A dónde van a ir todos los policías que sean “limpiados” de sus corporaciones, tanto en Nuevo León, como en el resto del país… si ya son parte de los cárteles… solamente se van a quitar el uniforme.//Queremos libertad de expresión, pero sin muertos. ¿Qué protección real brinda ahora el Estado a los periodistas? ¿El pedir asilo en otro país?
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