Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Hace 10 años cambió el tempo del mundo. Pero también, en medio de la conmoción por el ataque terrorista a Estados Unidos el 11 de septiembre, emergieron la falta de talento e improvisación del primer gobierno panista, cuyas secuelas aún se sufren. La caída de las Torres Gemelas en Nueva York –como símbolo de la agresión de Al Qaeda- exhibió el fracaso de la diplomacia mexicana y detonó una cadena de políticas erráticas que contaminaron hasta hoy en día la relación con esa nación.
El ataque modificó las prioridades del presidente George W. Bush para enfocarse a la guerra global contra el terrorismo y creó un nuevo contexto en la relación bilateral con México, donde la torpeza del presidente Vicente Fox, envuelto en el conflicto entre el canciller Jorge Castañeda y el representante de México ante las Naciones Unidas, Adolfo Aguilar Zinser, profundizaron la división y el antagonismo con Washington.
El golpe en Estados Unidos pegó también en la cabeza de Fox. Bush jamás le perdonó que tras el ataque terrorista no tuviera el tacto para apoyarlo. Lo más que deseaba en ese momento era que México bajara su bandera a media asta en señal de luto. En lugar de eso, Fox le habló a Bush para ofrecerle asesoría en lo que necesitara, lo cual hoy parece jocoso el solo pensarlo, pero en esa coyuntura, la Casa Blanca se indignó. “Si no puede con sus cosas (en México) –citaron a Bush funcionarios estadounidenses-, cómo quiere dar consejos”.
El espíritu de Guanajuato, que nació de la química entre vaqueros durante un encuentro en el rancho de Fox cuando ambos eran presidentes electos, se evaporó. Su gobierno presionó a México para que votara a favor de la invasión a Irak, pero Fox, quien una vez dijo en el gabinete que como creyente no podía apoyar una masacre en Irak, generó con su miedo indigno para hablar claro ante Bush, una postura incierta.
El entonces jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, hablaba todos los días con el secretario de la Defensa, general Clemente Vega, para pedirle el voto a favor de la invasión. Castañeda y el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, respaldaban esa postura y querían que Fox fuera incondicional con Bush. Aguilar Zinser, en las antípodas, lo urgía a tomar posición contra Estados Unidos y sumarse a Francia, porque, alegaba, estaban dadas las condiciones para esa postura.
Los colaboradores más sensatos sugerían esperar y ver cómo se empezaba a dar la votación para entonces tomar la decisión. No era la idea de Aguilar Zinser, quien con ayuda de Los Pinos se fue hasta el fondo. Votar en contra –como lo hizo Chile- era una cosa; exhibir y humillar a Estados Unidos –como no lo hizo Chile-, lo sustantivo. Quería, como también deseaba Martha Sahagún, la esposa de Fox, una campaña de linchamiento mediático a Bush.
Usado por todos, Fox ya no escuchó al entonces presidente de España, José María Aznar, que viajó a México –contra la petición que no lo hiciera- para presionarlo para que votara la invasión. Y para evitar mayor agobio, el Presidente adelantó una operación en la columna, con lo cual nunca pudo tomar las llamadas que le hizo Bush para cabildear hasta el último momento su apoyo, ni le habló “en una hora”, como le prometió hacerlo.
Sahagún, Aguilar Zinser y Alan Stoga, un consultor estadounidense a quien le pagaban 50 mil dólares al mes, sugerían un ataque en prensa a Bush para “posicionar” a Fox en Estados Unidos, pero en Los Pinos frenaron la propuesta. A cambio, se propuso un mensaje a la nación para conciliar el conflicto dentro del gobierno, donde el gabinete estaba partido y en llamas. Fox repitió tres veces la grabación del mensaje por su debilidad en la convalecencia, y tres veces los más radicales buscaron cambiar el mensaje, para hacerlo un discurso más beligerante.
Aún así, el episodio tuvo consecuencias inmediatas negativas. Estados Unidos modificó la frecuencia e intensidad de reuniones de alto nivel entre los dos gobiernos, cuya frialdad afectó el trabajo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ya sin Castañeda al frente. Hoy en día, la relación con Estados Unidos ha mejorado sustancialmente y se encuentra en un nivel de cooperación como no se había conocido, pero ha sido por la puerta de atrás.
