Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Como cuando comenzó su presidencia al frente del PRI, Humberto Moreira reapareció en el ring de la política con provocaciones. Juguetón, tiró una manzana envenenada para ver quién le daba una mordida y, para sorpresa de muchos, todos picaron. En el PAN se indignaron que los borrara de la contienda presidencial, y que dentro del paquete de perdedores, Ernesto Cordero y Santiago Creel ni siquiera alcanzaran boleto en la tercera fila. En el PRD se inconformaron porque decidió que sólo Andrés Manuel López Obrador era contendiente de respeto.
Le respondieron con insultos, descalificaciones y sorna. Quisieron arrinconarlo sin darse cuenta que Moreira logró su objetivo más cosmético: ponerlos a bailar con su manzana envenenada. Les puso el ritmo y después de que se le fueron encima, les reviró sonriente sorprendido dijo de su reacción, pues lo único que había dicho se sustentaba en la encuesta de Consulta Mitofsky que registra que después de los priístas, el mejor posicionado, con potencial para dar la pelea, es el perredista López Obrador. En el caso de Cordero mejor ni hablar, porque Josefina Vázquez Mota estaba pisoteándole el pescuezo.
La declaración de Moreira causó extrañeza dentro de las altas jerarquías del PRI en un principio, donde incluso llegaron a pensar que no sólo se había excedido sino que tendría consecuencias negativas. Los resultados le dieron la razón al dirigente del PRI, que volvió a fijar la agenda de discusión pública mediante un cobro de facturas a los panistas, utilizando a López Obrador como su herramienta.
Moreira machucó a Cordero porque, de acuerdo con sus cercanos, no le perdona que haya aportado la información financiera para que lo acusaran de endeudamiento en Coahuila en los tiempos en que fue gobernador. El endeudamiento sí se dio pero tiene razones de ser, explicó un defensor inesperado, el senador perredista Carlos Navarrete, quien el domingo pasado en el programa Día Uno de Proyecto 40, dijo que la deuda, ante la obra pública construida por el ex gobernador, está justificada.
A Cordero le cayó la declaración de Moreira en el peor arranque de semana desde que se lanzó como aspirante a la Presidencia. El delfín presidencial tuvo un mal domingo en Guanajuato, un estado que creía tener controlado mediante el gobernador Juan Manuel Oliva, y donde en un acto donde estuvo Vázquez Mota, fue abucheado y ella aclamada. Cordero reaccionó con un blitz en medios electrónicos que mostró una alteración en su comportamiento pre-electoral que no se había notado previamente, lejos de proyectar confianza en su proyecto.
El golpe a Cordero fue también para el presidente Felipe Calderón, quien tiene depositado –cuando menos hasta ahora- el proyecto panista en su ex secretario de Hacienda. Pero si el desprecio a Cordero fue una daga en el ex funcionario, el guiño a López Obrador cumplió un doble objetivo. En la lógica de Moreira, acercarse a quien se convirtió en un dolor de cabeza durante la etapa postelectoral, es rociar de alcohol la herida abierta en 2006. Pero estratégicamente, jugar con López Obrador es apuntalar al candidato presidencial del PRI.
Moreira ha tratado de tejer alianzas con López Obrador, y hace no mucho habló con él para fijar una posición común en el IFE. López Obrador, como ahora, no mordió la manzana. Pero de cualquier forma, López Obrador es un activo del PRI aunque ese no sea el propósito del tabasqueño.
En el PRI saben que es una figura que puede captar votos de un electorado decepcionado de Calderón para la próxima elección presidencial, pero en porcentajes insuficientes para convertirse en un adversario de cuidado. Detrás de la retórica de Moreira, en el PRI ven que los alcances de López Obrador no le dan los votos para entrar en contienda, ante los negativos crecientes que alcanzan ya, en la última encuesta de Parametría, 43% de los electores.
Al mismo tiempo, la elevación de López Obrador en las expectativas electorales juegan un propósito adicional para el PRI, y particularmente en los cálculos del ex gobernador Enrique Peña Nieto, que sería el gran beneficiado de que fuera él quien encabezara la candidatura de izquierda. En los círculos cercanos de Peña Nieto consideran, en la evaluación posterior a la declaración de Moreira, que López Obrador sería el mejor tercer candidato en la contienda por dos razones fundamentales:
1.- López Obrador evitaría una polarización electoral PAN-PRI, al tener asegurado su sitio en el punto más radical de la geometría electoral. Si el PAN, sigue el argumento, pretende polarizar la elección presidencial como hace cinco años, ya no podría utilizar la figura de Peña Nieto, pues a quien se le ha construido la fama de actor polarizante, durante casi una década, es al tabasqueño. En esa línea de pensamiento, Peña Nieto sería un contendiente centrista y moderado.
2.- En la lógica de las jerarquías del PRI, López Obrador como candidato, es una garantía que no habrá ningún pacto con el PAN y Calderón. Persiste la sospecha que en una elección cerrada se podría dar el fenómeno del voto “útil” que hubo en varias de las últimas elecciones a gobernador, donde a menos de dos semanas de la contienda, el aspirante panista o el perredista, declinaron a favor de quien iba mejor colocado en las preferencias electorales. López Obrador demostró en las elecciones en el estado de México, que él no está para esos acuerdos, y fue fundamental en el sabotaje de la pretendida alianza PAN-PRD que sí preocupaba al PRI. Lo único “útil” en el estado de México, fue la postura del tabasqueño.
La declaración de Moreira no fue una ocurrencia. Descalificar a Cordero, aunque por una razón distinta a lo electoral, refuerza la incertidumbre renovada en el proceso de selección del candidato panista y se burla, sobretodo, de todo el aparato que sigue apuntalando al delfín presidencial. Reconocer a López Obrador descompone a la izquierda, pues mientras exhibe a la reformista como fácil para pactar con un adversario ideológico y programático, apuntala a la social, que es una aliada natural y confiable no por voluntad, sino por la esencia fundamentalista de su dirigente.
Ahí está la manzana envenenada de Moreira con el tóxico suficiente para causar estragos entre sus opositores y los procesos de selección de sus candidatos presidenciables.
Como cuando comenzó su presidencia al frente del PRI, Humberto Moreira reapareció en el ring de la política con provocaciones. Juguetón, tiró una manzana envenenada para ver quién le daba una mordida y, para sorpresa de muchos, todos picaron. En el PAN se indignaron que los borrara de la contienda presidencial, y que dentro del paquete de perdedores, Ernesto Cordero y Santiago Creel ni siquiera alcanzaran boleto en la tercera fila. En el PRD se inconformaron porque decidió que sólo Andrés Manuel López Obrador era contendiente de respeto.
Le respondieron con insultos, descalificaciones y sorna. Quisieron arrinconarlo sin darse cuenta que Moreira logró su objetivo más cosmético: ponerlos a bailar con su manzana envenenada. Les puso el ritmo y después de que se le fueron encima, les reviró sonriente sorprendido dijo de su reacción, pues lo único que había dicho se sustentaba en la encuesta de Consulta Mitofsky que registra que después de los priístas, el mejor posicionado, con potencial para dar la pelea, es el perredista López Obrador. En el caso de Cordero mejor ni hablar, porque Josefina Vázquez Mota estaba pisoteándole el pescuezo.
La declaración de Moreira causó extrañeza dentro de las altas jerarquías del PRI en un principio, donde incluso llegaron a pensar que no sólo se había excedido sino que tendría consecuencias negativas. Los resultados le dieron la razón al dirigente del PRI, que volvió a fijar la agenda de discusión pública mediante un cobro de facturas a los panistas, utilizando a López Obrador como su herramienta.
Moreira machucó a Cordero porque, de acuerdo con sus cercanos, no le perdona que haya aportado la información financiera para que lo acusaran de endeudamiento en Coahuila en los tiempos en que fue gobernador. El endeudamiento sí se dio pero tiene razones de ser, explicó un defensor inesperado, el senador perredista Carlos Navarrete, quien el domingo pasado en el programa Día Uno de Proyecto 40, dijo que la deuda, ante la obra pública construida por el ex gobernador, está justificada.