El miedo a que terroristas se cuelen por la larga frontera común, o que utilicen a los cárteles de la droga con esos fines, es el factor que volvió a acercar a los dos gobiernos. Tras el 11 de septiembre, decenas de agentes estadounidenses llegaron a México sin autorización del gobierno de Fox para sellar su frontera estratégica y asegurar que otros terroristas –los del 11 de septiembre entraron por Canadá-, no pudieran llegar por México, y al jefe de Estación de la CIA José Rodríguez, lo regresaron a Langley, sede de la compañía, para encabezar la lucha contra Al Qaeda.
A 10 años de distancia de un ataque que cambió el metabolismo del mundo, ese tipo de acciones estadounidenses ya no son necesarias. El gobierno de Felipe Calderón arrancó con un debilitado aparato de seguridad interna, pues durante el gobierno de Fox se desmanteló del aparato de seguridad, y su Secretaría de Seguridad Pública Federal clausuró los sistemas de inteligencia y colaboración con los gobiernos estatales, mientras que el CISEN sufrió despidos masivos de agentes de campo, con lo que se perdió invaluable inteligencia humana.
No hubo inversión en tecnología, que afectó también al Ejército y la Marina, con lo que el rezago táctico y estratégico, en tiempos donde todo el mundo invirtió en las mejoras de los sistemas para su seguridad interna, fue mayor. En el contexto del 11 de septiembre, terrorismo y narcotráfico se convirtieron en prioridades para Washington y arrastraron a México y a Calderón, que heredó desafíos pero no herramientas para eliminarlos.
La dependencia de Estados Unidos no sólo es mayor, sino vista como indispensable para la guerra contra las drogas. Sin la ayuda de Estados Unidos en todos los campos, los cárteles de la droga ya habrían derrotado al gobierno federal en la guerra que libran. La soberanía mexicana se convirtió en un debate exquisito de unos cuántos, pero perdido desde el primer momento en que Fox no supo construir el futuro de esta nación.
Hace 10 años cambió el tempo del mundo. Pero también, en medio de la conmoción por el ataque terrorista a Estados Unidos el 11 de septiembre, emergieron la falta de talento e improvisación del primer gobierno panista, cuyas secuelas aún se sufren. La caída de las Torres Gemelas en Nueva York –como símbolo de la agresión de Al Qaeda- exhibió el fracaso de la diplomacia mexicana y detonó una cadena de políticas erráticas que contaminaron hasta hoy en día la relación con esa nación.
El ataque modificó las prioridades del presidente George W. Bush para enfocarse a la guerra global contra el terrorismo y creó un nuevo contexto en la relación bilateral con México, donde la torpeza del presidente Vicente Fox, envuelto en el conflicto entre el canciller Jorge Castañeda y el representante de México ante las Naciones Unidas, Adolfo Aguilar Zinser, profundizaron la división y el antagonismo con Washington.
El golpe en Estados Unidos pegó también en la cabeza de Fox. Bush jamás le perdonó que tras el ataque terrorista no tuviera el tacto para apoyarlo. Lo más que deseaba en ese momento era que México bajara su bandera a media asta en señal de luto. En lugar de eso, Fox le habló a Bush para ofrecerle asesoría en lo que necesitara, lo cual hoy parece jocoso el solo pensarlo, pero en esa coyuntura, la Casa Blanca se indignó. “Si no puede con sus cosas (en México) –citaron a Bush funcionarios estadounidenses-, cómo quiere dar consejos”.
El espíritu de Guanajuato, que nació de la química entre vaqueros durante un encuentro en el rancho de Fox cuando ambos eran presidentes electos, se evaporó. Su gobierno presionó a México para que votara a favor de la invasión a Irak, pero Fox, quien una vez dijo en el gabinete que como creyente no podía apoyar una masacre en Irak, generó con su miedo indigno para hablar claro ante Bush, una postura incierta.