A Cordero le cayó la declaración de Moreira en el peor arranque de semana desde que se lanzó como aspirante a la Presidencia. El delfín presidencial tuvo un mal domingo en Guanajuato, un estado que creía tener controlado mediante el gobernador Juan Manuel Oliva, y donde en un acto donde estuvo Vázquez Mota, fue abucheado y ella aclamada. Cordero reaccionó con un blitz en medios electrónicos que mostró una alteración en su comportamiento pre-electoral que no se había notado previamente, lejos de proyectar confianza en su proyecto.
El golpe a Cordero fue también para el presidente Felipe Calderón, quien tiene depositado –cuando menos hasta ahora- el proyecto panista en su ex secretario de Hacienda. Pero si el desprecio a Cordero fue una daga en el ex funcionario, el guiño a López Obrador cumplió un doble objetivo. En la lógica de Moreira, acercarse a quien se convirtió en un dolor de cabeza durante la etapa postelectoral, es rociar de alcohol la herida abierta en 2006. Pero estratégicamente, jugar con López Obrador es apuntalar al candidato presidencial del PRI.
Moreira ha tratado de tejer alianzas con López Obrador, y hace no mucho habló con él para fijar una posición común en el IFE. López Obrador, como ahora, no mordió la manzana. Pero de cualquier forma, López Obrador es un activo del PRI aunque ese no sea el propósito del tabasqueño.
En el PRI saben que es una figura que puede captar votos de un electorado decepcionado de Calderón para la próxima elección presidencial, pero en porcentajes insuficientes para convertirse en un adversario de cuidado. Detrás de la retórica de Moreira, en el PRI ven que los alcances de López Obrador no le dan los votos para entrar en contienda, ante los negativos crecientes que alcanzan ya, en la última encuesta de Parametría, 43% de los electores.
Al mismo tiempo, la elevación de López Obrador en las expectativas electorales juegan un propósito adicional para el PRI, y particularmente en los cálculos del ex gobernador Enrique Peña Nieto, que sería el gran beneficiado de que fuera él quien encabezara la candidatura de izquierda. En los círculos cercanos de Peña Nieto consideran, en la evaluación posterior a la declaración de Moreira, que López Obrador sería el mejor tercer candidato en la contienda por dos razones fundamentales:
1.- López Obrador evitaría una polarización electoral PAN-PRI, al tener asegurado su sitio en el punto más radical de la geometría electoral. Si el PAN, sigue el argumento, pretende polarizar la elección presidencial como hace cinco años, ya no podría utilizar la figura de Peña Nieto, pues a quien se le ha construido la fama de actor polarizante, durante casi una década, es al tabasqueño. En esa línea de pensamiento, Peña Nieto sería un contendiente centrista y moderado.
2.- En la lógica de las jerarquías del PRI, López Obrador como candidato, es una garantía que no habrá ningún pacto con el PAN y Calderón. Persiste la sospecha que en una elección cerrada se podría dar el fenómeno del voto “útil” que hubo en varias de las últimas elecciones a gobernador, donde a menos de dos semanas de la contienda, el aspirante panista o el perredista, declinaron a favor de quien iba mejor colocado en las preferencias electorales. López Obrador demostró en las elecciones en el estado de México, que él no está para esos acuerdos, y fue fundamental en el sabotaje de la pretendida alianza PAN-PRD que sí preocupaba al PRI. Lo único “útil” en el estado de México, fue la postura del tabasqueño.
La declaración de Moreira no fue una ocurrencia. Descalificar a Cordero, aunque por una razón distinta a lo electoral, refuerza la incertidumbre renovada en el proceso de selección del candidato panista y se burla, sobretodo, de todo el aparato que sigue apuntalando al delfín presidencial. Reconocer a López Obrador descompone a la izquierda, pues mientras exhibe a la reformista como fácil para pactar con un adversario ideológico y programático, apuntala a la social, que es una aliada natural y confiable no por voluntad, sino por la esencia fundamentalista de su dirigente.
Ahí está la manzana envenenada de Moreira con el tóxico suficiente para causar estragos entre sus opositores y los procesos de selección de sus candidatos presidenciables.
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