El entonces jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, hablaba todos los días con el secretario de la Defensa, general Clemente Vega, para pedirle el voto a favor de la invasión. Castañeda y el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, respaldaban esa postura y querían que Fox fuera incondicional con Bush. Aguilar Zinser, en las antípodas, lo urgía a tomar posición contra Estados Unidos y sumarse a Francia, porque, alegaba, estaban dadas las condiciones para esa postura.
Los colaboradores más sensatos sugerían esperar y ver cómo se empezaba a dar la votación para entonces tomar la decisión. No era la idea de Aguilar Zinser, quien con ayuda de Los Pinos se fue hasta el fondo. Votar en contra –como lo hizo Chile- era una cosa; exhibir y humillar a Estados Unidos –como no lo hizo Chile-, lo sustantivo. Quería, como también deseaba Martha Sahagún, la esposa de Fox, una campaña de linchamiento mediático a Bush.
Usado por todos, Fox ya no escuchó al entonces presidente de España, José María Aznar, que viajó a México –contra la petición que no lo hiciera- para presionarlo para que votara la invasión. Y para evitar mayor agobio, el Presidente adelantó una operación en la columna, con lo cual nunca pudo tomar las llamadas que le hizo Bush para cabildear hasta el último momento su apoyo, ni le habló “en una hora”, como le prometió hacerlo.
Sahagún, Aguilar Zinser y Alan Stoga, un consultor estadounidense a quien le pagaban 50 mil dólares al mes, sugerían un ataque en prensa a Bush para “posicionar” a Fox en Estados Unidos, pero en Los Pinos frenaron la propuesta. A cambio, se propuso un mensaje a la nación para conciliar el conflicto dentro del gobierno, donde el gabinete estaba partido y en llamas. Fox repitió tres veces la grabación del mensaje por su debilidad en la convalecencia, y tres veces los más radicales buscaron cambiar el mensaje, para hacerlo un discurso más beligerante.
Aún así, el episodio tuvo consecuencias inmediatas negativas. Estados Unidos modificó la frecuencia e intensidad de reuniones de alto nivel entre los dos gobiernos, cuya frialdad afectó el trabajo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ya sin Castañeda al frente. Hoy en día, la relación con Estados Unidos ha mejorado sustancialmente y se encuentra en un nivel de cooperación como no se había conocido, pero ha sido por la puerta de atrás.
El miedo a que terroristas se cuelen por la larga frontera común, o que utilicen a los cárteles de la droga con esos fines, es el factor que volvió a acercar a los dos gobiernos. Tras el 11 de septiembre, decenas de agentes estadounidenses llegaron a México sin autorización del gobierno de Fox para sellar su frontera estratégica y asegurar que otros terroristas –los del 11 de septiembre entraron por Canadá-, no pudieran llegar por México, y al jefe de Estación de la CIA José Rodríguez, lo regresaron a Langley, sede de la compañía, para encabezar la lucha contra Al Qaeda.
A 10 años de distancia de un ataque que cambió el metabolismo del mundo, ese tipo de acciones estadounidenses ya no son necesarias. El gobierno de Felipe Calderón arrancó con un debilitado aparato de seguridad interna, pues durante el gobierno de Fox se desmanteló del aparato de seguridad, y su Secretaría de Seguridad Pública Federal clausuró los sistemas de inteligencia y colaboración con los gobiernos estatales, mientras que el CISEN sufrió despidos masivos de agentes de campo, con lo que se perdió invaluable inteligencia humana.
No hubo inversión en tecnología, que afectó también al Ejército y la Marina, con lo que el rezago táctico y estratégico, en tiempos donde todo el mundo invirtió en las mejoras de los sistemas para su seguridad interna, fue mayor. En el contexto del 11 de septiembre, terrorismo y narcotráfico se convirtieron en prioridades para Washington y arrastraron a México y a Calderón, que heredó desafíos pero no herramientas para eliminarlos.
La dependencia de Estados Unidos no sólo es mayor, sino vista como indispensable para la guerra contra las drogas. Sin la ayuda de Estados Unidos en todos los campos, los cárteles de la droga ya habrían derrotado al gobierno federal en la guerra que libran. La soberanía mexicana se convirtió en un debate exquisito de unos cuántos, pero perdido desde el primer momento en que Fox no supo construir el futuro de esta nación.
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